Miércoles 20 de junio de 2001
A las nueve y media de la mañana,
Chesda y Lek, nuestros guías durante el trekking, nos recogen en el hotel. Realizaremos el recorrido con otros dos compañeros de viaje,
Marco y Manuela, una pareja de italianos en cuya compañía disfrutaremos de unos de los días más interesantes e intensos del viaje. Antes de comenzar propiamente el recorrido a pie, visitamos una cascada a mitad de camino, llamada
Work Fa, que va a suponer nuestro primer contacto directo con el bosque tropical; la cascada, en sí misma, apenas merece atención, pero el lugar donde se halla nos sorprende por exuberante y frondoso.
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El poblado Karen, a nuestra llegada, permaneíma casi vacío |
Finalmente, dejamos el coche y comenzamos con la caminata propiamente dicha. Poco a poco, nos vamos adentrando por un oscuro y poblado bosque tropical, a través de un pequeño sendero que a veces se hace irreconocible, inundados por completo por el sudor que va manando sin cesar de nuestros cuerpos, pero absolutamente admirados por la desbordante naturaleza que nos envuelve por todos los lados. En un momento del recorrido, hacemos un alto en el camino para observar a nuestro alrededor las cientos de hectáreas de bosque espeso e impenetrable que nos rodea, incapaces de alcanzar con la vista otra cosa que no sea bosque, un verde intenso que todo lo inunda.
Cuando llegamos al poblado (un poblado oculto en la espesura del bosque que sólo se hace visible al llegar a él), la sensación de estar en otro continente, el otra cultura absolutamente distinta a la mía, alcanza su cenit: las primeras cabañas de madera aparecen ante nosotros como producto de otro mundo, inmensas en una tranquilidad y en un silencio que hace audible hasta el sonido más leve y lejano. Apenas se ven habitantes (los hombres probablemente estarán trabajando fuera) y ni siquiera los niños salen a nuestro encuentro. Se trata de un poblado
Karen, la etnia mayoritaria en esta zona, los cuales se establecieron en Tailandia hace casi 300 años procedentes de Birmania. Son sobre todo agricultores (fundamentalmente cultivan arroz), aunque crían numerosos animales domésticos. Aunque los habitantes del poblado visitado son de religión cristiana, la mayor parte todavía conservan fuertes influencias animistas.
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La estancia aquí significó uno de los momentos mas impactantes del viaje |
El placer intenso que aquel espacio reducido pero hermoso nos proporciona compensa sobradamente el esfuerzo realizado para llegar hasta allí. La idea de pasar la noche en una de sus cabañas, construidas de madera y con el suelo de bambú, me resulta de lo más atractiva. La carencia de comodidades se ve ampliamente compensada por la autenticidad del lugar, por su peculiar encanto. Tras una sabrosa cena preparada por nuestros guías, observamos el anochecer desde la cabaña que nos sirve de alojamiento; el espectáculo de un silencio sólo turbado por los sonidos del bosque, así como la visión de las numerosas luciérnagas que pululan a nuestro alrededor, alcanza niveles extraordinarios. He de advertir que tal sensación no tendrá parangón en ninguna otra etapa del viaje. Pero momentos así compensan las interminables horas pasadas en el avión, todo el tiempo transcurrido sin poder dormir, o la incomodad de los asientos de la clase turista.
Jueves 21 de junio de 2001
Quizá debido a la extrañeza del lugar, o al incesante sonido del bosque que el silencio del poblado refuerza aún más, lo cierto es que apenas he dormido unas horas. El frescor de la mañana, no obstante, ayuda a recuperar el resuello. Hoy nos queda la jornada más dura: tres horas de caminata a través del bosque hasta llegar a otro poblado Karen donde tomaremos unos elefantes que nos llevarán a un poblado
Lahu, para pasar allí la noche. A priori, siento más interés por el recorrido a pie que por montar en elefante, así que, tras desayunar, tomamos de nuevo las mochilas y continuamos según las indicaciones de Chesda, nuestro guía.
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Hacemos un alto en el camino para contemplar cómo el bosque nos rodea por completo |
El camino transcurre casi siempre a través del bosque espeso, en un continuo subir y bajar que, unido a la humedad y al calor (aunque, por suerte, el día está nublado, lo que nos libra del sol), consigue cansar hasta casi el agotamiento. Hacemos varias paradas en el camino para recrearnos en la espesura que nos rodea. Aunque el asombro ya no es el mismo, sigue sorprendiendo la inmensa densidad del bosque, la enormidad de plantas y árboles, e incluso la belleza de algunas ramas que se enredan entre sí formando hermosas figuras. La necesidad de vadear un río nos proporciona un leve refresco, liberándonos por un segundo del pegajoso sudor que nos empapa sin distinción de sexo o nacionalidad. Apenas vemos animales: alguna que otra ardilla y varias lagartijas de tamaño más que considerable. Sumidos ya en un cansancio que nadie puede disimular, llegamos finalmente al campamento donde la comida y un pequeño baño en el río
Mae Tang nos recobrarán del esfuerzo realizado.
No había montado nunca antes en elefante, y aunque en la actualidad la mayor parte de ellos se destinan al turismo, antiguamente era una forma muy habitual tanto de transporte como de fuerza de trabajo en Tailandia. El recorrido que realizamos es atractivo: bajamos junto al río Mae Tang, zigzagueando de una orilla a otra, a un ritmo mayor del que en principio suponía. Finalmente, llegamos al poblado Lahu, un conjunto de cabañas junto al río, un enclave menos exótico que el precedente. Nadie viste a la manera tradicional, y la proximidad con otras poblaciones próximas le resta espectacularidad. No obstante, al adentrarnos un poco en el interior podemos disfrutar aún de cierta atmósfera peculiar y, ahora sí, sufrir el acoso de los niños que se abalanzan sobre nosotros al vernos llegar.
Los Lahu son de origen tibetano. Son animistas, y además de agricultores, también se dedican a la caza. Durante nuestra estancia, sin embargo, y a diferencia de lo vivido en el poblado Karen, apenas podemos observar ninguna característica sustancial de sus formas de vida. Sí observamos, no obstante, que el turismo también afecta de manera importante a sus actividades: una de las tareas en que se empeñan más activamente es la construcción de balsas de bambú, que posteriormente utilizarán los turistas para el descenso del río -como mañana mismo haremos nosotros. De hecho, la balsa que utilizaremos al día siguiente está siendo construida ese mismo día.
No hay mucho más que hacer en el lugar: ver, oler y sentir. Desgraciadamente, a la vuelta del viaje comprobaré que el carrete de fotografías realizado allí se ha extraviado, así que tendré que dejar únicamente a la memoria el recuerdo de aquel sitio que probablemente no volveré a visitar jamás.