El navegador que utiliza no soporta el javascript

Síguenos en

Siguenos en FacebookSiguenos en TwitterSíguenos en Google+

El rey Leiva.

ver las estadisticas del contenidorecomendar  contenido a un amigo
compartir en facebookcompartir en twittercompartir en tuenticompartir en tumblrcompartir en meneame

Llegó el tiempo de comenzar la escuela primaria.

Yo no tenía la experiencia de mis futuros compañeros. Ellos habían asistido al jardín de infantes y eran del "pueblo". Muchos se conocían.

Así que mis temores acerca de lo que iba a ocurrir el primer día de clase se intensificaban a medida que el Febrero de 1966 se consumía entre calores, lluvias y alguna mañana fresca.

En Marzo comenzarían las clases.

Con mi madre fuimos a la tienda de Don Mansur a comprar todo lo que hacía falta: guardapolvo, camisa, medias, zapatos y un pantalón corto azul oscuro que, recuerdo, me llegaba hasta las rodillas.

También los útiles escolares: lápiz Faver, Goma de borrar "Dos Banderas", goma de pegar "Plasticola" y un cuaderno "Rivadavia". Lápices de colores, plastilina, papel glasé opaco y brillante, yo estaba emocionado por ser el centro de la atención... y de los gastos.

Por fin llegó el día.

Salí de la casa de la estancia con muchos nervios. Estaba duro mi cuerpo y el guardapolvo almidonado también.

Lo peor era que mis hermanos y algunos peones estaban llegando del campo para almorzar, así que no pude evitar las bromas de la mayoría.

Mi madre gritó, casi con desesperación, cuando el "Coral" se me acercó para olfatearme.

-¡Cuidado, Jorge, que no te vaya a ensuciar!

-¡Fuera perro! -Gritó Juan Caezán, que recién llegaba. Luego atinó a decirme con su acostumbrada ubicación:

 

-“ta’ buen mozo el Gurí” Y se retiró sin decir más.

 

Como tenía cierta ascendencia sobre los demás peones parece que su aparición bastó para que todos se retiraran rumbo al galpón y se acabaron las burlas.

Subimos al Sulky, y ya salimos al compás del trote cansino del "Ñato”.

Llegamos. Atamos una rienda al palenque recién pintado con cal que estaba en la vereda de la escuela.

Entramos. Yo como abrojo aferrado a la mano de mi madre quien habló con una de las maestras. La Maestra me llevó a la fila de Primer Grado. Noté que, al pasar, me miraban de reojo los demás chicos y parecía que algunos se decían cosas al oído.

Yo miraba hacia abajo, tenía miedo de levantar la vista. Duro en la fila, duro como ese cuello de la camisa, también almidonado, que ya comenzaba a molestarme.

En eso, alumnos más grandes entraron con la bandera, y después de unas palabras se entonó el Himno Nacional.

Yo, ni siquiera sabía una estrofa. Pero la música me hacía latir más fuerte el corazón, algo que aun hoy, sin ser un nacionalista, me ocurre.

Veía como cantaban los de adelante y las niñas que estaban formadas al costado izquierdo. Me animé y comencé a susurrar algunas palabras, como para hacer creer que cantaba y de paso escudriñaba los rostros de los demás chicos.

Todo parecía normal hasta que una de las que sería mi compañera de grado me miró desafiante y... con total frialdad me sacó su enorme lengua. Me puse rojo de vergüenza y volví a bajar la mirada. Más tarde supe que su sobrenombre era "Pelusa".

Terminó el Himno y las maestras nos hicieron pasar a un aula prolijamente pintada y con olor a perfume de ambiente. En ese preciso momento me acordé de la estancia, del potrero, del ombú, del "Coral" y de los cuentos de los peones en las noches de asado en el galpón. Me ubicaron con un chico de aspecto pulcro y bien peinadito a la "gomina", se llamaba Carlos Burgos.

Se lo veía simpático y algo conversador. Eso me tranquilizó bastante.

Alcancé a ver a mi madre que, antes de retirarse, me saludaba apenas asomada a la puerta del aula.

Ese fue el comienzo de mi vida en la escuela.

