La mendicidad y la venta ambulatoria a bordo de los vehículos de transporte masivo en las grandes ciudades es una actividad que muchos han adoptado como la manera más fácil de agenciarse de algún ingreso económico, a falta de oportunidades de trabajo en algunos casos y en otros, el aprovechamiento de la bondad y el espíritu caritativo de las personas. Niños que descuidan sus estudios, madres con criaturas en los brazos, mendigos y hasta vendedores expertos ofertan diariamente golosinas, juguetes, manualidades, libros, etc. a un público que en contra de su voluntad, a veces tienen que escucharlos simulando leer, dormir o continuar la plática con el compañero de asiento.
–Señores y señoras, tengan cada uno de ustedes muy buenos días- se escucho el saludo de una voz clara y fuerte, era una dama de unos 35 años de edad, de apariencia sencilla; pecas muy marcadas se apreciaban su rostro, fácilmente se podía notar que se encontraba en avanzados meses de gestación.
–Disculpen la manera en que haya subido a este vehículo, gracias a la gentileza del señor conductor, quizá perturbe su placentero viaje o su amena conversación, de antemano les pido mil disculpas y espero su comprensión pues trataré de ser muy breve. Dijo con una voz suave, pausada y bien modulada, luego continuó:
–Me veo obligado de salir a la calle a trabajar honradamente, así en el estado en que me encuentro, ya que en casa tengo una niña esperando mi llegada con un pan, para mitigar su hambre...
Similares quejas y pesares diariamente las gentes están acostumbradas a escuchar, inicialmente algunos no les prestaron atención. Ella, sin inmutarse con el seño fruncido, pero más decidida continuó hablado:
–Nadie sabe lo de nadie, la vida a veces nos depara muchas sorpresas, alegrías y dicha; pero también tristeza y dolor que hieren el alma y laceran el corazón, yo no he venido a contarles mis penas ni mis desdichas, solo invoco la comprensión y el apoyo de ti padre, de ti madre, de ustedes hermanos que quizá para esta navidad, que faltan muy pocos días, tengan asegurado la cena navideña y un panteón en su mesa, mientras yo no pierdo las esperanzas, con mi esfuerzo y el apoyo de ustedes, las he de conseguir. No les pido grandezas, ni que me regalen, yo no he venido con las manos vacías, luego de cantarles una canción pasaré por sus respectivos asientos a solicitares su apoyo comprándome estos ricos chocolates con maní.
–“Una copa de vino y veneno….”Así inició la conocida ranchera que se disponía cantar, según afinaba, la melodía se deja percibir perfectamente; pero cuando entonó las siguientes estrofas levantando aun más la dulce y potente voz, se escuchaba sonora y muy agradable, que parecía estar escuchando a la misma Yolanda del Rio:
“Yo también soy la hija de nadie, Solo cuento con un apellido, Tengo que agradecerle a mi madre, A mi padre ni lo he conocido, Creo que debe de ser un cobarde, De los muchos que al mundo han venido…
Son culpables los padres más crueles, Que jamás merecieron ser hombres, Van por ahí engañando mujeres, Y negando a sus hijos el nombre, Yo no entiendo porque no se mueren.
Antes que hagan maldad y traiciones…”
Cuando culminó de cantar, los pasajeros absortos contemplaban a la humilde cantante, quien a pesar de su avanzada gravidez luchaba con mucho esfuerzo con el fin de ganarse el pan del día. Todos emocionados por el impacto emotivo que causó la brillante interpretación, solícitos se disponían a colaborar entregándoles algunos; mucho más del valor de la golosina.
Hay madres que son capaces de enfrentarse hasta con una fiera con tal de poner a sus hijos a salvo, madres que ponen en riesgo su salud, madres que luchan sin tregua y se convierten también en padres y que nunca se quejan, ni esperan nada a cambio; tal vez, en algún momento, en la calidez de su alcoba, o en las frígidas mañanas, unas lagrimas brotarán de sus ojos, por una pena, una decepción o un engaño, pero son madres que nunca se rinden ante la adversidad ni los avatares del destino.