El claxon sonó en la noche y me desperté sobresaltada. Pensé que nuevamente me había quedado dormida frente al televisor, como hago cada noche. A ella le gusta ver películas de guerra y las pone una y otra vez. No entiendo cómo pueden gustarle, yo las odio. Me asustan los ruidos que hacen las explosiones y cuando suenan las sirenas los oídos me duelen por mucho que esconda la cabeza no puedo evitar quejarme, aunque lo hago flojito para no molestarla. Cuando la veo sentarse en el sillón de flores, con un vasito de un agua de color rojo que saca de la botella que guarda en el armario, la caja de esas galletas tan ricas que le trae su hija y el viejo álbum de fotos bajo el brazo yo corro a tumbarme lo más lejos posible del aparato pero ella me llama para que me siente sobre sus piernas. Intento negarme pero el olor de la galleta que me ofrece es tan tentador que siempre me olvido de los ruidos. Ella también come una galleta tras otra, aunque las tiene prohibidas, mientras bebe del vasito, de vez en cuando suspira y me dice mientras me acaricia: ¿ves, Linda qué guapos estaban los hombres con el uniforme? Y me enseña siempre unas fotos amarillentas por las que pasa sus dedos temblorosos:
- ¡Mira mi Ramón, con su uniforme! Esta foto me la mandó cuando estaba haciendo el Servicio Militar en Africa. ¡Que envidia me tenían mis amigas! Decían que no entendían como un hombre tan apuesto se había casado conmigo, yo, que era tan poquita cosa ¡Y cómo bailaba! Fueron años felices aquellos, Linda. Tú no lo conociste porque el pobre murió antes de que vinieras a vivir conmigo. Te hubiera gustado, pequeña. Aunque no creas que todo eran amores y violas, también tuvimos nuestras peleas y desavenencias pero al final todo se arreglaba porque nos queríamos mucho. ¿A ti te parece guapo, verdad?. Vale, no me mires con esos ojos, ya sé que soy una vieja chocha y tú lo que quieres es que te de otra galleta, ¿verdad, pillina?. Por cierto, esta mañana te he visto coquetear en el parque con un Foxterrier negro. Parecía muy simpático y no dejaba de mover la cola cada vez que te acercabas a él.
- ¿Foxterrier negro? –ni hablar- ese perro es un embaucador. Me dijo Susi, la pequinesa del 4º-B, que tuviera mucho cuidado con él. Que hace muchas promesas pero luego se va con la primera que encuentra. A mí quien me gusta es ese dálmata que está siempre sentado tan serio. Es tan elegante... El otro día estuve observándole un buen rato, pero en ningún momento me dirigió la mirada y eso que todas las amigas de mi ama dicen que soy una perrita preciosa y la verdad es que en el parque no me faltan pretendientes. Cuando se lo comenté a Lia, mi amiga cocker, me dijo que era natural, estaba deprimido. Al parecer había dejado de ser el número uno en las competiciones. Durante años había ganado todas las medallas en todos los concursos a los que su ama lo presentaba, pero ha llegado un perro nuevo, dicen que desciende de la nobleza, y le ha quitado el título. Al parecer no sabe asumir su derrota y no quiere saber nada. Su ama lo trae al parque a ver si se anima pero ha comentado que no sabe ya qué hacer con él. Me hubiera gustado acercarme a él y decirle que a mí me parecía el perro más guapo que había conocido, pero Lía dice que puede ser peligroso. Últimamente es muy agresivo y ha mordido a más de un amigo suyo.
Cuando deja el álbum, apaga las luces y se sienta con un suspiro a ver la película. Yo muevo el rabo para hacerla saber que yo la quiero y estoy con ella para que no se sienta tan sola pues su voz es muy triste.
Me levanto de un salto para indicarle que tiene que acostarse porque sino se queda dormida en el sillón durante toda la noche.
Lo primero que hago al despertarme es beber un poco de agua y acercarme hasta su habitación. Me subo a la cama y le doy unos cuantos lametazos para que sepa que es hora de levantarse. Ella se ríe y me dice: voy, voy, voy, Linda, ya me levanto. Entonces yo ladro, muevo la cola, subo y bajo de la cama, para que sepa que estoy muy contenta de verla. Entonces prepara el desayuno de ambas y nos aseamos. Cuando la veo ponerse los zapatos voy a su encuentro para que me ponga la correa rosa, la última que me regaló para Navidad y nos vamos a pasear al parque, porque el médico le ha dicho que tiene que andar.
