Tal vez alguna semilla germinará...
La temperatura rondaba los 125 grados bajo cero en la zona oscura y amenazaba con bloquear su operatividad. Elevó un punto el regulador. La minúscula pila de hidrógeno descargó un voltaje lo suficientemente elevado como para calentar el revestimiento a un nivel aceptable para trabajar con comodidad. Llevaba varias horas recogiendo muestras basálticas y fragmentos de meteoritos exóticos -para la ya muy abultada colección- y había llegado al tope de carga. Así que decidió volver a casa; aún le quedaba la fase analítica y clasificatoria del material recolectado y esa labor le podría entretener más de lo debido. También necesitaba hacer algunas reparaciones básicas de mantenimiento que no podían esperar más, si quería seguir disponiendo de la indispensable autonomía.
El laboratorio-refugio, en la zona bañada tangencialmente por el sol, constaba de dos cúpulas semiesféricas acristaladas de grueso vidrio tintado, unidas por un pasillo a modo de cordón umbilical. Ocho niveles más por debajo de la superficie hacían a la vez de almacén, depósito y laboratorio. El espacio gigantesco que se había construido 352 años antes empezaba a quedarse pequeño. Por primera vez se planteó el conflicto que supondría para el programa desempeñar sus funciones de investigación geológica cuando el almacén estuviera repleto. Tras cumplir con sus acostumbradas obligaciones llevó a cabo una rutinaria comprobación de seguridad a todos los sistemas que le mantenían activo en aquel medio tan hostil. Todo estaba en orden.
Un vistazo al inmenso firmamento le dejó una melancólica y amarga impresión de soledad, con la mente en suspenso. Sentado en la sala, a salvo del terrible calor del exterior, observó con una curiosidad impropia el espacio infinito y profundo que todo lo rodeaba, como un manto negro de muerte y vida. Por primera vez a lo largo de su existencia le sacudió una extraña sensación de paradoja. Apuntó la vista hacia la Tierra. Ésta, pese a haber transcurrido tanto tiempo seguía iluminando la Luna, ardiendo como tea, en cadena irrefrenable de gigantescos incendios y destructoras explosiones. Observó absorto cómo esos gusanos de luz rojiza, antaño azul, dibujaban extrañas serpientes de fuego en la gran cúpula de cristal… Jornada tras jornada, año tras año, Hubot V.125 -engendro de cables y circuitos- seguía cumpliendo escrupulosamente las complejas funciones para las que fue diseñado hacía siglos. Auscultó mecánicamente su pulsante y duro corazón de titanio y carbono, sin acabar de determinar si esa acción era fruto del programa grabado en su memoria o un gesto propio de libre albedrío. Su primera pregunta filosófica emergió como un germen de auténtica e incipiente vida: '¿quíén soy?'...