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Historia de Palo Negro

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He leído mucho y aprendido mucho en teoría, pero los caminos recorridos me han enseñado más cosas de las cuales no hablan los libros. Don Atahualpa Yupanqui dice en uno de sus incontables versos creados: “…de eso no hablan los libros, la vida tiene otras letras…”. Es, sin duda, una gran verdad.

Si conseguimos ser respetuosos de todo lo que nos rodea encontraremos un rico caudal de experiencias y sabidurías tan simples, tan elementales, pero tan útiles, que en un punto de nuestro paso por este hermoso planeta nos sentiremos más que satisfechos por la porción de años que nos tocó vivir.

“…el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo…” dice la Biblia. Eso, creo yo, generó todos los conflictos a través de la historia humana, incluso los religiosos. Ansias de poder, pensamientos egocéntricos, autocomplacencia, todo contribuyó para que el mundo en general, con excepciones por supuesto, perdiera el respeto mutuo. Al perder ese respeto nos perdemos la enseñanza que cada uno de nosotros puede brindarle a su semejante.

No podemos aprender más si solo pensamos en nuestro yo. Es triste decirlo, pero hasta las terapias más modernas nos encaminan a solo ocuparnos PRIMERO de nosotros solamente. Esto ha derivado en la triste pérdida de muchos valores y principios. Yo pasé mucho tiempo hasta darme cuenta de estas cosas. Espero que este relato tenga las palabras adecuadas para reflejar algo que la vida me enseñó sin pizarrón.


Historia de Palo Negro

Alguna vez me quejé de una vieja espina que llevo en la carne. Problemas en la vista a causa del sistema nervioso y la vida angustiada que sin querer (o queriendo llevé). Más de una vez maldije ese mal hasta que un día, allá por Palo Negro, Santiago del Estero, conocí a una persona circunstancialmente. Escucharlo y respetarlo me hizo bien.

Por esos parajes tuve que detener mi marcha porque había pinchado un neumático.
Mientras estaba en plan de cambiarlo y colocar la rueda de auxilio me doy cuenta que las tuercas estaban tan ajustadas que no me daban las fuerzas para aflojarlas. Después de varios intentos me paré mirando al horizonte mientras me secaba la transpiración de la frente queriendo tener una idea que me saque del trance.

El silencio se alteraba con el revoloteo de los pájaros entre los matorrales del costado del camino. Eso era todo lo que escuchaba. En ese horario, por la ruta 34, no pasa “ni un alma”.

Allí estaba yo cuando siento la sensación que alguien me estaba mirando y al voltear la cabeza vi un anciano. Entre arbustos divisé un ranchito.
Apoyado en un alambrado de púas que hacia las veces de improvisada tranquera me lanzó la pregunta:
-¿qué le pasó amigo?
-ahí lo ve-le respondí- problemas con algún clavo que me eligió.
-¿y no tiene el auxilio?-preguntó.
-si, pero no puedo aflojar las tuercas-contesté ya un poco ofuscado por lo que ya consideraba demasiadas preguntas (andar solo, a veces, nos vuelve odiosos).

Seguí intentando aflojar la rueda sin éxito. Cuando miré para el lado del hombre ya no lo vi; entonces continué con mis frustrados esfuerzos. De pronto volví a escuchar a quien entonces se presentó serenamente como Hilarión Requena; esta vez lo tenía a mis espaldas.

Aunque mucho no me gustó la situación acepté la siguiente propuesta:
-Tome amigo, ponga este caño en la punta de la llave cruz y haga fuerza hacia arriba mientras yo con mi pie le hago fuerza en la punta opuesta.

Le hice caso y al primer intento sentí el “crack” aliviador que indicaba que la primera tuerca aflojaba. Así fue con las tres restantes. Cambié el neumático eufórico y agradecido hacia aquel viejito solitario.

Una vez terminada la tarea me invitó a su rancho a lavarme las manos. Acepté. Mientras me higienizaba en una vieja bomba de agua que extraía el líquido a mano observé el escenario a mí alrededor. Este hombre tenía varias espinas en la carne (como dice el apóstol Pablo en la Biblia). No veía de un ojo -por “una nube”-decía-, no escuchaba de un oído y era rengo de una pierna, producto de una accidente en una cantera “dinamitando las sierras”.

Don Hilarión vivía a un par de kilómetros de la entrada de Palo Negro. Dicho sea de paso esta localidad cuenta hoy día con unos 176 habitantes. Muchos de ellos ni supieron de este viejito ermitaño que se fue de la vida sin quejarse y sin dejar rastros. Pero yo aprendí unalección de vidacon él.

Mientras me lavaba las manos, Hilarión alistaba el mate calentando el agua en una pava chamuscada por los tantos fuegos soportados de un viejo e improvisado brasero que hacía las veces de cocina y estufa. Así es la vida en aquellos parajes olvidados.

