El Policía José siempre que tenía una comisión de mucho riesgo, con anticipación acostumbraba a acondicionar todo sus implementos, especialmente su arma de fuego, desmontaba toda sus piezas limpiándolas, para volver a armarlas previa aceitada, rastrillaba y luego martillaba una y otra vez; su funcionamiento perfecto le daba la garantía de que en ese aspecto podría estar confiado.
Aquella vez mientras relazaba la misma operación en su humilde hogar, su esposa por la rutina, comprendió lo que tal acto significaba para ella y empezó a preocuparse mucho mas que las ocasiones anteriores, quizá presagiaba que algo malo podría ocurrirle al hombre que verdaderamente amaba; al despedirse suspiró muy triste y profundamente.
–Anda con Dios amor– le dijo mirándole a los ojos con actitud amable, franca y dulce, que José trató de eludir –cuídate mucho, recuerda que nuestra hija y yo estaremos esperándote. Las palabras de la dulce mujer denotaban verdadera preocupación y angustia. Su hija aun no cumplía un año de nacida y él cegado por sus obligaciones y compromisos personales no la prestaba la atención que se merecía, sabia que estaba obrando incorrectamente pero no hacía nada por remediarlo.
Las especiales atenciones, la dulzura de su carácter, el amor abnegado de madre y esposa, no lo advertía o tal vez no le parecían suficientes, deseaba salir de la casa cuanto antes con rumbo a la supuesta y delicada misión que la superioridad decía haberlo encomendado, al menos eso es lo que a su esposa le hacía creer. Tenía el plan perfecto y casi todo las circunstancias complotaban a su favor, ello le hacia presumirse de triunfador y hasta se imaginaba ser la envidia de sus compañeros.
Ningún remordimiento le acusaba la conciencia, ahora su mente estaba centrada en las horas muy felices que pasaría al lado de la mujer que decía amarla, le engreía, y le hacía vivir los momentos más placenteros, pero luego le exigía sutilmente y con muchas artimañas lujos y vanidades, lo cual complacía con prontitud, estaba cautivo por su belleza física y la magia de sus caricias.
A las dos con treinta minutos de la mañana, retornó a su casa, imaginando que su esposa ya se encontraría dormida, al tratar de ingresar, advirtió una luz en el interior, miró por la rendija y vio que su esposa tejía un ropón para su hija, nunca la había contemplado sin que ella se diera cuenta, la notó muy cansada, bostezaba, a su lado su pequeña hijita dormía plácidamente, miró el reloj, agachó la cabeza y juntando las manos empozó a orar.
Al observar aquella escena José se sintió el tipo más vil, ruin, sucio y despreciable; se preguntaba ¿Qué estaba haciendo de su persona?, ¿Qué estaba haciendo del amor que un día le había jurado ante el altar?, ¿Qué estaba haciendo con su humilde hogar?, ¡y su hija!
Fue en esos momentos que recién comprendió la grandeza del noble y amoroso corazón que irradiaba su esposa, le estaba esperando como dijo y ahora oraba por él, oraba para que en la misión policial no me ocurriera nada, sintió una inmensa carga en la conciencia, el corazón le dolía, un nudo muy doloroso en la garganta le provocaba llorar, y no pudo soportar mas, ingresó dispuesto a confesarle toda la verdad, a pedirle de todo corazón que la perdonara, ella al verla se abalanzó sobre José estrechándole fuertemente en sus brazos le ofreció sus labios feliz por su llegada.
–Amor, gracias a Dios que llegaste sano, estuve rogándole que te proteja– Le dijo, la cubrió de besos y permanecieron abrazados, los dos lloraban.
–Quiero decirte algo amor mío– le dijo, secándole las lagrimas dispuesto a ser sincero y pedirle perdón, ella respondió muy serena.
–No cariño, es muy tarde, mañana me cuentas todo, es hora de dormir. José, algo dubitativo se dirigió al baño, se ducho tan escrupulosamente como tratando con ello borrar toda la carga negativa que arrastraba en su conciencia. Cuando fue al dormitorio la encontró profundamente dormida, a pesar que en su rostro se veía los vestigios de cansancio, se la notaba diáfana, dulce y muy hermosa. José no fue digno de acostarse a su lado permaneció en el diván pensativo y sin poder conciliar el sueño.
Desde aquel día comprendió y valoró el significado del verdadero y fiel amor de su querida esposa, posteriormente consideró que no sería necesario decirle la verdad, pero se hizo la firme promesa de no incurrir más en ese tipo de errores. Pasó el tiempo y su familia creció, sus hijos triunfan en los estudios y en la vida, son amables y muy cariñosos, con ello la felicidad se incrementa cada día mas y mas en el humilde hogar del policía José.