Domingo 24 de junio de 2001
Recuperamos la tranquilidad de Chiang Mai. Otro tranquilo paseo nos lleva de nuevo a la muralla. Esta vez, entramos por la parte sur, y damos de lleno con un pequeño mercado de alimentos. Las agradables temperaturas del norte nos han abandonado; el calor aprieta fuerte. Tras una semana sin afeitarme, entro en una barbería para recobrar mi aspecto habitual. La muchacha que me atiende se esmera ante la inesperada visita de un extranjero. Aún así, no consigue evitar darme un par de cortes en la barbilla. Soy consciente de que me cobra más de lo habitual, pero aún así no llega a las 200 ptas.
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Chiang Mai ofrece al viajero reposo y tranquilidad |
Después del afeitado, visitamos un par de templos que nos pillan de camino, y finalmente entramos a comer a un pequeño restaurante junto al templo de
Wat Phra Sing, considerado por muchos el más importante de Chiang Mai. Después, nueva visita a Warorot Market, visita que me confirma en la idea de que este mercado es el lugar más atractivo de la ciudad, a años luz del turístico Mercado Nocturno. Warorot desborda vitalidad, movimiento, actividad continua, color, olor... Es puro Tailandia.
Junto a Warorot se halla otro pequeño mercado, donde predomina la venta de flores, que transcurre paralelo al río. Allí mismo, bajo el puente, tienen salida diversos autobuses de línea que comunican los pueblos de alrededor. El ambiente que se forma a hora de máximo apogeo es indescriptible. Nosotros estamos allí varios minutos, en lo alto de paso a nivel, mirando y observando, sin más.
Tras recorrer de nuevo el Mercado Nocturno y realizar algunas compras (actividad que personalmente odio con especial inquina: llevar regalos a conocidos y amigos de lugares donde ellos no han estado es algo a lo que no encuentro demasiado sentido; lo usual es que no les sirvan para nada, salvo encargos específicos, y lo más probable es que, dado el nivel alcanzado por el comercio mundial, encuentres casi todo al lado de tu propia casa, seguramente en un todo a cien), nos dirigimos a cenar a un restaurante que nos han aconsejado, llamado
Whole Earth, el cual ocupa una antigua casa tradicional de teca y está rodeado de un hermoso jardín que realza el edificio aún más si cabe. El lugar es a todas luces atractivo, y a pesar de su aspecto algo lujoso no es nada caro, pero tal vez no acertamos del todo con la comida; lo cierto es que uno saca la conclusión de que comer bien en Tailandia no depende de la categoría del restaurante: el más modesto puesto callejero puede proporcionarte los sabores más exquisitos. Es una apreciación que tendrá su confirmación a lo largo del viaje.
Lunes 25 de julio de 2001
Comenzamos la segunda semana de viaje con nuestro último día en Chiang Mai. A primera hora aprovechamos para hacer las compras de seda, en cuya fabricación la ciudad goza de excelente fama, y después comemos algo en los múltiples puestecitos que abundan en las calles. Entre otras cosas, probamos una especie de
salchichas de arroz (arroz especiado envuelto en piel o tripa estilo salchicha) que se asa en pequeñas parrillas. Abundan también puestos de rollitos, donde te proveen asimismo de la correspondiente
salsa agridulce, y de
pinchitos de pollo (o al menos de esa carne era el que nosotros comimos) recubiertos con una salsa dulce y melosa.
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El mercado de Warorot se extiende hasta el río |
Cruzamos después el río para visitar la otra parte de la ciudad, a la que todavía no hemos accedido. Justo al otro lado se halla la calle
Charroen Rat, la cual, además de alojar varios de los mejores restaurantes de Chiang Mai, todavía conserva algunas viejas casas de madera al estilo tradicional, aunque reconvertidas en la actualidad en tiendas de artesanía.
Por la tarde, regresamos a lo que era la zona amurallada (actualmente rodeada por un foso de agua), esta vez a su lado norte, la única parte que nos faltaba por visitar. A las siete, hora de salida de los colegios, los restaurantes y los puestos de calle de llenan de jóvenes uniformados que parecen disfrutar de su primer momento de asueto del día. Vestidos siempre con camisas blancas y pantalones y faldas negras o azules (dependiendo del tipo de colegio al que van), comen, hablan y ríen alrededor de las mesas mientras toman la correspondiente sopa o los clásicos tallarines. Es corriente el uso de motocicletas, en las cuales se les ve montados de dos en dos, de tres en tres y -en caso extremos- hasta de cuatro en cuatro, con una falta absoluta de sentido del riesgo. Nosotros caminamos tranquilamente entre ellos sin dar la impresión de que llamamos su atención lo más mínimo.
El día no da para mucho más. Cenamos en uno de los muchos restaurantes que por aquí menudean y regresamos a pie al hotel. Todavía tenemos tiempo para asistir a alguna de las representaciones de danza que en el Galare Food Center se ofrece a los turistas. Acompañados por una cerveza fresca, el espectáculo, si bien no es especialmente impresionante, resulta suficientemente estimulante.