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El otoño en Barcelona (en un futuro no muy lejano)

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Casi anochece. El sol va desplazándose hacia las montañas y la calle se ha tornado azul, sólo la debilidad de la luz mortecina de las farolas, ilumina pequeños espacios que acentúan la soledad de las calles. La ciudad desaparece tras un velo pegajoso e insano tejido por los humos contaminantes del asfalto. Desde las fachadas de los edificios se mandan mensajes incoherentes que prometen felicidad a una ciudad fantasma. Las estatuas, olvidadas en sus pedestales, afrontan el paso del tiempo con la dignidad de un soldado derrotado en mil batallas, pero nunca vencido su espíritu.


Hace dos días llegó el Otoño. Como cada año, desde hace ya algunos, me preparo, como lo hacía antaño. Saco las alfombras del armario y las extiendo a mis pies; guardo las cortinas de verano, de algodón, y saco los viejos cortinajes de pesada tela. Me gusta el sonido de ese torrente de lanas y terciopelo, escurriéndose entre mis manos hasta quedar encima del suelo, de puntillas, como las bailarinas sobre sus zapatillas de raso. Suelo acercar mi nariz y oler su perfume de alcanfor y lavanda y entonces es cuando comienzan a reavivarse los recuerdos.


Abro las cajas que subo del trastero y voy depositando sobre mi cama los vestidos de gruesos tejidos. Miro las chaquetas de cuadros, los abrigos de ante y cuero, me cubro la cabeza con sombreros de colores discretos, mientras voy colocando en hileras, según las formas y tamaños todos los jerseys que he ido coleccionando. Me comporto como una artista. Con esta paleta de colores voy dibujando durante horas paisajes no olvidados.


Luego, viene la ceremonia de bienvenida a la nueva estación. A oscuras, tragada por la voracidad de la noche me he puesto mi más grueso pijama de lana, el naranja. El me lo regaló un día de aniversario. Siempre se reía de mí cuando me acurrucaba junto a su cuerpo tibio mientras me abrazaba llamándome friolera. La tela aún lleva la huella de su perfume, de sus manos. Si cierro los ojos puedo sentir su aliento sobre mi cuello. Luego, oculta tras los gruesos cortinajes para que no delate mis actividades perseguidas por la Liga, enciendo una velita que escondo celosamente. Me siento en el suelo, sobre la alfombra y cuando enciendo el aparato salvado de la quema purificadora de los Controladores de Felicidad, se que se volverá mágica y volando nos iremos de este perverso mañana.


El cielo es gris y amarillo, después se va tornando rosado, lila…los árboles primero verdes, llenos de flores y frutos vuelven a verse aún verdes pero con matices ocres. Me sorprendo recordando nombres al ver brillar sobre sus ramas manchas de color madroños, membrillos, caquis, naranjas.


De pronto aparece el bosque. El viento mueve las ramas de los árboles, abanicando los arbustos que crecen a sus pies. Veo los pinos muy altos, junto a los eucaliptos y los robles bailando al mismo son: uno, dos, uno, dos…Atrás ha quedado el verano con sus luces brillantes y largos atardeceres. El bosque se ha vestido de Otoño y algunas de sus hojas han amarilleado. Otras se han convertido en lenguas de fuego y otras, se han secado y caído al suelo alfombrando los caminos y senderos; aquí y allá el musgo crece al borde de los riachuelos. Luego llega la lluvia, se oyen las gotas caer sobre las hojas de los árboles tac, tic, tac, hasta componer una sinfonía sobre los troncos desnudos, rebotando sobre las piedras solitarias, se desliza formando ríos en el follaje almohadillado del bosque. La tierra se oscurece, se prepara para el largo sueño que la naturaleza le demanda.


El silencio reina en el bosque. Las aves, con los primeros fríos han emigrado y sólo quedan en las ramas los nidos vacíos, ausentes de cantos y juegos. Las ranas han enmudecido y han dejado las charcas, inundadas por la crecida del río, abandonando sus trajes de baño en los nenúfares corrompidos.


Pero no todos los habitantes del bosque han huido. Las ardillas se hacen collares de nueces y castañas y los lobos husmean las cortezas de los árboles buscando cualquier rastro que los lleve hasta su destino.


Las montañas brillan a la luz de la luna. Las primeras nieves ya han caído y el bosque, va desapareciendo tras la niebla.


Me quedo mirando el aparato que sólo hace un ruidito sordo. Ha acabado la cinta. La coloco en su caja donde pone: último Otoño.

Imposible dormir. Saco las cortinas. Vuelvo a colocar toda ropa en las cajas, que ocultaré en el trastero. Enrollo la alfombra y la guardo en su bolsa. Abro la ventana a la ardiente y negra noche de Otoño de Barcelona. Hace años que desaparecieron las estaciones. Sólo queda una ,ésta. No hay lluvia, no hay nieve…sólo sol. Un implacable y ardiente sol…

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Autor: Mary Carmen
Enviado por marycarmen - 09/07/2012
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2) aguzmanr dijo...
aguzmanr
estaba muy bonito el relato.Gracias
 1   0  aguzmanr - [09/07/2012 15:47:27] - ip registrada
1) marilin dijo...
marilin
Precioso relato, enhorabuena. Sonrisa
 0   0  marilin - [09/07/2012 08:05:52] - ip registrada
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