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Reencuentro

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El silencioso sonido de la noche quebrado por el requiem nocturno de los grillos. Una elegía por las almas que vagan sin rumbo en el mundo, un canto lastimero que acompaña al cadencioso sonido de la mar. El mar... ¿porque me enamoré de tus tenebrosas y oscuras aguas?

Soy un enamorado de tu música, un fanático de las tristes canciones que tocas contra los oscuros acantilados. Altivas paredes de antigua piedra que otean el horizonte vigilantes,espectantes. Puertas hacía el más alla son las furnas que salpican la piedra, cual crueles heridas abiertas por las celosas aguas. El bruar del viento suena en las cavidades, el sonido de primitivos instrumentos.

Una melodia salida de instrumentos de antiguos dioses abandonados al desamparo, a las impetuosas y blancas aguas que bañan la costa. Los muertos se reunen en las noches de tormenta a escuchar, atraidos por la melancolía que suena provocada por las furiosas peleas del mar y del viento enzarzados en una guerra que dura desde el principio de los tiempos.

No solo las almas en pena vagan por los altos precipicios de roca virgen. Corazones imprudentes se dejan encadilar por el sonido y se acercan peligrosamente al vacio. Enamorados distraidos, como yo, caen en el embrujo de las profundas aguas, buscando lo imposible. Romances de leyenda cantados por bardos, los druidas de esta religión marina. Imitando los sonidos escuchados tras largas noches de contemplaciones y vigilias encandilan a la gente llevando así a su dios los sacrificios que consigan apaciguar su furia.

Hacía tiempo que había caido cegado por este embrujo. Desde niño los misterios ocultos tras las aguas me atraían, y solo con gran fuerza de voluntad conseguía liberarme de las cadenas que me ataban cada vez que entraba en sus dominios. Con el devenir de los años esta atracción infantil devinó en un amor incondicional. Me pasa largas horas con los ojos cerrados tratando de desvelar lo que trataba de decir mi enamorada. Paseos guiados exclusivamente por sus palabras confiando ciegamente en que mi amor era correspondido, y como tal tenía su protección. 

Pero como toda historia de amor, mi romance terminó. Otra alma había ayanado los terrenos reservados para mi amada, robandome todo ese amor que atesoraba cuidadosamente mi corazón. Fueron años repletos de felicidad. Nuestros corazones se fundieron en un tierno abrazo que pretendía ser eterno. Todas las alegrias eran compartidas por las dos almas, así como las desventuras que acaecían en toda vida mortal. Yo era feliz, pero a la vez notaba un ligero vacio que me embargaba, una extraña sensación inclasificable me seguía a todos los lados. Nunca llegue a tener miedo puesto que allí estaba mi amor para reconfortarme y calmarme, pero nunca conseguía apaciguar del todo a este monstruo que acechaba desde la oscuridad.

El monstruo por fin atacó un día cercendo mi alma al arrancarme ese soporte que me mantenía con vida, que me ayudaba a seguir adelante. La desesperación me embargó y el dolor era tan grande que llegué a perder la razón y la concepción de la realidad de mi alrededor. ¿Que clase de ser me había llevado hasta los extremos de la locura ?

Por fin un día comprendí quien me había destruido completamente. Los celos de los dioses son terribles y aun más los son los celos de mi antigua amada. Cuando me fuí de su lado, ya se había decidido mi ejecución. Los violentos sentimientos son los que gobiernan sus impulsos. Con paciencia y con calma fue trazando su plan hasta poder realizarlo en el momento preciso.

Una vez comprendida la causa de mi desgracia, acaté la sentencia de muerte que pendía sobre mi como una espada de Damocles. Así es como me hallé aquella noche de desgracias junto a los acantilados tantas veces recorridos en la epóca de mis amorios. Los vientos helados me recibían abrazandome en lo que era un reencuentro con mis recuerdos. La mar se agitaba desesperada al verme, aguardando ansiosa que nos volviesemos a reunir formando ahora si un único cuerpo y una sola entidad.

Me sentia volar arropado. 

Veinte metros para el reencuentro.

No había dolor ni miedo en mi corazón pues estaba vacio.

Quince metros para volvernos a ver.

Mis pensamientos vagaban libres por los recuerdos almacenados tras largos años de existencia.

Diez metros para la llegada.

No echaba ya nada de menos.

Cinco metros para estar juntos otra vez.

Ya sentia que aquella sensación, ese cosquilleo que llevaba sintiendo desde hacía tiempo desaparecia.

Las tinieblas se abatieron sobre mi en los metros finales.

 

Al fin.................

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Autor: Raúl Sar
Enviado por poetadomar - 17/08/2010
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