Un día me llevé un susto tremendo. Como cada mañana fui a despertarla pero no estaba en la cama. Al no verla en su habitación me puse como loca, empecé a buscarla. La encontré en el suelo del cuarto de baño. Su respiración era muy lenta y estaba muy blanca. No sabía que hacer si ladrar, correr por la casa, esconderme bajo la cama, pero al final me dije que tenía que ser valiente, así que me puse a su lado ladrándole y no paré de lamerle la cara hasta que por fin se despertó. Al principio no sabía qué le había pasado pero se levantó, llamó por teléfono y enseguida vino su hija. Ésta cuanto me vió me dijo que me fuera a la cocina, a ella no le gusto mucho, siempre está regañándome, pero mi ama le dijo: Agradecida deberías de estarle si no es por ella, me muero aquí sola y nadie se entera. Suerte que la tengo, es mi guardiana: ¡Ven, Linda! ¿Quién es la perrita más guapa del mundo, y más valiente? Cuando me aprieta contra ella siento la calidez de su pecho y ambas sabemos lo mucho que nos necesitamos. Su hija nos mira con envidia, no entiende que nuestro vínculo sea tan fuerte. Pero desde ese día la noto un poco más apagada. Está algo más lenta y los paseos son más cortos; apenas nos detenemos a charlar con nuestros amigos como hacíamos y no me deja alejarme mucho.
Desde entonces la vigilo noche y día y procuro portarme muy bien. No tiro con fuerza de la correa, ni me pongo a correr en cuanto veo a mis amigas. Me quedo junto a ella, a sus pies, aunque me muero de ganas de ladrar y jugar con ellas, pero eso ya no es para mí. Susi el otro día se sentó un ratito conmigo y me dijo:
- ¡Chica, no te entiendo, te comportas como una vieja! ¿Vamos a dar una vuelta por esos arbustos? seguro que encontramos alguna golosina ¡Venga vamos, ayer vi a un pastor alemán que estaba para comérselo!
- No puedo Susi, tengo que acompañar a mi ama.
- ¡Tu ama, tu ama! cuando te hagas vieja, se deshará de ti como hicieron con la pobre Lía. Le dijeron que iban a llevarla a ver al médico porque no veía bien y nunca más hemos sabido de ella. Si, si, no llores, los humanos son crueles, lo se muy bien por experiencia, fui el regalo de Reyes de un niño y todo iba muy bien, pero cuando llegó el verano ellos querían irse de vacaciones y me dejaron abandonada en un camino.
¡No, ella no es como tú dices, nunca me abandonaría! ¡Vete de aquí, no quiero volver a hablar contigo, estás amargada porque a ti tus amos te abandonaron y no puedes ser feliz, a pesar de que ahora tienes un hogar en el que te quieren.
Aquella noche no pude dormir, no podía dejar de pensar en las palabras de Susi. Sólo para comprobar que estaba en forma subí y bajé del sofá varias veces y salté por encima de la mesita. Mis piernas estaban firmes y mi morro húmedo. Tenía un pelo brillante marrón y una hermosa cola sedosa y larga. Algunos perros del vecindario decían que era muy hermosa y aunque ya no era una jovencita, puede decirse que aún me quedaban algunos huesos que roer.
El aire huele a tormenta y un escalofrío recorre mi cuerpo. Pronto llegará el Otoño, lo noto. Miro a la luna que pasa corriendo e ilumina por unos instantes el bosque y luego se oculta tras unos árboles muy altos. A mí alrededor todo vuelve a estar muy oscuro y siento un poco de miedo por lo que me mantengo alerta. Un ladrido se deja oir en la lejanía y no puedo evitar sentirme muy desgraciada al pensar lo que sucedió. Si me vieran ahora mis amigas del parque seguro que se apartaban de mí, parezco una vagabunda pues estoy muy sucia, necesito un buen baño; voy toda despeinada y debería hacer algo con mis uñas... Susi, seguro que me diría: “Ya te lo dije, no puedes fiarte de nadie”.
