Llegó a la cima apoyado y aupado por colegas y corporativistas que vieron en él las posibilidades de revivir el trauma del '55. Cogió la mano de quien lo puso para evitar males mayores y la mordió con desvergüenza.
Juró falsamente por la Patria y se mofó de Dios al hacerlo; desde ese momento puso en marcha un plan avieso, destinado a eliminar sistemáticamente a todos aquellos que le hicieran frente -por obra o pensamiento-, a destruir cualquier recuerdo de lo que necesitaba odiar para seguir siendo mayor y a beneficiar de cualquier forma o modo a los que le rendían cortesana pleitesía.
Mató, robó, violó. Quemó y asesinó. Ocultó, mintió; fue ruin y rapaz.
Miró al pueblo a la cara y con desfachatez le dijo: "somos derechos y humanos".
Como animal de presa, persiguió pero no sólo con la intención de la muerte sino -especialmente- con la del daño y el dolor. Podría haberse duchado años con las lágrimas que hizo derramar, pero comulgaba cada domingo y en las fiestas de guardar.
Su guardia de corps le decía "La Pantera Rosa"; en la Escuela de las Américas lo llamaban "Jorgi"; fue amigo de Pinochet y Juan Pablo II (antes había recibido la comunión de Juan Pablo I) y de otros grande de su época con los que montó planes espantosos como el Cóndor.
Murió sólo, como debía ser. En una celda, como murieron tantos porque él lo ordenó.
Posiblemente el infarto le dolió como duelen los infartos, y le dio miedo y se ahogó pidiendo un aire que no entraba y le siguió doliendo sin recuerdos y sin luces al final del túnel del espanto.
Ojalá haya sido así.
Jorge Rafael Videla
Ha muerto un ...
