Mi esposa me indujo al error
Por motivos de trabajo mi esposa y yo tomamos la decisión de vivir en la ciudad de Iquitos, capital del Departamento de Loreto, Perú; tierra bella y calurosa en cuanto a su clima, así como también en cuanto a su gente, hospitalarios, alegres, muy sinceros y de buen corazón. Ciudad moderna, enclavada en el Nor Oriente peruano, en medio de la inmensa selva Amazónica, bañada por el caudaloso y majestuoso Río Amazonas que lleva sus aguas a desembocar al Océano Atlántico atravesando el Brasil. Vivir en Iquitos es como vivir en el mismo paraíso, alejado de la contaminación ambiental, en contacto con la naturaleza pura, degustando de su excelente y variado arte culinario: El Tacacho con cecina, El Juane, La Patarashca, y una infinidad de platos a base de pescado del Río Amazonas, además las bebidas preparados con productos regionales como el aguaje, el ungurahui, el camu camu, etc. También los tragos reconstituyentes y exóticos como leche de monja, rompe calzón, siete raíces y otros con nombres muy sugerentes.
Iquitos, tierra de bellísimas mujeres y también de misterios y leyendas, cuenta una de ellas, que aquel visitante que bebe las aguas del “sacha chorro” (caída de agua de un lugar específico), se queda a vivir para siempre cautivado por el encanto Amazónico y mas que todo por la belleza de la mujer Loretana, magistralmente relatada por Arturo D. Hernández en su novela “Sangama”. Es tan calurosa la ciudad que las damas, especialmente las jovencitas, lucen ropa muy ligera, mostrando sus encantos, resaltando aún más su belleza; es usual bañarse hasta tres veces diarios, pero nosotros nos habíamos habituado a concurrir a la piscina casi todo los días de tres a cuatro de la tarde. Sucedió un caso muy curioso; una tarde, mientras jugábamos en la piscina con mi esposa, se me ocurre indicarle como siempre lo hacía, que aguarde en una de los laterales dentro de la piscina, haciéndole señales que iría a su encuentro buceando dese el otro costado de la piscina; ella captó la idea y aguardó. Yo, buceando trataba de ubicarla mientras avanzaba y al fin logro verla, me acerco, ya la tengo, la puedo distinguir por el color rosado de su ropa de baño y con toda la confianza de marido la sujeto por la parte que Ud. ya se imagina, y al hacerlo algo me hizo intuir que estaba equivocado, que ella no era mi mujer; pues la que tenía entre mis manos era una anatomía muy generosa. Al salir a la superficie del agua, observé a una bella mujer que se cubría el rostro con ambas manos en señal de vergüenza e indignación y cuando se disponía a propinarme una furibunda cachetada, escuché decir al joven que la acompañaba: -se equivocó, se equivocó. Luego de pedirla disculpas del caso, opté por buscar con la mirada a mi querida y ocurrente esposa quien se encontraba ya en el otro extremo de la piscina sin poder contenerse de la risa. Me acerqué algo confuso y sorprendido de lo ocurrido, no me quedó otra cosa que festejar juntos su ocurrencia. Sin lugar a dudas nos amamos mucho y por su puesto nos comprendemos excelentemente.
dbersay_@htomai.com
0
0