Aquella mañana recuerdo que ella no estaba en su cama. Al principio no me extrañó, pues ella algunas veces se levanta durante la noche. He recorrido la casa buscándola. Tengo un mal presagio. Está sentada en el sofá. Tiene los ojos abiertos y una lágrima baja por su cara. La oigo gemir quedamente y veo que tiene el teléfono en la mano. Me subo a su regazo y la lamo, la lamo con fuerza para que no se duerma. Ella sonríe y cierra los ojos. La miro, ladro angustiada porque sé que esta vez por muy valiente que sea no voy a conseguir despertarla, está inconsciente y su pulso es muy débil. Me echo a sus pies para calentarlos con mi cuerpo pues están muy fríos y sepa que estoy con ella, que no la abandono y que la acompaño hasta el último momento.
Cuando llegó la ambulancia ella ya se había ido. Lo sé, porque cuando su mano buscó mi cabeza sentí el frío de la muerte erizar mi pelo. Al verla, gruñí, como se gruñe a un ladrón en la noche, con la cola en alta, las garras afiladas y dispuesta a hincarle los dientes y desgarrarle la garganta de una dentellada, me abalancé sobre ella, pero no pude evitar que se la llevara.
La casa quedó en penumbras. Permanecí sola durante algún tiempo. No sé cuanto. Mi llanto no parecía conmover ni a las paredes. Era de día, llegó la noche. Nadie vino. Sólo silencio. Oí como la llave abría la puerta. Me puse muy contenta pues tenía mucha sed y pensé, por un momento que me había equivocado y ella volvía a casa. El sonido de la voz que me hablaba me sacó del engaño. Nos miramos y vi en sus ojos algo más que tristeza.
Me subió a su coche y dijo que me estuviera quieta. Me echó unas galletas y el coche se puso en marcha. Atravesamos la ciudad y debí de quedarme dormida. Supe por el olor que me llegaba a tierra mojada y otros olores que no identifiqué que estábamos muy lejos. Paró el coche en una carretera. Abrió la puerta y me hizo salir. La miré agradecida. Pensé que por fin nos habíamos hecho amigas y me llevaba de paseo. Me animó a alejarme un poco. Vi un prado lleno de flores y al final un bosque que prometía aventuras y agua fresca. Corrí, saltando entre el trigo y las amapolas, volví la cabeza para que supiera ella lo agradecida que estaba y vi como su coche se ponía en marcha y se alejaba, corriendo por la carretera, luego, desapareció.
No supe que hacer. Volví hasta donde había estado el coche y seguí su huella. Pero enseguida me di cuenta de que era muy peligroso. En más de una ocasión estuvieron a punto de atropellarme, así que me alejé de la carretera y me adentré en el bosque. Pero yo era una perrita de ciudad y no estaba preparada para combatir los peligros que parecían acecharme tras cada árbol. Allí los sonidos eran imperceptibles y las sombras parecían enormes perros salvajes dispuestos a devorarme en cualquier momento. Busqué agua y enseguida salí de allí. Estaba hambrienta pero fui incapaz de cazar ni una pequeña lagartija. Un ratón de campo, se atravesó en mi camino, nos miramos asombrados durante un instante, percibí en sus grandes ojos oscuros brillando en la oscuridad el miedo. Ladré para que se fuera en paz.
Seguí caminando pero estaba muy cansada y decidí acostarme un ratito para reponer fuerzas. Enseguida me dormí. De vez en cuando me despertaba algún ruido producido por algún animal que iba de caza y como no estaba acostumbrada a estar al aire libre hasta el viento al pasar por los árboles me desazonaba y volvía a acostarme con las orejas muy tiesas, siempre atenta a cualquier peligro.
Debí soñar con mi ama, porque sentí como me acariciaban las orejas, como lo solía hacer ella y oía como me llamaba: Linda, Linda, tranquila pequeña, no tengas miedo, soy yo.
El claxón me despertó. Me levanté desorientada. Los faros del coche me miraron y quedé hipnotizada ante su belleza. Apenas si sentí el golpe. Entonces la vi a ella, a mi ama, me sonrió, se agachó a mi lado y poniéndome la correa rosa, la que me regaló en la última Navidad, me dijo: ¡Linda, levanta, esta vez vamos a dar juntas un paseo muy largo.
Con mis deseos de que este verano ningún animal sea abandonado. Él nunca lo haría.