Quienquiera que sea el que llama insistentemente al teléfono fijo debe tener mucha prisa, casi diría urgencia, por los timbrazos contundentes que mis oídos tienen que soportar minuto sí otro también.
Y yo no respondo. Es la única manera de que los apremiantes aprendan que no todo el mundo va a su ritmo.
-“¿Y si es alguna cosa importante?”...
Nada hay tan importante que no pueda esperar unos minutos.
-“Puede ser algo urgente, no se: un accidente de algún familiar”...
Insisto. Nada hay tan urgente que no pueda esperar unos minutos; o unas horas. En el caso de un accidente, bien poco puede hacer un profano en la materia, como no sea estorbar. Para eso están los profesionales que saben del asunto más que todos nosotros. Dejémosles a ellos el campo libre para que puedan ejercer sus habilidades con calma; seguro que nos los agradecen. Demasiado tienen que soportar en la mayoría de ocasiones, las presiones, preguntas y gritos desaforados de familiares sensibleros que no dejan tranquilo al personal para tomar decisiones que requieren de toda su atención.
Hace unos años alguien me dijo: “¿Cómo puede ser que vivas sin teléfono? Es totalmente imprescindible; e impensable una persona que pueda pasarse sin.
Y era totalmente imprescindible, pero para el, que, cuando llamaba, o no me encontraba en casa o no respondía. En definitiva: era una cuestión de egoísmo por su parte, acostumbrado como estaba a mandar y ser obedecido de inmediato.
Pienso que el teléfono fue en un principio un aparato para comunicarse a distancia, pero, luego, se ha convertido en un instrumento de control a distancia: control parental, control empresarial, control político... Todo el mundo quiere tener controlado a todo el mundo; controlado y disponible las 24 horas. Forma parte del nerviosismo colectivo que nos afecta como seres sociales. Es como si tuviéramos miedo a quedar desconectados del resto; como si no pudiéramos subsistir sin la dosis diaria de chismorreos, conspiraciones, mimos familiares, palabras amorosas y chateos por si cae algo. Antes de ayer, sin ir mas lejos, en el programa de madrugada de Antena 3 – tras “Curso del 63” – que trata de los jóvenes y escolares desde un punto de vista médico y pedagógico, se barajaban cifras de 400.000 adolescentes y niños que reconocían estar enganchados al móvil y no poder prescindir de el; y esos eran solamente los que recogía una encuesta a la que se sometió a una pequeña parte de esos colectivos, que decidieron tratar médicamente su adicción. Otros/as reconocieron que si les quitaban el móvil se morirían y, los mas drásticos, ¡que se matarían!. Eso es muy fuerte, señores. Go to fullsize image
Aparte de lo anteriormente dicho hay también quien usa el teléfono con intenciones mas perversas: llamar porque sí para pillar descolocado al otro, o hacerlo en horario intempestivo para fastidiar, o usando lenguaje procaz para escandalizar y asustar, o chantajear, o lo que les pase por la cabeza.
Si, ya se que el teléfono ha salvado muchas vidas gracias a su inmediatez, y ha servido de consuelo a personas irrecuperables. Pero en el cómputo general hay mas razones para odiarlo que para amarlo.
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-¡¡Pi pu pi pi pop po píiii!!...
- “¡Vaya hombre, que oportuno!... ¡Digaaa!”...
-“¡Pues ahora no le digo, hale!”...
-“Los hay susceptibles”...