Anotaciones:
Este es, hasta la fecha, mi viaje más reciente. Esta ruta la realicé en octubre de 1999, aprovechando una estancia de varios días en la ciudad de Francfort. Fue un viaje cómodo, en automóvil, pero en absoluto exento de alicientes. Quizá sea difícil dejarse seducir por unas formas de vida que en, en lo esencial, son muy parecidas a las nuestras, pero el legado histórico y artístico que alberga merecen sin duda alguna el interés y la atención de todo viajero observador.
Viajar por la vieja Europa quizás carezca del atractivo que ejerce sobre el viajero la inmersión en lo desconocido, la fascinación de lo sorprendente que puede suponer el viaje a otras culturas lejanas y ajenas por completo a la nuestra, pero contiene otros no menos sustanciosos alicientes que bien merece la pena experimentar.
En primer lugar, el reencuentro con otras culturas igualmente ancestrales y diversas, que no por próximas nos resultan menos desconocidas; la facilidad en los desplazamientos proporcionada por unos medios generalmente excelentes y unas carreteras en perfecto estado, así como la excelsa ocasión de transitar por medios propios sin ningún tipo de problema para ello; y, por supuesto, la posibilidad de disfrutar de unos paisajes magníficos y de un legado artístico en muchas ocasiones inconmensurable.
Con estas premisas, inicia el viajero su recorrido por parte de dos de los valles más afamados de centro europa: los valles del Rin y del Mosela. En concreto, por la llamada Garganta del Rin (desde Rüdesheim a Coblenza, aproximadamente unos 80 km.), y desde esta última localidad hasta Treveris, uno de los principales centros occidentales del antiguo imperio romano (como así atestiguan los numerosos restos históricos que aún acoge).
El camino por el Rin está repleto de antiguos palacios e innumerables castillos, todos ellos reducto de una época en que la importancia vital del río exigía y facilitaba su dominio y su control. Así, nada más ponernos en camino, empezamos a avistar a ambos lados del río las todavía imponentes fortificaciones que lo circundan. Los castillos de Kart y Maus, en St. Goarshausen, el de Rheinsfels, en St. Goar, y el de Pfalz, en Kaub, por poner solo unos ejemplos, son una perfecta muestra de ello, aunque a todo lo largo y ancho del Rin se concentran algo así como 50 castillos de toda clase y condición. A medio camino hallamos también el acantilado de Lorelei, origen de una de las leyendas más conocidas del legado cultural germano sobre una sirena cuyo canto tentaba fatalmente a los esforzados marinos.
La zona, uno de los principales atractivos turísticos de Alemania, está bien acondicionada para el viajero, en algunos casos hasta el exceso, como Rüdesheim, una de cuyas calles podría pasar perfectamente por española debido al número de bares que acoge. Asimismo, la belleza propia de esta zona, plena de excelentes y serenos paisajes, y el extremo cuidado con que se conservan las localidades que lo forman, facilitan sobremanera al fotógrafo su disfrute y su labor.
El Valle del Mosela, menos espectacular, es sin embargo más estrecho y más calmado, pero sin desmerecer en absoluto en belleza al del Rin. Al ser más estrecho (pero menos angosto), es posible disfrutar de la vista de las poblaciones que se hallan a ambos lados del río y, si la luz acompaña, aprovechar la perfecta armonía que se establece entre paisajes y ciudades, hermosamente punteada por las numerosas viñas que se reparten por todo el recorrido. No en vano, este valle se caracteriza por dar uno de los mejores vinos del continente, especializándose fundamentalmente en blancos de alta calidad.
De camino, la localidad de Cochem ofrece bastante más de lo que a simple vista parece prometer, dominada por otro impresionante castillo: el Reichburg (y es que la zona, como el valle del Rin, es generosa en este tipo de fortificaciones).
Nuestro recorrido acaba en la espectacular localidad de Tréveris (Trier), que fue una vez capital del imperio romano y residencia del Emperador Constantino, la cual alberga en muy buen estado excelentes monumentos de aquella época: la extraordinaria Porta Nigra, que da entrada a la ciudad, las Termas Imperiales Romanas y la Basílica de Constantino, construida para alojar el trono imperial, son solo unos ejemplos.
Asimismo, bien merecen una atenta visita la Hauptmarkt, la maravillosa plaza central de la ciudad, que incluye el Dreikönigshaus, edificio que data del s. XIII y que perteneció a una rica familia de mercaderes; la Catedral, de estilo románico, muy próxima a la plaza central; y, en general, cualquiera de las calles que rodean dicha plaza y de los edificios (algunos realmente hermosos) que éstas albergan.
En resumen, un magnífico y bello recorrido para el fotógrafo que gusta de completar su viaje físico con otras experiencias sensoriales y anímicas, y que usa de la cámara para dar forma plástica a todas esas emociones y sentimientos. Y también con la esperanza de que, a la vuelta, las imágenes captadas transmitan a quien las mire siquiera algo de ese otro mundo sensorial que el viajero ha sido capaz de percibir con tanta claridad. Ya que éste es uno de los fines que nos mueve a quienes hacemos fotografía de viajes.