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Virtualidad y política (1)

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Introducción

Este hermoso ejemplar de arte rupestre, descubierto en Combe d'Arc (Ardèche), Francia, hace unos pocos años y que mostramos aquí por una cortesía del Ministerio de Cultura de la República Francesa, constituye un magnífico ejemplo de la virtualidad de que quiero hoy hablar aquí, y ello en un doble sentido. En primer lugar, es una imagen que bajé a mi disco duro -muy pronto después del descubrimiento de la caverna de Combe d'Arc- por medio de Internet. Pero además, su original es el resultado de uno de los primeros casos de ejercicio de la capacidad de virtualizar, es decir, de representar simbólicamente, por parte de nuestra especie. Tuvo lugar ya hace entre quince y veinte mil años, es decir, relativamente cerca del comienzo de la humanización del ser humano. El hombre paleolítico que dibuja en la caverna la representación pictórica del animal que va a intentar cazar al día siguiente no se equivoca al atribuir poderes causales a su acto de representación. Esta objetivación del blanco de su cacería le ayuda a fijar su atención en la especie y detalles anatómicos y de movimiento de su eventual presa. Pero además, es el comienzo de un largo proceso de virtualización que deberá culminar después de una larga historia en el corpus gigantesco de la ciencia y las técnicas modernas.

Si tomamos en cuenta la escala temporal de la evolución biológica, en que un instante es equivalente a unos cien mil años, el momento de la creación de este ejemplar de arte rupestre es prácticamente contemporáneo; ha sido creado por un cerebro y unas manos genéticamente comparables con las nuestras. Si tomamos en cuenta todo lo ocurrido entre esa creación y el presente desde el punto de vista de evolución cultural, por el contrario, entonces nos separa de ese acto de creación un abismo, la diferencia tecnológica entre la decoración monocroma de una piedra no tallada y la transmisión y elaboración de información digital, a una velocidad cercana a la velocidad de la luz, propia de la era informática.

Nos encontramos aquí con un contraste entre la evolución biológica y la evolución cultural. En otra parte he sostenido ( GUTIÉRREZ 97b), con base en el análisis de Daniel Dennett ( DENNETT 95), que ambas evoluciones actualizan un mismo algoritmo, el de "prueba y error" o "investigación y desarrollo". Dicho de otra manera, ambas son ejemplos del procedimiento lógico que asociamos con la selección natural. La diferencia consiste en que en el primer caso la unidad reproductiva es el gen, constituido por ácido desoxirribonucleico (ADN) -una molécula con capacidades de replicación y susceptible de sufrir mutaciones- en el núcleo de las células de un organismo; mientras que en el segundo caso la unidad es el mem ( DAWKINS 76), constituido por una estructura simbólica -una idea digna de imitarse y de experimentar con ella para mejorarla- en la mente de los seres humanos.

En este contexto, la evolución histórica puede ser descrita como el paso de la ignorancia al conocimiento por medio de la experimentación. Partimos de una ignorancia muy especial, la ignorancia de un primate cuya corteza cerebral se ha ampliado repentinamente (en la escala de tiempo biológica) y tiene la conectividad necesaria para aprender, y aprender a aprender. Es entonces una ignorancia con sabiduría potencial, que irá siendo actualizada a lo largo del tiempo. Una sabiduría que surgirá de una incesante experimentación, de ensayos y errores multiplicados por el mismo crecimiento de la población, y por la curiosidad insaciable de cada uno de estos primates de nuevo cuño, ejemplares frescos de Homo sapiens sapiens. La ignorancia del investigador insatisfecho que desea probarlo todo, con la esperanza, muchas veces gratificada, de que su experimentación le descubra un conocimiento mayor y más refinado que el del que ha disfrutado hasta ese momento. Investigación que solo puede operar en libertad, donde la libertad de los experimentos de los otros no sofoque la propia, y donde los resultados de esos experimentos puedan ser usados para potenciar los propios. Experimentación recursiva, en que casi nunca se comienza de cero, y los resultados de anteriores experimentaciones y de las experimentaciones de los otros, a lo largo de los siglos y de los milenios, da la base y los constreñimiento que facilitan las investigaciones propias. Libertad de investigación que solo puede darse en un ambiente social de respeto recíproco asegurado por un orden normativo.


