HOY NO PUEDES ACOMPAÑARME
En mi modesto hogar, con sus carencias y muchas dificultades, mi esposo, mis hijos y con la bendición de Dios, la felicidad nunca nos faltó. Recuerdo mi niñez con pena y nostalgia, mi padre un hombre muy violento que casi nunca hablaba, siempre buscando un motivo para agredirnos física y psicológicamente, jamás supe de caricias, mimos o gestos amorosos paternales, pensaba que quizá así era la vida, y que así serían todos los padres, crecí con esas ideas.
Ahora recuerdo que creo que casi nunca sonreíamos pero si llorábamos Y sufríamos mucho con mis hermanos. No puedo comprender como aquellas escenas vividas a mis escasos dos años, aun perduran tan nítidamente en mi mente, como si hubieran sucedido recientemente; el rostro adusto y compungido de mi padre, mucha gente caminando lentamente y en silencio, llevando al cementerio el féretro de mi madre, mis hermanos y yo caminábamos junto al ataúd tomados de la mano, todos llorábamos, sin comprender por que ocurrían así las cosas.
Antes de comenzar a vivir mi juventud, me casé, talvez tratando inconcientemente de huir del constante tormento de vivir entre el miedo y la tristeza. Dios puso en mi camino a un hombre muy bueno, amable, comprensivo y trabajador; juntos sin desmayo ni treguas surgimos empezando de la nada.
Nacieron mis hijos, y me hice la promesa de que ellos nunca sufrirían lo que yo sufrí, y a no escatimar sacrificios con tal de darles lo que a mi me privaron. Hoy me enorgullezco al ver a mis hijos que triunfan en la vida y están pendientes de mi bienestar, ¿Qué mas puedo pedir?, me siento feliz y satisfecha sabiéndolos sanos y felices.
Un día mi esposo ya muy cansado por el peso de los años, refugiado en el calor de nuestro hogar, ordenó al último de nuestros hijos que limpiara el coche, me pidió que alistara el terno nuevo que uno de nuestros hijo le obsequió; había decidido darse un paseo. Lo que me extrañó mucho es que no me pidió que la acompañara como de costumbre, pensé que se trataría de una de las muchas bromas que solía hacerme a diario. Esperé en vano y al no poder resistirme le dije:
- Quiero acompañarte, ¿no me invitas a tu paseo?
-Amor, al lugar donde voy, no puedes ir tú -me dijo en tono muy extraño y grave; presintiendo algo insistí casi suplicante:
- Por favor, déjame acompañarte.
- Al lugar donde voy tu no puedes ir hoy -repitió tratado de no mirarme a los ojos. Me resigné.
Al considerar que demoraba mucho en la habitación ingresé, mi esposo impecablemente vestido con su terno gris estaba acostado en la cama, me aproximé, vi su rostro algo risueño, dormía placidamente el sueño profundo, el sueño eterno del que jamás se puede despertar.
Lloré mucho la desdicha de quedarme sola, sin su compañía, sin su apoyo, y sin el amor sincero. Junté sus parpados, acaricié su rostro y la besé por ultima vez; comprendí que al partir en silencio y risueño, mas el inmenso amor que nos habíamos sabido prodigar, hizo que me aliviara de mayores sufrimientos. Claro, con un dolor muy intenso en el alma pero resignada por que se que en estos momentos, Él ha de estar en la compañía de Dios Nuestro Señor.
(Relato inspirado con el apoyo de la Sra. Jesus Sayes; mi querida madre)