Jueves 28 de junio de 2001
Jornada realmente de transición. Por la mañana, antes de tomar el avión vía Chiang Mai, hemos dado una vuelta por los alrededores del hotel, lo que me ha permitido tomar las fotografías más interesantes de mi estancia aquí. Ello me ha confirmado que Mae Hong Son puede ser un punto de partida, pero nunca un destino: los campos de alrededor, los agricultores trabajando sus tierras, los caminos que serpentean entre los árboles... Mi consejo es que, quien llegue a esta localidad, busque la antes posible alguna excursión o alquile una motocicleta para perderse por ahí (si el tiempo lo permite, claro está).
Tomamos el avión de vuelta a Chiang Mai para desde allí regresar a Bangkok en el mismo tren nocturno en que llegamos. Una jornada útil para recuperar fuerzas (en el caso de que las hubiéramos perdido), y reconozco que contento por abandonar una localidad que no quedará entre las más recordadas de mi vida.
Viernes 29 de junio de 2001
Llegamos a Bangkok a las cinco y media de la mañana, en un día que acabará distinguiéndose tal vez como el más interesante de todo el viaje.
|
Alrededor del canal se avistan casas, templos y edificaciones típicas |
Nada más llegar al hotel, el Royal River de nuevo, tomamos el Chao Phraya Express para bajarnos en el embarcadero
Tha Saphan Phut. Nuestra intención es tomar uno de los barcos de línea que recorren el
khlong Bang Waek por uno de los muchos canales que todavía quedan en el barrio de Thonburi. El recorrido es realmente atractivo: cruzamos a lo ancho el Chao Phraya y entramos por un canal situado justo en frente del embarcadero, para avistar al instante las primeras casas que, sostenidas por fuertes troncos, entran en el agua a modo de breves empalizadas. El barco va haciendo momentáneas paradas a lo largo del camino para coger y dejar a los pasajeros, lo que nos permite disfrutar del lugar con absoluta tranquilidad. El día luce extraordinario; poco a poco, el canal va estrechándose y atravesando casas, templos y puentes, mientras nos cruzamos con otras barcas que se deslizan con suavidad por el agua. La vuelta, si bien algo más rápida debido a la escasez de viajeros, nos concede una segunda oportunidad para revivir de nuevo las vívidas sensaciones que acabamos de experimentar.
|
En Thomburi todavma permanecen los canales que dieron fama a la ciudad en el s. XIX |
Tras volver al punto de partida, caminamos un poco por la avenida Tri Phet, y decidimos desayunar unos rollitos que venden en uno de los muchos puestos de calle que pueden encontrarse por doquier. El café, desgraciadamente, hemos de tomarlo en uno de los asépticos e impersonales cafés de franquicia occidental que también abundan por aquí.
Después tomamos un tuc-tuc con intención de visitar el mercado de
Khlong Toey, el mercado de alimentos más grande de Bangkok. Y la visita no defrauda lo más mínimo. El lugar es un auténtico hervidero de vida y actividad, cualquier producto que coman los tailandeses puede encontrarse aquí: hay infinidad de verduras, fruta, pescado fresco (tan fresco como que gran parte de los peces aún están vivos), gallos de pelea, carnes de toda clase, grillos, cucarachas... Efectivamente, por si alguien lo dudaba, en Tailandia se come cucarachas. Bueno, en realidad no se las comen, las chupan: como su cáscara es demasiado dura, las mastican, les sacan el jugo y luego las escupen.
|
En el mercado de khlong toey se encuentran todo tipo de seres vivos |
Como el paseo por el mercado nos ocupa gran parte de la mañana, para recuperarnos un poco de tanta agitación decidimos bajar andando hasta
Lumphini Park, que aunque en el mapa parece estar casi al lado, en realidad no estará a menos de dos kilómetros. El camino, sin embargo, resulta más agotador que el ajetreo del mercado: cientos, casi miles de coches van y vienen por la ancha avenida Rama IV produciendo un ruido auténticamente ensordecedor y llenando las calles de gases y contaminación hasta convertir el aire casi en irrespirable. Si a ello unimos el sofocante calor que asola la ciudad casi a cualquier hora, el breve recorrido acaba convirtiéndose en el más tortuoso de los caminos.
