
Es una pregunta que siempre me hace sospechar que quienes la formulan tienen algo que esconde; algo turbio que, como los vendedores callejeros de relojes robados, me da mala espina.
No es un solo comercio, ni un solo Restaurante, ni un solo bar, donde se producen este tipo de hechos que nos ponen la mosca en la oreja, porque sus propietarios – a veces sus empleados que con ello se sacan un sobresueldo a espaldas de los primeros -, con la preguntita de marras nos ponen en el difícil trance – sobre todo si eres amigo o conocido - de tener que decidir.
¡Señores!. Con ese acto están ustedes defraudando a Hacienda – que somos todos, aunque algunos lo olvidan fácilmente -, porque están obligados por Ley a entregar el justificante de la compra o consumición sin preguntar nada. Luego se cabrean si lo denuncias, cuando debería caérseles la cara de vergüenza por el simple hecho de formular la pregunta. Ya sabemos que este es un país de picaresca donde todo el mundo va a sacar lo que pueda de donde pueda. Pero eso no es todo, no. Lo que mas nos define es que luego se presume ante otros de esos actos punibles, como si el que ha mordido el anzuelo, en lugar de hacerles un favor, fuese un “primo” al que todos los que han escuchado el relato, por el simple hecho de saberlo, deben tratar como tal e intentar engañarlo como lo ha hecho el propietario que pregunta si quería el justificante.

¿Cuándo nos daremos cuenta que el querer sacar mas de lo que se debe por métodos nada legales conduce, antes o después, al juzgado? Puede ser que no todos tengan la misma deferencia para que el comerciante en cuestión se saque un dinerito extra, y, un mal día, tope con alguien que pertenezca a la Delegación de Hacienda u otra institución oficial que denuncie el hecho. Y entonces la multa que le caiga al defraudador centuplique o miltuplique la de todas las facturas que ha ocultado. Es una artimaña de pequeño comerciante que no se ha sabido adaptar a los nuevos tiempos y todavía se siente en la obligación de engañar al cliente como siempre lo habían hecho antes su abuelo y su padre, de quienes heredó las “martingalas” del oficio; como aquel que tenía un cordel atado a la base de la balanza donde pesaba la mercancía y por el otro extremo a un pedazo de madera a ras de suelo que accionaba hábilmente con el pié para aumentar el peso del producto, que en el comercio daba el peso justo, pero que cuando llegaba a casa del comprador había disminuido milagrosamente en unos cuantos cientos de gramos.

Líbrenos la Macarena de ese tipo de comerciantes “listillos” porque son peor que una charca de pirañas. Y no penséis que la cosa ha cambiado con las balanzas electrónicas, que no admiten cordelitos y madera, porque los usureros de hoy en día están al corriente de las nuevas tecnologías, y, por ende, de lo que hay que hacer para trucar las pantallas digitales.
Aunque no tengamos que presentar las facturas en Hacienda para desgravar es un sano ejercicio de nuestros derechos el exigirlas cuando alguien nos pregunte: “ Si, mire, es que me las colecciono, ¿sabe?”...