La señorita nos preguntó los nombres a todos, yo dije el mío con vos temblorosa y luego nos hizo dibujar una fruta en el cuaderno, yo recuerdo que dibujé una manzana. Al pasar por los bancos la señorita se detuvo, vio mi dibujo y al ver que yo le había puesto nombre me dijo:

-“Jorge Leonardo, ¿sabes escribir?”

-Sí, -contesté creyendo que me iba a elogiar.

-“Bien, pero no te apures, ya llegará el momento para ponerle el nombre a los dibujos, ahora tienes que borrarlo.”

Mis compañeros, incluso Carlitos, me miraron de una forma que mis ojos se llenaron de lágrimas. Pero no aflojé. Recordé las palabras de mi padre: "los machos no lloran".

Igualmente se me vino el mundo abajo. Fue la primera vez que hice algo mal por apresurado y parece que este error lo volvería a cometer varias veces a lo largo de mis años, para que negar.

Llegó el recreo. Todos salimos con nuestro vasito plegadizo para tomar agua y comernos las galletitas "Manón" que por entonces eran novedad.

Me quedé apartado mirando como la mayoría se divertía jugando a la policía y el ladrón. Las chicas hacían rondas.

De repente se acercó un chico. Debería ser de Cuarto o Quinto que me dijo:

 

-¿Vos sos de primero?

-Sí, Contesté.

-Vení, el rey Leiva los quiere ver.

-¿El Rey Leiva?, dije.

-Si. El tiene que darles el bautismo de fuego.-respondió el muchacho.

 

Reconozco que me temblaron las piernas y la boca del estómago, pero fui con el chico.

Detrás de una de las aulas, entre el alambre tejido y la pared del fondo habían armado una especie de escenario con una pila de ladrillos y sobre ésta, sentado en una silla "El Rey" Leiva.

 

¿Quién era el rey Leiva?

 

Un alumno de varios grados repetidos que debería tener entre quince y dieciséis años. Alto, rubio y de cabello crespo. Su boca siempre estaba entreabierta y sus ojos traslucían un toque de tristeza. Sus brazos eran largos y fornidos; sus manos dejaban ver que debería realizar un trabajo duro.

A sus órdenes un grupo de alumnos de cuarto y quinto grado iban llevando uno por uno a mis compañeros hasta su “trono” y este pintoresco “Rey” les hablaba algo al oído y luego le daba una palmada, hacía una seña a sus “servidores” y estos los iban liberando de aquel ritual insólito y, al parecer, bastante inocente. No obstante las apariencias engañaban.

Por fin me tocó el turno. Estando frente al “rey” Leiva volví a recordar por un instante los árboles de La Escondida, a Juan Caezán, dándome unas palmadas de estímulo.

Una mano pesada me devolvió al lugar donde estaba, el propio “rey” me acercó su boca al oído tomándome de la nuca y me preguntó:

 

-“Vos, ¿de qué cuadro sos?”

-“de Boca”, le contesté.

 

Hubiera sido peor darle un golpe o algo así. Se enfureció y se levantó de la silla gritando:

 

-“¡Castíguenlo!”.

 

Evidentemente el "rey" era de River.

Sus secuaces me agarraron de los brazos, y uno de ellos con una rama de paraíso me azotó las piernas.

A decir verdad no fue tan fuerte el castigo, pero los nervios me traicionaron. Comencé a forcejear y pude soltarme, tomé una rama yo también y encaré para el lado del “rey”. Este se adelantó y me dio un empujón que me tiró al piso.

Tomé un cascote y se lo arrojé rozándole la cara. El “rey” se salió de sí, me tomó con sus brazos de las solapas del guardapolvo y me levantó hasta poner mi cara frente a su rostro:

 

-“¿De qué te las das guacho?”, me dijo.

-“De nada, le contesté, soltame o vas a ver con mi hermano”

 

Mi amenaza pareció tener efecto, luego de decirme una serie de insultos, el “rey” Leiva me dejo en el piso. En eso tocó el timbre.

 

-“Ya vas a ver la próxima vez”, balbuceó.

 

Yo no podía creer lo que me estaba sucediendo. Al entrar al aula Carlitos Burgos me puso una mano en la espalda y me dijo:

 

-“¡Te la aguantaste, he!”

 

Creo que ese comentario me dio cierto aire de suficiencia, aunque pronto me daría cuenta que el Rey Leiva tenía planeado hacerme la vida imposible en otras ocasiones.

