Hace tiempo que te observo. Te veo merodear por mi casa como un gato perdido en la niebla, buscando cobijo; sigues el rastro de mi destino, husmeando entre los adoquines de la calle donde habito.
Estoy cansada de tanto huir. He atravesado los muros de las estancias parapetándome tras los sentimientos engañosos de la noche y he pervertido, con palabras huecas, las horas felices de la niñez.
Hubo un tiempo que me esforcé, hasta perder el sentido, en tomar por testigo de mis días a los resentidos, a los perdidos entre sueños de venenos, a las malqueridas entre sábanas de plata y a los voceros del esperpento.
El vagar por senderos ocultos entre los muertos despertó mis anhelos más secretos: Me hundí, bien lo sabe Dios, hasta lo profundo de los infiernos y recalé en una playa de negrísimas arenas, desnuda, sin sombra, perdida la esperanza y en la mirada el reflejo de una costa abandonada.
Me abracé en un intento de salvarme a los perdedores; busqué entre sus labios la fuente que aliviara mi sed y seguí las huellas de sus pasos hasta olvidar quién era.
Abandoné el fruto de mi cuerpo entre arbustos para que fuera pasto de los lobos y cubrí mi pecho con duras escamas; ríos de lava bañaron mi piel y por mis venas atravesé lanzas intentando cabalgar luceros en el alba.
Luchando contra mí, contra él, que huyó de mi cama, me perdí en la búsqueda más allá de las ciénagas.
El tiempo corre abrazado a mi espalda; inútil huir. El clamor de los perdedores me acompaña cuando a trompicones en la oscuridad de la noche, bebo para olvidar, en una esquina solitaria de no sé qué plaza.
El aliento fétido de la muerte me ronda en las frías madrugadas. Me busca, revuelve mis andrajos para exponerme al hielo y me sonríe, me sonríe , haciéndome guiños obscenos cargados de deseo:
Sabes que te vigilo, me dice, a los perdedores, son los que me llevo primero…
Mary Carmen