Nos sentamos a matear cada uno en untronco de paraíso y mientras el hombre aprontaba las cebadas, comenzó una conversación que yo no esperaba tener ese día.
-¿va lejos?-
-acá cerca, a Palo Negro.
-ah! pueblo chico y medio perdido en el camino, tiene 3 km para más adelante, amigo.
-Sí, ya he venido otras veces-contesté-¿Usted hace mucho que vive por aquí? -pregunté, por preguntar algo.
-Y si-me dijo con voz nostálgica- casi toda mi vida, setenta años, más o menos. Pero soy del sur del Chaco. A los 8 años mis padres se vinieron a este lugar. Había trabajo en esa época. Desmonte, mi padre y mis hermanos eran hacheros.
-¿Y siempre vivió aquí?
-Si amigo-contestó echando una mirada al escenario del lugar-aquí llegamos a ser unafamilia grande. Pero el tiempo nos fue desparramando, mis padres murieron y mis hermanos conocieron sus mujeres y se fueron lejos…ni noticias tengo de ellos, creo que para el sur, la Patagonia.
-Y Usted ¿se quedó solo por aquí?

Don Requena hizo un silencio y miró hacia el cielo que se veía hermoso, diáfano a través de las ramas de la arboleda de su patio. Parecía buscar las palabras más adecuadas para contestar mi pregunta.
-No siempre estuve solo. También conocí una bella mujer que me acompañó mucho tiempo. Tuvimos dos hijos. -¿y qué sucedió?- inquirí curioso.
-y…la vida amigo, la vida-respondió Requena pasando de nostálgico a entristecido –no aguantó tanta soledad, tanta pobreza-continuó- no la culpo. Ella pensó en los hijos. ¿Qué futuro tendrían acá? Un buen día que yo andaba hachando por el monte aquel –señaló con su brazo- volví y solo encontré una nota que decía simplemente “me voy Hilario, perdóname”. Jamás supe de ella ni de los críos míos. Hoy serán hombres ya. Ojalá les haya ido bien.

Requena bajo la vista, tomó una varita del suelo y empezó a hacer garabatos sobre la tierra sin decir una palabra. Solo atinó a alcanzarme un mate.

Así es la vida Don Requena-le dije, como para llenar el silencio-¿qué le pasó en el ojo?-una espina de una rama que no vi-contestó-el monte es traicionero, a veces. Pero me acostumbré a querer todas estas cosas que viajan conmigo-reflexionó.

Esta afirmación de Requena me dejó pensando. “¿querer estas cosas que viajan conmigo?”. ¿Qué filosofía era la de este hombre?

-Y si amigo –continuó- al final uno aprende de sus defectos, sus desgracias. A veces pienso que si no me hubieran ocurrido tal vez no habría apreciado otras cosas que Diosito me regaló. Puedo arreglarme con un solo ojito y ¿sabe cómo lo quiero al pobre?-rió con cierta inocencia infantil y siguió hablando-¿ve la pierna?, no es renguera, amigo, me falta -se levantó la botamanga y vi la pierna ortopédica, “de palito”, como él la mencionó- pero igual me muevo, camino -dijo orgulloso- al principio me costó, pero me acostumbré y cada paso que doy lo valoro. Ya lo ve, peleo la vida, amigazo. No me quejo...-se quedó callado un instante y agregó- ¿y con quién me voy a quejar si estoy solo como loco malo? -su risa esta vez fue sonora y mejoró el mate cambiando un poco de yerba, luego siguió hablando-.
-Uno se vuelve humilde a la fuerza -acotó- a veces los errores y las desgracias son mejores que los consejos – señaló – al final uno le hace más caso.

Después de decir todo esto se quedó en un silencio calmo, mirando nuevamente el suelo de aquella tierra agreste. Lo miré, también en silencio, tomé uno mates más y me dispuse a continuar mi destino. Nos despedimos como si fuésemos conocidos de siempre.

Mientras marchaba iba pensando en las palabras de este ser humano. Con sencillez me enseñó no solo a cambiar una rueda con las tuercas demasiado ajustadas. También aprendí a querer una vieja compañera que, siendo una espina en la carne, algo me estará enseñando en la vida. "¡Vaya uno a saber!"...diría aquel viejo.

Hermosa la filosofía de Don Hilarión Requena, olvidado por el mundo, allá en Palo Negro, a la orilla de la ruta 34.

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Autor: joaquin piedrabuena
Enviado por joaquinpoeta-01 - 05/07/2012
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2) Farfalladiluce dijo...
Farfalladiluce
sabias palabras las de Don Requena
_"Aprendemos mas de los errores y desgracias que de los consejos mismos. Guiño "
 0   0  Farfalladiluce - [10/08/2012 00:05:25] - ip registrada
1) damaquito dijo...
damaquito
La historia de Palo Negro, es una historia tuya, mía, de Hilario Requena, o quizá de todos, la vida nos depara muchas sorpresas, alegrías y sinsabores enseñándonos a convivir con las circunstancias aunque constantemente al hacer un alto en neutros andares exhalemos un suspiro nostálgico, una sonrisa de orgullo o satisfacción. Bello relato amigo, gracias por haberlo escrito.
 0   0  damaquito - [06/07/2012 20:07:01] - ip registrada
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