Llegó el segundo recreo y todo estuvo mejor. Pude jugar “a la Poli” con mis nuevos amigos. En mi mente comenzaron a grabarse los nombres de Julián, Carmelo, Daniel, Roberto y otros.

Terminó ese primer día de clase y al salir estaba mi madre aguardándome con las ansias que podrán imaginarse. Yo salí mirando para todos lados, pensando en que “el rey” pudiera estar esperándome fuera del colegio para pegarme. No fue así. No quise preocupar a mi madre con lo que me había sucedido, así que hablé de lo que hicimos en clase.

Eso sí, al llegar a la estancia, corrí para contarle todo a mi hermano Armando. Como era de esperar me prometió su protección. El iba a llegarse, y a la salida, si esto seguía, tomaría cartas en el asunto. Me quedé tranquilo.

No obstante, durante aquella primera semana de escuela no tuve más noticias del “Rey”. Se ve que además de repetidor era de faltar seguido.

Por otra parte, cada vez me sentía mejor con mis amigos, tanto en clase, como en el recreo. Todo era nuevo para mí.

Después llegaba a la estancia y me ponía a hacer los deberes, que para entonces eran pocos y muy elementales. Rayas, “palotes”, puntos, guiones y dibujos sencillos.

Ahora bien, recuerdo que había un kiosquito en el colegio donde solíamos comprar bolitas, figuritas y golosinas.

Ocurrió que en el tercer recreo de la tercera semana de clase yo estaba en la fila para comprar un alfajorcito. Abrí las manos para contar las moneditas y de repente de un manotazo me las arrebataron. Miré hacia atrás y… ¿quién creen que estaba?

Si. El Rey Leiva.

 

-“Si abrís la boca cobrás”, me dijo.

 

Me quedé mudo, tembloroso e impotente. Iba directo a contarle a la maestra, cuando “el Rey” me tomó del brazo y zamarreándome con fuerza me dijo

 

- “¿Adónde vas, maricón?”

 

Le grité que me soltara, que me dejara en paz. Dejé caer, por fin, mis primeras lágrimas y me acurruqué contra la pared con la cabeza entre las piernas. A todo esto nadie se metía con el bravucón de Leiva.

Otra vez le volví a contar a mi hermano los hechos y de nuevo me calmó diciendo que iba a ir para terminar con esto.

El “rey” Leiva todos los días me quitó las monedas, a lo cual yo ya no presentaba oposición. Era evidente que me había vencido. Y mi hermano, tal vez por el duro trabajo de la estancia, no pudo ir.

Llegó la llamada “Semana santa” y yo me sentí liberado de ir a la escuela. Me encantaba asistir, pero el “Rey” me hacía perder el gozo. Me había agarrado de punto, como vulgarmente se dice.

Esa semana un grupo de albañiles aprovecharía el feriado para realizar un trabajo en la casa de los dueños de “La Escondida”.

Yo me levanté temprano el jueves porque me llamó la atención el ruido de la máquina hormigonera. Veía que la gente llevaba baldes con arena, otros con cemento o cal, otros con canto rodado. Era una novedad para mí.

Me despertó más curiosidad el ver que todos se cubrían la cabeza con una especie de gorro construido con papel de diario.

Uno de los albañiles daba las órdenes y todos marchaban al compás de este. Pero algo iba a suceder.

En un momento alguien quiso arrojar el cemento dentro de la hormigonera y resbaló en el barro que se formaba alrededor de la máquina.

El preciado polvo verde fue a parar al piso y esto enfureció al que daba las órdenes.

No sé de donde tomó un rebenque y lo cruzó a longazos .Yo quedé con la boca abierta.

Me acerqué más para ver el rostro de aquel infortunado albañil y… casi me desmayo: era el “Rey” Leiva. Y el que le había dado los azotes era su propio padre.

Inmediatamente corrí a donde estaba mi hermano Armando y, casi sin respirar, le conté todo.

 

-“Dejámelo”, me dijo y de inmediato se les fue al humo a los albañiles.

 

Vi que el padre de Leiva hacía ademanes explicativos, como disculpándose, luego, tomando el látigo, se fue a donde estaba el “Rey” y volvió a cruzarlo a longazos.

