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Los Fantasmas de la Ruta 6

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Tenía alrededor de 10 años cuando regresaba del pueblo a la casa donde mis padres eran los “caseros”. Recorría por la banquina de la ruta 6 unos 2 kilómetros.

Aunque parezca mentira ese trayecto era mi odisea. ¿Por qué razón?, pues allí, en la orilla del camino, había pastizales de mi altura y más también. Yo tenía en mi mente miedos que no sabía explicarme. Siempre iba con la idea que entre los pastos se ocultaba algo.

Una tarde en que me demoré más de la cuenta haciendo los deberes de la escuela en casa de mi compañero Carmelo; el sol comenzó a cederle paso al anochecer y yo regresaba con mi corazón en la boca.

Intenté no hacer caso de lo que mi imaginación de niño soñador me tría a la cabeza, pero esta vez fue inútil.

A mitad de camino sentí uno pasos entre los matorrales y los cabellos se me erizaron. Un sudor frío corrió por mi espalda y los latidos de mi corazón parecían sentirse desde lejos. Apuré mi andar mirando solo hacía adelante. Los pasos se oían a mi costado derecho pisando la gramilla seca. Comencé a correr y los pasos se hacían más y más rápidos, como persiguiéndome. Un nudo en la garganta me impedía gritar. Sin embargo corrí tan rápido como pude y al llegar al frente del campo crucé los alambres del cerco como venía y caí sobre el verde pasto de la estanzuela suspirando hondo, sentía que había escapado de algo terrible.

Pasó esa situación, sin embargo quedé traumado.

A los pocos días estaba jugando solo con mi pelota en el potrerito lindero a la casa cuando siento el llamado de mi madre. Eran las alrededor de las 7 de la tarde. Enero todavía abrazaba el paisaje con su aliento caliente y había danza de renegridos y gorriones en las arboledas.

-¡Jorgeeee!, vení por favor, necesito un mandado, me quedé sin harina y azúcar.

-Ya voy mamá-respondí alegre; sabía que esos mandados tenían su recompensa.

-Tenés que ir a lo de Don Julio, hijo-señaló mi madre dándome una lista y una nota aparte para que me dieran fiado por esa mercadería-sino mañana no tenés azúcar para el café con leche-acotó.

Salí de inmediato. Mi pecho rebozaba de alegría porque en la lista de mercadería había dos gaseosas y dos alfajores anotados; ¡eran mi recompensa por el mandado!

Salí a toda marcha en mi bicicleta marca “Aurorita”, por aquel entonces una marca reconocida. Todo iba bien por el camino hasta que salí del boliche de Don Julio con la mercadería. Me entretuve con Zulma, la hija de Don Julio, por esas cosas de paisano charlatán que yo tenía. Cosas de chicos, la escuela, las figuritas, esos eran los temas.

El problema es que se me hizo tarde y por el camino de regreso, que era obligatoriamente la colectora de la ruta 6, iba a estar mi tormento: los pasos que me seguían.

Así ocurrió, cuando faltaban unos 1500 metros para llegar a la estancia comenzó el drama. Primero unos pocos pasos, luego una especie de carrera en el pastizal. Más rápido iba yo, mas rápido los pasos en lo oculto. De pronto se salió la cadena de la bicicleta y fui a parar al piso. Varios raspones en los codos y las rodillas me hicieron gritar de dolor. La mercadería desparramada y uno de los paquetes de harina roto empolvó de blanco mi cara y la gramilla. Así llegué a mi casa ante la risa burlona de mis hermanos y la cara de sorpresa y desazón de mi madre.

-Jorge, ¿qué te pasó hijo?-preguntó mi madre con un tanto de desesperación-nada, mamá, me caí de la bicicleta-respondí dolorido y avergonzado.

-¿ves mamá que el Gurí anda enamorado de la Zulmita de Don Julio?-dijo Raúl y rió a carcajadas-¡Callate vos grandulón!-le gritó mi madre, pero no pudo evitar una sonrisa cómplice al comprobar que lo mío eran solo raspones y susto.

Pasó el tiempo y yo comencé a evitar los atardeceres por la ruta 6. Tenía un miedo atroz a vivir esa experiencia. Luego nos mudamos y olvidé muchas cosas, incluso aquellos pasos espeluznantes.

