En estos días en los cuales el frío del Invierno comienza a instalarse en el borde de la ventana y empuja obstinado para hacerse un sitio entre los pliegues de mi cama, despliego, ante los ojos atónitos del viento, que pugna por invadirme, el recuerdo de días soleados grabados en la retina de mis ojos y en mi cuerpo abandonado, entregado, a las caricias del mar del último verano. Pobre piel encerrada, ayer miel y canela entre sus brazos, hoy frío mármol nacarado entre cuatro paredes solitaria.
Abandono el calor de mi casa y a regañadientes me apresuro a volcarme, a derramarme entre las calles barceloninas, que, sorprendidas con mi presencia, acogen entre sus frías piedras modernistas el paso alado de mis pies. Una cariátide me mira veladamente envuelta en una enorme bufanda de lana y un lujurioso fauno, oculto tras el follaje pétreo de un alero, cubre su desnudez en unos boxes negros de Antonio Miró, impúdica malla que apenas cubre un esquivo sexo húmedo de lluvia y de celos.
Mis pasos, apenas hostiles, casi sumisos al mojado suelo de las empedradas calles, se adentran hasta el corazón del invierno, intrincado órgano forjado, amalgamado entre cemento y hierro. Vigilo mis movimientos para no traspasar con mi aliento el frágil equilibro del tapiz de hielo que adorna el paisaje por el que me muevo.
La desnudez franciscana de algunos árboles me conmueve. Acerco mis enguantados dedos hasta su harapiento cuerpo dispuesta a compartir con ellos la calidez de mi pecho. Alguno suspira y siento un leve gorgoteo, savia invernada, sangre cautiva en las venas de sus bellas ramas hoy carentes de abalorios y joyas, que responde al calor de mi presencia, reverdeciendo sus brotes más tiernos. Mañana, cuando esté fuera el Invierno y el sol los saque de su letargo veré florecer de la jacarandá y verdecer al platanero, todo me habrá parecido una fantasía, un sueño.
Las aceras vigilan el paso sinuoso de la serpiente gris que, avanzando por las manzanas de Cerdá se arrastra por las calles solitarias devorando su suelo. Silenciosa, repta por las montañas y se aleja hasta perderse en el silencio de la noche. Tras las sombras, agazapadas se ocultan las almas perdidas y las bestias que se alimentan de sangre y de carroña .
Busco el haz de luz de las farolas y voy siguiendo su destello; el frío hace de la ciudad un refulgente desierto.
Regreso a casa humedecido el cabello y dejando a mi paso nubes de vaho que envuelven a la ciudad en un manto acuoso e irreal. Voy tragándome los semáforos como Polifemo, sin piedad; dejando esqueletos relucientes aparcados en las orillas no habitadas de la Vía Láctea.
Pero no, no nos quejemos. Hoy es martes 8 de febrero, estoy en Barcelona y es invierno. Tras el misterio de la noche dejo al sol penetrar por la ventana. En mi terraza, observo, florecen las prímulas y los rododendros.