Expertos y notables
El contraste entre lo virtual y lo normativo puede aclararse un poco con un ejemplo muy simple de la vida social. Cuando tenemos un caso muy difícil de salud convocamos a una "junta de médicos", que es un caso especial de una junta de expertos. Se trata de un conjunto de personas con conocimientos expertos complementarios que pueden aclarar y aportar una solución al caso difícil. No necesitamos repetir especialidades, pues si los expertos están bien escogidos cada uno será eminente en una disciplina y su saber vertirá luz, gracias a su ciencia, en asuntos que no cubren los otros. Por ejemplo, la junta podría estar integrada por un oncólogo, un endocrinólogo y un geriatra. O si se tratara de un caso jurídico complicado, una compañía podría asesorarse con un abogado internacionalista, otro constitucionalista y un tercero experto en derecho del trabajo. Una junta de expertos representa a la ciencia y a la técnica, en su versión más actual y excelente posible, ante el problema concreto.
Cuando hay un problema de crisis política importante se convoca en cambio, o se convocaba por lo menos en el "tiempo de antes" (que por supuesto quiere decir cuando yo era niño), a una "junta de notables". Esto es una solución política o ética. Aquí se escoge a un grupo de personas ilustres, por su probidad, por su educación, por su historial de servicio público, por su edad, por su riqueza, o ... por su cuna. Estas personas no tienen experticia especial, sino que más bien repiten sus competencias, y el sentido de su escogencia estribaba precisamente en esa redundancia. Frente a la ignorancia, el camino es multiplicar los experimentos, las experiencias, para aumentar las probabilidades de acertar dentro de un contexto de conocimiento fragmentario, incompleto e inexacto. Un análisis profundo de este tema puede encontrarse en el diálogo que sustuve el año pasado con el economista Alberto Di Mare y que está publicado en Acta Universitaria y en mi sitio Web ( DI MARE Y GUTIÉRREZ 96).
La razón del contraste con el caso anterior es muy simple: en el caso de la junta de expertos, el campo de consideración es un campo de conocimientos seguros, por lo menos razonablemente establecidos. Es un caso para la técnica o la ciencia. Pero la junta de notable se reune más bien para discutir un problema político. Y en política, por definición, sabemos muy poco. La política, como conocimiento, es una categoría residual. Es lo que queda cuando hemos sustraído todo aquello sobre lo que sabemos claramente algo. En el resto lo que impera no es la ciencia, sino el "sentido común", o el "olfato político", si se quiere. En este caso, entonces, lo importante no es la complementareidad de conocimientos especializados sino más bien la redundancia de conocimientos amplios pero poco confiables. La esperanza es que donde sabemos muy poco, la superposición de conocimientos vagos, imprecisos o incompletos nos integre un cuadro con una opinión resultante en que sí se pueda confiar. Por supuesto en este caso la mejor junta de notables sería la consulta a todos los ciudadanos, porque así obtendríamos la máxima redundancia, y la máxima posibilidad de que alguna de las ponencias contenga una solución acertada.
Es evidente que en nuestra historia patria la convocatoria a juntas de notables ha caído en desuso. En este fenómeno deben estar operando dos causas: por una parte, el avance de las ciencias sociales, especialmente la economía y la estadística, que ha creado zonas de experticia donde antes nos encontrábamos completamente dentro del reino de lo opinable; pero por la otra, también ha avanzado nuestra concepción de la política como un proceso de experimentación y concertación, como un método de investigación y, como resultado, una actividad cada vez más abierta a la participación de los ciudadanos, cada vez menos elitista.
La pertinencia de este análisis con la discusión anterior sobre la tensión entre lo normativo y lo técnico es obvia si se considera que la política es esencialmente parte de la ética: es la ética de lo colectivo. La tensión aquí toma el siguiente carácter: la humanización del hombre, el ascenso de lo virtual sobre lo simplemente físico, el paso de la ignorancia que quiere dejar de serlo hacia el conocimiento que se consolida y utiliza, es igualmente un progreso desde la política y la ética hacia la ciencia y la técnica. Nadie negará, creo yo, ninguno de las siguientes dos constataciones: primero, que con el paso de los siglos cada vez más asuntos, que antes solo podían resolverse con criterios políticos, se pueden resolver ahora con criterios técnicos; y segundo, que cada vez menos asuntos se resuelven de hecho invocando criterios puramente políticos y más se resuelven con el concurso de expertos y como resultados de recomendaciones técnicas. Lo cual no significa que en todos o en la mayoría de los casos los criterios técnicos prevalezcan sobre los criterios políticos, sino simplemente que cada vez es menos factible para un gobernante aparecer ante los ojos de sus electores como habiendo actuado puramente por razones de clientelismo político y no en virtud de criterios técnicos.
Entiéndaseme bien: no estoy contra el imperio de los valores en la vida individual o colectiva. Todo lo contrario: por definición, la vida personal o social solo tiene sentido como realización de valores. Los valores son todo aquello de que podemos disfrutar individual o colectivamente. Solo quiero señalar que las normas, jurídicas o éticas, son criatura de la libertad, y la libertad es criatura de la ignorancia, el único verdadero método que tenemos de superarla. En un mundo en que reina la escasez y la falta de conocimiento, el único medio efectivo de superar ambas es la experimentación, el ensayo y el error, y la rectificación progresiva con vista a los resultados obtenidos. Y para que haya experimentación es necesario un contexto social en que cada uno respete el experimento del otro y todos puedan beneficiarse de los resultados de los experimentos de todos. La libertad es nuestro único camino para conseguir el conocimiento, y con él la abundancia; y la ética y el derecho son solamente los medios de asegurar y mantener el ejercicio de la libertad en un mundo con pluralidad de sujetos. Solo en el mundo de Robinson Crusoe, aislado en una isla desierta, la ética y el derecho son innecesarios. El conocimiento, por su parte, y no la ética, es lo único que nos da seguridad y nos permite el disfrute de los valores, en última instancia el único medio para existir plenamente en el nivel virtual que es propio de la naturaleza humana.
En esto consiste la condición humana: como especie zoológica, una de las más desarrolladas y complejas, el ser humano vive inmerso en el orden de la necesidad de las leyes naturales. Existe porque esas leyes se lo permiten, y la evolución ha encontrado una fórmula oportunista para explotarlas por un tiempo en su propio beneficio como organismo y colonia de organismos. Pero gracias a los recursos que evolutivamente ha desarrollado es capaz de acceder al orden virtual, es decir, puede representar simbólicamente los hechos de la naturaleza y sus distintos elementos y relaciones. Pero esa capacidad no es infinita, y cada persona puede generar un número limitado de ideas, la mayor parte de las cuales resultan falsas al enfrentarlas con la causalidad de las cosas. Algunas, sin embargo, tienen éxito, y merecen imitarse y transmitirse de una mente a otra. De la conveniencia de maximizar esas experiencias exitosas surge el orden de la libertad, el órden ético o político, el orden normativo, que impone el respeto de todos a las oportunidades de acción y experimentación de cada uno. Este orden es instrumental y busca la obtención del conocimiento y de la abundancia, que es lo único que puede lograr la satisfacción de los objetivos humanos.