Solamente traía treinta pesos en su bolsa Tous de tianguis. Ya eran casi las dos de la tarde y ella seguía con la panza vacía. A su hijo, de dos años, le compró una naranjada en una tienda de abarrotes. Los dos, originarios de Yahualica, Jalisco, tenían que quedarse en Guadalajara cuatro días más. Andrea (quien deseó mantener su verdadero nombre oculto) tenía cita en el Hospital General de Occidente al día siguiente. El sábado sería la última prueba que confirmaría si “Lex”, su hijo, tenía el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Andrea es una de las casi 56,250 mexicanas que viven con el VIH, según datos de Onusida, en 2010. “No te creas que ha sido fácil” deja salir de su boca y da una pausa para después seguir contando su vida. Una vida que la Cenicienta envidiaría.
Su madre murió cuando ella tenía tres años. “Cáncer” fue la causa de muerte y lo que ella había heredado también, le susurró su padre. Dos años más tarde, su padre “se juntó con una señora muy mala”, recuerda. Sólo a los trece “tuvo” VIH, cuando su papá, le confesó la verdad. Andrea había adquirido el VIH desde su nacimiento. En Yahualica, ella cuenta que tiene otra cosa. Sólo lo saben su padre y quien fue su pareja.
Por suerte, Lex nació diecisiete años después que su madre, en la era en que los tratamientos funcionan como protectores solares: bloqueando la entrada del virus a las células. Esto incrementa las posibilidades del bebé de nacer libre del VIH, más si se hace con apoyo de algún programa de asistencia, como lo hizo Andrea.
Cuando se enteró de su embarazo, Andrea tuvo mucha indecisión. No quería para su hijo muchas cosas: que naciera con el virus, ser maltratado por la sociedad y vivir las dificultades que ella había atravesado. Además, resultaba complicado para Andrea tener un bebé porque ni ella ni su padre tenían un empleo fijo en su pueblo. Su pareja era un señor de 39 años (le llevaba 22), era casado y vivía a dos horas de distancia de ella. Él estaba “gustoso” de tener un hijo con Andrea. Le prometió todo, pero la dejó con un niño y sin un cinco.
Las dudas se esfumaron un poco, después de tener una cita con su doctor Gerardo Amaya Tapia, quien le recetó ir al Mesón de la Misericordia antes de tomar cualquier decisión. Como Andrea había recibido noticias difíciles a lo largo de su vida, no perdía nada si intentaba visitar el Mesón. “Caí aquí a los dos meses de embarazo”, aclara.
El Mesón de la Misericordia, está ubicado en el centro de Guadalajara. Es una organización civil que inició hace 16 años como una respuesta al SIDA. Otorga ayuda, despensas y un trato solidario a personas que viven con VIH y SIDA.
Dentro de los programas de apoyo del Mesón, donde el 70 por ciento de los atendidos son hombres y lo que resta mujeres. Hay varios programas. El que le sirvió a Andrea fue Salva a tu bebé del SIDA. Existe gracias a instituciones como el Mesón, COESIDA Jalisco y los Hospitales Civiles de Guadalajara. Da asistencia a mujeres que viven con VIH y están embarazadas, con atención desde el periodo de gestación hasta el parto y dos años de seguimiento con pruebas y tratamientos para los hijos y madres, con la finalidad de reducir el riesgo de que los bebés adquieran el VIH.
“Yo seguí con mis tratamientos normales”, sigue Andrea. Ella y 140 mujeres más que han ingresado al programa, desde que inició en el 2004, reciben apoyos como leche en fórmula, medicamentos para los bebés y para ellas, canastas básicas, transporte y acompañamiento después del parto.
En México viven 1,600 niños y niñas con el VIH/SIDA. Tan sóloen seis años el programa Salva a tu bebé del SIDA ha ayudado a que 80 niños y niñas de Jalisco se gradúen libres del virus.
Andrea, delgada y morena, sentada en una silla de plástico blanca y observando a lo lejos a Lex, dice estar muy agradecida con todas las personas que hacen posible este proyecto, porque eso la ha impulsado a cuidarse y tomar a tiempo sus medicamentos.“Yo quiero que Dios me guarde con muchos años de vida, por mi hijo. ¡Por mí, no me importaría!... pero, quién va a ver por mi hijo el día de mañana. Yo quiero echarle ganas”.
En su pueblo se rumora que tiene SIDA y cuando la gente la invita a comer, apartan los platos en los que le sirven. “Gente ignorante”, saca de su pecho Andrea. Aunque también en el parto recibió malos tratos: los enfermeros se asustaron cuando ella, haciendo esfuerzos para pujar, tocó sin querer a uno: “No nos puedes tocar, nos vas a contagiar”.
Ahora, Andrea sabe que mata más la discriminación que la enfermedad crónico-degenerativa que tiene. Tener VIH se puede comparar con padecer diabetes y asma, en los tres casos se deben de cuidar con medicinas y todo depende del ritmo y estilo de vida que lleve la persona que lo tenga. “Me puedo morir más bien de otra cosa, que no sea de mi enfermedad”.
Aunque la vida de Andrea ha sido complicada, esta tarde de viernes se ve contenta, sonriente y sus ojos, maquillados de sombra negra-azulada, brillan. Desde el tercer día de nacido, su bebé ha dado negativo en todas las pruebas del VIH. La prueba ELISA que le aplicarán mañana a Lex saldrá negativa.