Lunes 18 de junio de 2001 |
El conjunto de templos de Wat Pho destaca por su serenidad y equilibrio |
Debido a que a media tarde debemos marcharnos a Chiang Mai, decidimos dedicar la mañana a visitar el Gran Palacio y los templos aledaños.Para ello, tomamos unos de los barcos de línea que recorren en Chao Phraya y por unos módicos 10 bahts nos deja en
Tha Chang, el embarcadero más próximo al Gran Palacio. No obstante, antes visitamos
Wat Pho, un conjunto de templos justo detrás del Gran Palacio, más modesto pero, a mi modesto juicio, más atractivo: menos gente y, por ello, más tranquilo, más acogedor, rodeado de algunas pequeñas áreas ajardinadas, e incluso menos espectacular. En él se encuentra el famoso Buda acostado, según cuentan el más grande de Tailandia (aunque durante nuestra visita se encontraba encofrado por unos andamios que dificultaban su contemplación).
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El Gran Palacio era la antigua residencia del Rey de Siam |
Después, llegamos al Gran Palacio, un complejo que me atrevería a tildar de exuberante. Además del
Gran Palacio propiamente dicho (que sólo puede visitarse por fuera), se encuentran una serie de templos alrededor entre los de que destaca el
Wat Phra Keo, un conjunto especialmente llamativo, de colores vivos y fuertemente contrastados, donde, a mi juicio, destacan sobre todo un chedi dorado a la izquierda del templo principal, y el Wat Phra Keo propiamente dicho, que alberga el llamado buda esmeralda, figura especialmente venerada por los tailandeses. Es importante para quien visite este conjunto de templos vestir adecuadamente, es decir: pantalones largos, los hombros cubiertos y nada de sandalias ni zapatos que dejen los pies al aire, aunque lo cierto es que en casi ningún otro templo del país son tan estrictos como aquí.
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Kao Shan se ha convertido en un gueto para turista |
Un poco cansados ya de tanto colorido y tanta forma exuberante, nos dirigimos a comer a la zona de
Chakra Pong, famosa por el número de
guest houses que alberga. En la práctica, la zona se ha convertido casi en un gueto: prácticamente todo está montado para el turista, desde las tiendas a los restaurantes, y especialmente su avenida principal,
Kaho San. En realidad, ello facilita sobremanera las actividades más básicas, pero le resta atractivo. Buscamos algo menos adulterado para comer y lo hallamos en Klang Nua, una calle casi a continuación de Kaho San, pero mucho más sosegada. Ello me da pie a probar una sopa de acendrado sabor, aunque algo picante, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo, y confirmar lo barato que resulta comer en Tailandia. Tras tomar un café en uno de los muchos cafés de la zona (otra concesión al turista), volvemos al hotel para dirigirnos después a la estación de tren camino de Chiang Mai.
El tren nocturno está dispuesto de tal manera que las literas se sitúan a ambos lados del vagón. Cuando comienza a anochecer, un empleado va convirtiendo los asientos inferiores en mullidos colchones, y de la parte superior va haciendo aparecer unas cómodas literas en una de las cuales yo pasaré la noche. El aire acondicionado de que va dispuesto el tren promete un viaje agradable y tranquilo. Un poco cansado por el calor y la intensa humedad que no han dejado de acompañarnos ni un segundo, he de reconocer que la idea de echarme a dormir pronto me resulta un lugar atractiva y hasta necesaria.
Martes 19 de junio de 2001
Todavía no me he acostumbrado al cambio horario, lo que unido a los ronquidos que uno de los ocupantes del vagón no ha parado de proferir en toda la noche apenas me ha permitido dormir tres o cuatro horas. Las primeras horas de la mañana me ponen en contacto por primera vez con el paisaje del norte: a través de las ventanillas del tren, la frondosidad de los bosques y el enorme tamaño de hojas y plantas van incrementado poco a poco mi deseo de llegar al destino y comenzar el trekking. A la llegada a Chiang Mai, recogidos por el autobús del hotel, nos alojamos en el
Porn Ping Tower, un discreto rascacielos sin embargo muy bien situado y bastante confortable.
Tras la obligada ducha, nos disponemos a encarar nuestro tercer día de viaje.
Chiang Mai puede dividirse, a grosso modo, en dos zonas principales: una zona amurallada (o antiguamente amurallada, ya en que la actualidad apenas quedan unas pequeñas piedras de lo que sin dura fue un grueso y elevado muro, aunque todavía permanece el foso alrededor), donde se hallan algunos de los templos principales y donde la vida parece mucho más liviana y fácil, y la parte que va desde las murallas al río
Mae Ping, bastante más agitada y, por lo tanto, más atractiva (al menos en mi opinión). Nuestro primer paseo consiste en bajar por la calle
Thaphae hasta la muralla, paseo que nos permitirá apreciar sin ambigüedades el diferente ritmo de vida de sus habitantes respecto a los de Bangkok. De camino, descubrimos algunos templos que difieren bastante de lo visto hasta ahora: son templos construidos de madera con dibujos y formas labradas, menos espectaculares pero -al menos para mí- más atractivos, más accesibles.
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Warorot es un punto y aparte en Chiang Mai, la excepción que confirma la regla |
Es una ciudad tranquila, infinitamente tranquila si la comparamos con Bangkok. Diría incluso que la zona amurallada me resulta demasiado tranquila. Así que, tras pasear lentamente por sus calles y entrar en un Cibercafe para mandar unos cuantos e-mails a familiares y amigos, regresamos hacia el río en busca de algún lugar más excitante donde comer. Llegamos al mercado de
Warorot y todo cambia de repente. Warorot es un mercado vivo, donde los tailandeses hacen sus compras habituales. Los precios son bajísimos, y abundan las imitaciones de todo tipo. Tras disfrutar durante un buen rato de aquel ambiente incontaminado, entramos finalmente a comer en el
Galare Food Center, un complejo alimentario de diversos puestos de comida de todo tipo y procedencia, aunque a la hora que acudimos nosotros (sobre las tres de la tarde) muchos puestos están cerrados. Es un sitio cómodo, incluso en modo alguno carente de atractivo (en un mismo espacio puedes probar comida china, tailandesa, hindú y japonesa), pero parece, y de hecho lo está, montado para el turista. De cualquier modo, es barato y se come bien.
Después, todavía no repuesto del cansancio acumulado durante el largo viaje y de las noches casi sin dormir, aprovechamos una de las abundantes lluvias tropicales -que no dejarán de acompañarnos durante todo el viaje- para echar una pequeña siesta, al abrigo del aire acondicionado del hotel. Ya al anochecer, nos dirigimos al Mercado Nocturno, un conglomerado de calles y puestos que en la actualidad está absolutamente orientado al turista. Miles de objetos inservibles, figuras decorativas, ropa de imitación, etc. pueblan sin descanso los puestos que a ambos lados de Chang Klan, la arteria principal, inundan las aceras hasta llegar casi a impedir el paso. Para cenar, nos dirigimos al
Anusarn Market, un conjunto de puestos de comida variada y de calidad agrupados alrededor de la calle
Chang Klan, junto al mercado nocturno. Como al día siguiente comenzamos el esperado trekking por las montañas, nos retiramos al hotel para recuperar las fuerzas que de seguro vamos a necesitar.