La Satisfacción Del Deber Cumplido
En el Perú y creo que también en otros países del mundo, la carrera policial cada vez se torna mas difícil por las condiciones de trabajo, el riesgo que implica combatir la delincuencia en toda sus modalidades; desde rateros de poca monta, hasta bandas de criminales muy bien organizados dispuestos a todo, aquellos que desprecian la vida con el afán de apropiarse de la propiedad ajena, a sangre y fuego; terroristas Y narcotraficantes que al verse descubiertos no dudan en sobornar a sus captores con grandes cantidades de dinero y el pobre policía, humano al fin, a veces se siente tentado y algunos sucumben a esa tentación.
El delicado tema del salario del policía, siempre ha sido materia de debate intenso en las esferas del gobierno, El Parlamento, El Concejo de Ministros y hasta en los medios de comunicación masivos, pero por razones políticas mas que económicas, no arriban a acuerdos concretos y como siempre; los afectados resultan siendo “los pobres policías peruanos” quienes tienen que resignarse a seguir adelante, poniendo el pecho y el corazón como escudos para proteger vidas, ganados por amor a su patria, a su institución y más que todo por amor a su familia.
David, policía con muchos años de servicio; sencillo, siempre preocupado por realizar un buen servicio, aquel día, lucia presentable y correctamente uniformado; él como la mayoría de sus colegas en sus días de franco (descanso), se ven obligados a realizar trabajos extras de seguridad en empresas particulares; prácticamente no descansan por que tienen la responsabilidad de procurar de cualquier manera completar la canasta básica familiar, tratar de que sus hijos sean bien alimentados y estudien alguna carrera dignamente, aun a costa del sacrificio de la vida si es necesario y privándose las horas de convivencia familiar que jamás serán recuperados.
Esa mañana calurosa del mes de Abril, mientras David estaba de servicio particular en el Peaje “Chillón” administrado por la Municipalidad de Lima, observó tirado en la calzada un fajo de billetes, lo cogió, miró a su rededor y no había nadie cerca, se alegró; pensando en su buena suerte y continuó trabajando, mas luego los cuento, pensó.
Por inmediaciones de ese lugar, todo los días un joven humilde de unos 16 años, vendía periódicos a los conductores de los vehículos que hacían cola para pagar peaje en las casetas, trabajaba tan arduamente corriendo entre los vehículos, transpirando copiosamente, hasta que de un momento a otro dejó de vender, corría de un lugar a otro, buscando algo en el piso, no preguntaba nada a nadie, cada minuto que pasaba su desesperación era mas evidente, ya se le notaba a punto de llorar; al percatarse de esto David se acerco y le preguntó que es lo que le ocurría, ya sin poder contenerse el joven comenzó a llorar.
-Jefe, he perdido todo mi dinero. –Dijo, sin dejar de mirar a todos lados, se agachó y se levantó la pierna derecha de su pantalón, a la vez que mostraba su calcetín inidcando que ahi teniía guardado su dinero.
-Aquí tenia novecientos setenta soles, no le miento jefecito. David un policía de buen corazón como son la mayoría en el Perú conmovido por las lágrimas, sacó de su bolsillo el paquete de dinero, mostrándole pregunto:
-¿Esto es tuyo?
- ¡Gracias jefecito!, ¡mil gracias!, ese es mío- dijo a la vez que recibía el fajo de billetes, a la vez que se enjuagaba las lagrimas.
- ¿Cuanto le debo?- Preguntó nervioso
-No hijo, no me debes nada, solo que debes guardar bien tu dinero. Le dio unas palmadas en los hombros –no te preocupes- y continuó trabajando. El joven luego de comprobar que su dinero estaba completo, se le acercó nuevamente a darle las gracias diciendo:
-Sabes jefe, este dinero lo traje por que de aquí me voy al hospital Dos de Mayo, es que hoy le dan de alta a mi mamita y este dinero lo junté vendiendo periódicos poco a poco para pagar su hospitalización, ¡imagínese lo que hubiera sido de mi y de mi madre si perdía este dinero!- dijo y no pudo evitar que nuevamente las lagrimas asomaran por sus mejillas. Esta vez mezcla de emoción y alegría. El Policía calmó al muchacho con un abrazo.
A la hora del almuerzo, el buen policía se dirigió a tomar sus alimentos en el restaurante donde lo hacía como de costumbre, luego de culminar se apersonó a pagar lo consumido; la dueña del negocio, muy amablemente le dijo:
-Señor Policía, su consumo ha sido pagado por adelantado por el joven de los periódicos. El se sorprendió, quiso decir algo, pero se contuvo.
-Gracias señora. Dijo y moviendo la cabeza negativamente salió, mientras caminaba pensó que las personas mas humildes parecen que guardarían en sus almas inmensas bondades y gratitudes; este joven vendedor de periódicos gana muy poco; pero no dudó en ser grato así sea con un acto simbólico pero muy significativo.
David se sentía muy bien y gratificado consigo mismo por que le quedó en el alma la satisfacción del deber cumplido. En esos momentos le pareció volver a escuchar desde el cielo las palabras de su querido padre quien siempre le decía: “hijo cada día procura realizar al menos un acto de bondad hacia tu prójimo”, esas palabras de su querido viejo, nunca los olvidará; muy feliz y contento continuó trabajando.