Aunque Tailandia no es ya ese país exótico que excitó las mentes de los viajeros del siglo XIX, no está en absoluto exento de atractivo. Nuestro viaje se centró exclusivamente en Bangkok y en la zona norte, fundamentalmente Chiang Mai y Mae Hong Son, incluyendo un trekking de cuatro días por las tribus de las montañas. Las playas del sur quedaron para otra ocasión. Durante el viaje fui tomando unas pequeñas notas que finalmente han acabado convirtiéndose en el breve diario que sigue. Son más experiencias personales de viaje que una guía detallada del lugar. No obstante, y en la medida que el recuerdo y las notas me lo han permitido, he querido también dar cierta información práctica para quien busque en esta página datos que puedan ser de utilidad para futuros viajes.
TAILANDIA
De
Bangkok al Triángulo de Oro
Como buen país asiático, la vitalidad desbordante de sus gentes y sus formas de vida constituye el aspecto más destacable de Tailandia, junto con sus exuberantes bosques tropicales y su clima húmedo, casi asfixiante durante los monzones. El desorbitado desarrollo de los últimos años ha sustituido las construcciones tradicionales de sus ciudades por cemento y ladrillo, y ha llenado las calles de vehículos, contaminación y ruido. No obstante, localidades como Chiang Mai o Mae Hong Son permiten todavía disfrutar de tranquilidad y relax, bienes preciados para cualquier viajero que haya permanecido más de tres días en la trepidante Bangkok.
Debido al escaso tiempo de que disponíamos (15 días), contratamos de ante mano tanto los hoteles como los traslados internos. Ello restó algo de imprevisión al viaje (condición indispensable para el verdadero descubrimiento), pero en cambio nos permitió aprovechar al máximo del tiempo disponible. Así pues, Rosana y yo comenzamos nuestro viaje el día 17 de junio de 2001 en la capital tailandesa, adonde llegamos tras tomar un avión en Frankfurt la noche anterior.
Domingo 17 de junio de 2001
Tras 11 de horas de vuelo sin apenas pegar ojo, llegamos a la capital asiática una hora antes de lo previsto, lo que conlleva que la persona que nos debía recoger en el aeropuerto no haya hecho acto de presencia todavía. Tras unas pequeñas gestiones, finalmente nos alojamos en el hotel Royal River, donde tenemos reservada la habitación, para, tras una reconfortante ducha, comenzar nuestro periplo tailandés sin más dilación.
Tomamos uno de los barcos que el hotel pone gratuitamente a disposición de los clientes (nuestro primer contacto con el más tarde familiar río
Chao Phraya), pero ante nuestra sorpresa, dicho barco sólo para en una zona comercial llamada River City Shopping Complex, próxima a Silom Road. Así que, tras tomar tierra, nos dirigimos camino del barrio chino, nuestro primer objetivo en Bangkok.
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Tailandia es un país de religión budista, cuya práctica se haya bastante extendida |
De camino, un hombre que nos observa mirar el mapa se nos acerca, y aparentemente con buena intención nos aconseja sobre cómo moverse en la ciudad. Dado que es domingo, nos dice, las tiendas de Chinatown están cerradas, y hasta las siete de la tarde no abren los restaurantes. No nos recomienda ir andando hasta allí, y tras preguntarnos qué nos interesa de Tailandia y comprobar nuestro interés por la seda tailandesa, nos aconseja tomar un tuc-tuc (un tipo de taxi de dos plazas muy popular en Tailandia constituido por una motocicleta de tres ruedas, lo que antiguamente se denominaba
motocarro) de color azul hasta una sastrería muy próxima a Rama VI Road. Lo del tuc-tuc de color azul estriba, a nuestro entender, en la existencia de varias compañías, cada una con su propio color; como más tarde comprobaremos, seguir el consejo de este hombre, que a pesar de la desconfianza inicial consideramos no interesado, nos evita la incomodidad de ser llevados por los conductores a determinadas tiendas donde ellos cobran comisión en vez de al lugar previamente acordado, situación que se da bastante habitualmente con los turistas. Parece ser que los tuc-tuc de color azul son más honestos que los de otras compañías. Respecto a los taxis habituales, todos ellos con taxímetro y aire acondicionado, nuestra experiencia nos llevará también a una conclusión parecida: sólo cogemos los de color azul y rojo, los cuáles siempre ponen el taxímetro sin intentar negociar antes un precio fijo y no eligen el recorrido más largo a la hora de llevarte al destino. Al menos, nuestra experiencia en Bangkok así nos lo hizo ver.
Como en realidad no estoy muy interesado en hacerme un traje a medida, desechamos la idea de ir a la sastrería recomendada y nos dirigimos directamente a Chinatown. Un tuc-tuc nos deja en la confluencia de Rama VI y Banthat Thong, y tras una pequeñas dudas acerca de hacia qué dirección dirigirnos, avistamos la estación de tren de Huawlamphong, pista que finalmente nos pondrá en el camino adecuado.
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Chinatown significa caos, ajetreo, gente |
Al poco descubrimos los primeros carteles en chino, pero apenas hay movimiento ni ajetreo. Pero al llegar a
Charoeng Krung, todo cambia: de repente, las aceras se convierten en improvisados mercadillos donde cientos de chino-tailandeses venden lo que se quiera imaginar; un poco más adelante, avistamos los primeros puestos de comida, en uno de los cuales nos decidimos a cenar (y comprobamos lo barato que puede resultar la comida en este país: dos platos arroz y tallarines cuestan 62 baths en total, al cambio, menos de 2 euros.). Después, un breve paseo nos descubrirá el resto de callejuelas que surgen perpendiculares para cruzar por la otra gran arteria del barrio chino,
Yaowa Rat, ésta repleta de enormes carteles y letreros de neón con caracteres chinos, al tiempo que el anochecer va dotando a la zona de un ambiente especial, un tanto embriagador, y los restaurantes y puestos de comida, del aroma imprescindible que todo barrio chino que se precie debe poseer. Un poco cansados por el viaje precedente, volvemos al hotel. Se hace necesario reponer fuerzas para los días que siguen. En realidad, el viaje no ha hecho sino comenzar.