Fue muchos años después que, viviendo en Cañuelas, comencé a hacer mis caminatas por el camino del abrojal. Era justamente la ruta 6 que une la ciudad de Campana, pasando por mi pueblo natal, Los Cardales, con la ciudad de La Plata. Hoy día esta importante unión entre dos puertos está semidestruida por la inoperancia de los gobiernos de turno que solo emparchan el camino con un poco de material y otro poco de promesas. Pero los camiones pasan y pasan y todo se vuelve a deteriorar. Pero ese es otro asunto.

Ocurrió que un atardecer en que caminaba pensando mis cosas, acariciando mis nostalgias, sentí aquellos pasos entre los matorrales del costado del camino. Los pasos espeluznantes.

Mi corazón latió fuerte y mi memoria se lanzó a esos lejanísimos años en Los Cardales.

-¿Qué es esto?-pensé.

Reconozco que sentí un escalofrío, pero continué mi marcha. Sin embargo algo nuevo ocurrió que jamás voy a olvidar.

Levanté mi cabeza observando el camino y a unos cincuenta metros delante de mí había una hilera de cuises que comía tranquilamente costeando la ruta. ¿Qué es un cuis?, la enciclopedia dice esto:El cuis (Microcavia australis), también conocido como cuy, cuye o apereá, es unaespeciederoedorde lafamilia Caviidaeque habita extensas áreas de la Argentina, y Chile. El nombre cuy también se aplica a otros roedores de la misma familia, especialmente a Cavia porcellus, de más amplia distribución geográfica

Es un ratón sin cola o “Chupino” como dicen los cordobeses, que se alimenta de hierbas y de las semillas que, ocasionalmente, caen de los camiones que transportan cereales. A medida que yo iba avanzando, los cuises se escondían entre los pastizales secos y, al ser varios, producían un ruido similar a unos pasos. Cuanto más fuerte es el andar de uno, más rápidamente corren a buscar refugio.

Me detuve, me reí de mi mismo y pensé con nostalgia en mis tiempos de infancia eterna. Se me desvanecieron mis fantasmas de la ruta 6. Como tantas otras cosas que guardo en mi memoria fueron perdiendo el encanto de aquellas lejanas épocas. Hoy, con las espaldas cargadas de años,  y  el corazón golpeado por algunas tristezas,  quisiera que esos pasos hubieran sido de verdaderos fantasmas o duendes. Así hubiera continuado la magia, pero estos ratoncitos, más miedosos que yo, la hicieron añicos. Igualmente cuando anden esquivando baches y roturas de asfalto por la ruta 6, tengan cuidado, por no romper su automóvil y de no pisar mis fantasmas.

Los Fantasmas de la Ruta 6

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Autor: joaquín piedrabuena
Enviado por joaquinpoeta-01 - 02/08/2012
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3) joaquinpoeta-01 dijo...
joaquinpoeta-01
A Damaquito y Farfalladiluce: agradezco vuestras apreciaciones las cuales enriquecen mi humilde conocimiento. Nunca dejo de aprender y menos de respetar las opiniones.Me llamó la atención el comentario de Farfalladiluce en Un cielo para Anita Reca...quizás la conoce o sabe por intuición como piensa. Ella vive del presente y jamás reconoció sus errores como un tropiezo para avanzar. Si le conocí un defecto es justamente ese, consigue sus propósitos a pesar de todo, incluso de los sentires ajeno. Todos vamos a un balance final, no creo que le vaya bien en ese acto, pero es solo mi pensar. Gracias por su atención
 0   0  joaquinpoeta-01 - [14/08/2012 15:39:14] - ip registrada
2) damaquito dijo...
damaquito
Por la inocencia de nuestra niñez los temores de algo desconocido o extraño se apoderan de nuestras mentes produciéndonos una aversión obsesiva por mucho tiempo, lo cual amigo lo relatas tan brillantemente; recibe mi saludo y un abrazo.
 0   0  damaquito - [13/08/2012 21:01:36] - ip registrada
1) Farfalladiluce dijo...
Farfalladiluce
La imaginacion es infinita como el Universo y alli nacen y se desvanecen todos nuestras sensaciones y temores y alli vuelven a gestarse las miles sensaciones q esperan por nosotros.
 0   0  Farfalladiluce - [09/08/2012 23:58:32] - ip registrada
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