Sin embargo Armando lo calmó. Me llamaron y le hicieron prometer al “rey” Leiva que ya no me molestaría.

Armando, con sus ojos claros, pero filosos como el acero, lo miró fijamente y le dijo:

 

-“¿Entendió, m’hijo?"

 

El otrora imponente y soberbio rey de la escuela, retorciendo la espalda por el castigo, asintió con la cabeza.

El rey Leiva había caído y mal. Ahora todo cambiaría a partir del lunes.

No solo que no habría monedas para él, sino que tampoco se me podía acercar.

Así que ese lunes fui al colegio con toda la alegría que se pueden imaginar.

Dentro del aula, la señorita me llamó la atención por conversar demasiado.

Los volví locos a mis compañeros. Yo mismo le saqué la lengua a “Pelusa”.

Llegó el primer recreo y salí para gozar de mi “liberación” pero ahí nomás me tomaron del brazo. Miré hacia mi costado y era el “rey” Leiva.

Me asusté, pero noté que sus ojos estaban más tristes que nunca.

Agachó la cabeza y me dijo:

 

-“Perdoname, lo que pasa es que aunque trabajo con mi padre él no me da nada. Las monedas que te sacaba eran para comer algo con mi hermanito. A veces mi padre me descubría las moneditas y se las agarraba para ir a lo de “Don Julio” a chupar vino. Yo recibo de él solamente esto: … ¡miráme el lomo!”.

 

Se levantó el guardapolvo y la remera que llevaba debajo, se dio vuelta y pude notar en su espalda los surcos hechos con el trenzado del látigo.

Estaban los recientes, pero también había varias marcas cicatrizadas que evidenciaban tener más tiempo e indicaban un castigo frecuente.

El “rey” era víctima de su padre. Un hombre borracho y golpeador.

Se comprendía el comportamiento de Leiva en la escuela. Para él, golpear a los niños, sacarles las monedas y atemorizarlos, era normal. Ese era su ambiente, su crianza.

Esto, por supuesto, lo entendí más tarde.

 

Sin embargo terminó de hablar y yo sentí el deseo de compartir mis monedas con él. Leiva no quería tomar el dinero pero insistí hasta que accedió.

Desde entonces, por un tiempo, el “rey” fue mi amigo “más grande”, pese a la desconfianza de los demás chicos.

Un día Leiva salió de la escuela y jamás volvió. Nunca supe donde vivió, ni que fue de él más tarde.

Tendrá hoy unos cincuenta y tantos años, quisiera de todo corazón, que Dios, con sus poderosas manos, le haya curado todas sus heridas, las de su castigada espalda y las del alma.
 

Vota:
Resultado:
(4 votos: promedio 7.75 sobre 10)
Autor: joaquín piedrabuena
Enviado por joaquinpoeta-01 - 27/08/2012
ir arriba
COMENTARIOSañadir comentario
Regístrate en la web para poder comentar
o conéctate con Facebook
0 Caracteres escritos / Restan 1000
Aburrimiento Mmmmm... Me callo. Confundido Sorprendido Sonrisa Guiño Risa Fiesta! Diablo Beso Lengua Inocente Mier..! Enfermo Enojo Triste Llanto 
1) RaulV dijo...
RaulV
Orale!!! Esta bueno!
 0   0  RaulV - [30/08/2012 22:44:05] - ip registrada
Esta web no se hace responsable de los comentarios escritos por los usuarios. El usuario es responsable y titular de las opiniones vertidas. Si encuentra algún contenido erróneo u ofensivo, por favor, comuníquenoslo mediante el formulario de contacto para que podamos subsanarlo.
ir arriba

¿Cómo crear un Album Digital Hofmann?
Organiza las fotos de tus vacaciones, bodas y otros momentos especiales en un album Hoffman personalizado en sólo tres pasos:
- Descargar Hofmann gratis
- Pon el codigo registro hofmann 410767
- Crea el álbum en tu ordenador.
- Recíbelo en tu casa sin gastos de envío.

¡Ahora también calendarios personalizados

Ya disponible la versión de Hoffman para MacSíguenos en Facebook!

Uso de cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia de navegación y ofrecer contenidos y publicidad de interés. Al continuar con la navegación entendemos que se acepta nuestrapolítica de cookies. Aceptar