Por fin llegamos a Lumphini Park, uno de los lugares más tranquilos y apacibles de Bangkok. Nuestra intención es descansar un poco al resguardo de alguna sombra, pero el calor, que continua siendo agobiante, no disminuye. En realidad, lo que necesitamos es un bar con aire acondicionado, así que volvemos al camino por la
avenida Silom, esperando encontrar algún lugar relajado donde beber algo; sin embargo, acabamos adentrándonos en una de las zonas
modernas de Bangkok, de grandes avenidas repletas de trajeados ejecutivos comiendo en puestos de calle y de tiendas que ofrecen la última moda, rodeados de elevados pero escasamente atractivos rascacielos que alojan a los grandes poderes financieros del país. Una de las repentinas lluvias que a menudo visitan esta zona durante los monzones nos obliga a refugiarnos en una plaza cubierta que resulta ser un abigarrado conjunto de puestos de ropa donde las ejecutivas (sin exagerar, el 99% de los visitantes son mujeres) aprovechan su tiempo de asueto para adquirir los últimos modelos. Justo al lado, se concentran un montón de puestos de comida, unos junto a otros alrededor de unas mesas donde, tras comprar la comida en el puesto que cada uno elige, los comensales se sientan a devorar sus platos en el menor tiempo posible. Nosotros, a esa hora ya hambrientos, hacemos lo propio, en espera además de que el agua que nos ha obligado a buscar refugio allí mismo amaine por completo.
Finalmente, justo frente a la estatua del Rey Rama VI que preside la entrada a Lumphini Park, encontramos un pub de corte occidental que nos proporciona el necesario descanso. Tras otro breve paseo por Silom en dirección oeste, tomamos un taxi para trasladarnos al barrio chino, aleccionados por el deseo de volver a disfrutar de su ambiente bullicioso pero mucho menos agobiante que esta zona.
A diferencia de la anterior ocasión, nada más llegar a Chinatown lo encontramos en todo su esplendor: las calles están repletas de gente, de cientos de puestos que asemejan un gigantesco todo a 100, de restaurantes, de movimiento incesante... El viajero se siente más en su casa, como una vuelta al hogar que hubiera abandonado hace no se sabe cuánto tiempo. Todas las tiendas están abiertas, las primeras luces de neón comienzan a encenderse;
Yaowa Rat, la calle que alberga el mayor número de tiendas del barrio, representa el caos más maravilloso que uno puede encontrar aquí: la calzada es estrecha, las tiendas sacan sus productos a la calle para que se vean mejor, los repartidores y las motos transitan veloces de un lado a otro, y uno se siente a veces incapaz de dar un paso sin tropezar con algo o con alguien, o se ve arrastrado por una ola cuyo control nadie posee. Llegamos un poco más allá de
Ratcha Wong, la calle que cruza perpendicularmente el barrio chino, con intención de avistar el barrio hindú, pero en realidad lo único que diferencia un barrio de otro es los turbantes que algunos transeúntes (pocos, no obstante) lucen orgullosos en sus cabezas, así como el nombre de alguna que otra tienda.
Entramos a cenar en el restaurante
Texas Suki Yaki & Noodles, en pleno barrio chino, con intención de probar precisamente
suki yaki, una especie de fondue donde se pone la comida cruda (desde pescado a verdura) para que se cocine. A nosotros nos resulta una forma divertida de comer, pero los nativos parecen encontrarlo además sumamente apetitoso.
Cuando el día llega a su fin, cuesta trabajo ordenar las ideas y estructurar las sensaciones que uno ha ido sintiendo a cada momento. Ha sido un día para no olvidar, una de las jornadas viajeras que con seguridad mejor recuerdo van a dejar en mi memoria. Ha sido reencontrarse plenamente con el sentido más puro del viaje, y compensa sobradamente el mayor de los desabrimientos sufridos. Sólo queda esperar que las fotografías tomadas hagan un mínimo de justicia a todo lo visto y vivido.