La virtualidad
La noción de lo virtual, tan traída y llevada en relación con fenómenos informáticos como la "realidad virtual" o la comunicación por la Internet, no es un sinónimo de lo falso o lo irreal. Como bien lo hace notar Pierre Lévy, "lo virtual no se opone a lo real sino a lo actual". De hecho, el avance de la virtualidad sobre la actualidad ha sido una característica permanente del proceso de desarrollo de la humanidad: nuestra especie se ha constituido en y por una virtualización creciente ( LÉVY 95). Considérese, por ejemplo, el lenguaje y el arte, grandes y poderosos logros del hombre primigenio: su carácter eminentemente simbólico los coloca de lleno en el orden de lo virtual. La literatura y la ciencia, productos maduros de la cultura, son también esencialmente virtuales, puesto que nos abren mundos insospechados muy diferentes a nuestro entorno físico y social.

En nuestro tiempo, por primera vez en la historia, lo virtual incluye también una dimensión inédita hasta la segunda parte de este siglo, asociada con la manipulación digital electrónica de textos, números y gráficos, y hecha posible por la gran revolución social que asociamos con la palabra informática. A esa dimensión muchos podrían considerarla como el orden de lo virtual por excelencia. A pesar de los innegables aspectos sangrientos y abundantes cataclismos sociales de nuestro tiempo, es imposible no discernir en las fuerzas que operan sobre la sociedad a las puertas del tercer milenio una tónica general de avance en el proceso de hominización del hombre. Este avance está relacionado precisamente con el desarrollo del orden virtual.

En realidad, la cultura ha avanzado siempre, en cada uno de sus pasos, gracias a una transformación de la realidad desde un orden comparativamente más concreto hasta un orden progresivamente más abstracto, simbólico o virtual, y por ello mismo también más poderoso, de mayor alcance y densidad de contenido. Piénsese en la diferencia en grado de abstracción entre el intercambio primitivo de bienes y servicios, y el comercio internacional moderno, basado en moneda cada vez menos concreta y un sistema de precios que equivale a la capacidad abstracta de sustitución de todos los productos por todos los productos. Los separan varios órdenes de realidad construidos a lo largo de los milenios por la mente humana. En el presente, el proceso de virtualización ha alcanzado una intensidad muy grande, dada la intervención de la informática en todos los procesos sociales y económicos.

Considérese, por ejemplo, la desterritorialización de las empresas económicas: el teletrabajo aleja al empleado de las oficinas de la compañía, para situarlo en su propia casa, en locales comunitarios compartidos por varias empresas a nivel de barrio, o simplemente en la carretera o el avión donde puede realizar su trabajo gracias a aparatos informáticos portátiles. Las compañías también relocalizan ciertas líneas completas de actividad en diversas partes del mundo, que quedan coordinadas entre sí por medio de redes telemáticas, como es el caso de servicios telefónicos de atención al cliente de varias empresas americanas -localizados ahora en Barbados-, o el de digitación de cupones de aviación -ubicados en China-.

Un grado superior de la virtualidad económica es el de carácter contractual, y no simplemente geográfico:: una "empresa virtual" en este sentido es la que subcontrata todas sus actividades con otras empresas, de modo que su entidad consiste simplemente en una lista de punteros NOTA 1 hacia otras firmas, también virtuales, hasta llegar progresivamente a la empresa mínima no virtual que realiza una función concreta muy pequeña. Este sentido de virtualidad no es otra cosa que la misma división de trabajo que Adam Smith señaló como fuente de la riqueza de las naciones, pero llevada a su paroxismo, gracias a los medios de comunicación (telemáticos y físicos) característicos de la sociedad contemporánea ( TOFFLER 95).

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Autor: Claudio Gutiérrez
Enviado por webalia - 01/03/2000
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