De poemario Después de Amarnos Tanto
Yo recojo todos los recuerdos, y las letras sueltas. Y las palabras. Y las frases que se caen de las mesas. Y de las manos maduras. Y de las bocas profundas. De los labios menudos. De las gargantas mudas. De las lenguas desnudas. Y de las paredes marchitas, que rebeldes me asaltan con sus gritos de horizonte asesinado. Y de calles sumergidas en letreros de luces apagadas. Cementerio de muertos sin sus cruces. A veces, también recojo besos quebrados.
No me avergüenza recoger tantos regalos. Sólo recibo lo que otros han botado. Mendigo solitario de los días que me quedan, he recaudado una fortuna. Memoriales olvidados. Pedazos de sonidos agrietados. Estatuas de bocas tristes. Gritos que susurran alaridos.
Silencios taciturnos que se quejan. Labios que rezan a mi oído. Y onomatopeyas de baldosas desquiciadas empapadas de lluvia, y de bocinas traviesas en la plaza.
Todos los días salgo a pedir voces nuevas. Y me pongo sonidos en el pelo, en las manos, en el pecho. Y escucho, y escucho. Y me lleno de palabras con sabor a plumas de ángel. A lágrimas de cielo despejado. A fetos floreciendo. Vientos que juegan a ser niños. Árboles dormidos. Oasis de ventana reposada en la eternidad de un espejismo. Zumbar de abejas y de gallos, y de agua arrancando de los puentes río abajo, hacia las nubes.
Cuando el botín es cuantioso, vuelvo a casa, agitado, impaciente. En la puerta froto mis manos. Si alguien me saluda, contesto con palabras gastadas de frases añejas. El tesoro del día será sólo para ti, que me esperas con un transitar de besos y de veredas aburridas de mis zapatos cansados.
Somos casi iguales. Receptiva, reflexivo. Me acoges con tu abrazo abierto de manos blancas. Me acoges cara al cielo de sueños no soñados. Llena de retratos esperando por sus ojos y sus labios. Y yo me entrego. Voy a cubrirte la voz de sangre amada. Con los pies descalzos, y las manos colgadas. No hay vergüenza en tu espera ni en la mía.
No tengo miedo de amarte, por eso te he elegido.