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Juana

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1.

Juana se despertó, como era habitual, a eso de las cinco de la madrugada. Y también, como solía ser habitual, se quedaba media horita más en la cama intentando vencer el sopor y el cansancio del día anterior y no se levantaba hasta que no tocaba su pequeño despertador por segunda vez. Un pequeño esfuerzo para levantarse mientras que su marido dormía como un niño hasta las seis y media, para prepararle el desayuno y el almuerzo en ocasiones, para que él no tuviera otra cosa que hacer más que asearse, tomarse una rica taza de café con leche caliente y comerse sus tostadas, antes de irse a trabajar. Cuanto hubiera dado ella porque él, aunque solo fuera un fin de semana, de vez en cuando, le hubiera sorprendido preparándole el desayuno. Pero él no era de ese tipo de hombres. Se lavó la cara y dejó de parecer una sonámbula perdida por la casa. Se tomó su cortado de la mañana y ya comenzó a sentirse persona. Su faena de la mañana la dejó algo más de cuarenta y cinco minutos en la cocina, oyendo la radio, mientras metía el almuerzo en los tapers. Su marido se levantó y se dirigió a la cocina. Apenas le dedicó un bufido cargado de apatía, y mucho menos un saludo cariñoso. Siempre se levantaba con cara de pocos amigos. No solía ser muy comunicativo, sobre todo a esas horas. Probablemente, a medida que transcurría el día se volvía más hablador, pero su malhumor parecía una maldición, siempre hacía gala de él, en mayor o menor escala, al menos en casa. Fuera era otro asunto. A veces, incluso podía parecer encantador y todo. Se sentó a la mesa, tomó sus tostadas con mantequilla y chorizo y ella se quedó junto a él observándole. Apagó la radio y puso las noticias, pero en la televisión.

“¡Dios mío!”.- Solía protestar con su voz frágil cuando algo la sorprendía, o: “¿Cómo puede hacer algo así una persona, por Dios!”, cuando algo la conmocionaba. Siempre lo decía dirigiéndose a él para que le comentara algo al respecto, pero ella sabía que era como si se lo dijese al aire, porque él solo la miraba con aire inexpresivo o simplemente la ignoraba.

Cuando se iba apenas le decía nada más que “vale adiós” de forma un tanto apática, o, si le había encomendado hacer algún recado algo así como; “no te olvides ir luego al correo a recoger eso…” Y se marchaba, sin más. “Que tengas un buen día”. Le contestaba ella pero ya cuando él se había marchado. Solía hacerlo mientras cerraba la puerta por que una vez lo hizo cariñosamente justa antes de irse y él respondió con cierto malhumor que un buen día sería cuando pudiera quedarse en casa y no tener que ir a trabajar, como hacía ella. Desde ese día siempre lo hacía cuando ya se estaba marchando.

Para Braulio, el único que trabajaba de verdad era él. Ella solo se dedicaba a ver la tele, charlar con las vecinas y poco más. Recoger la casa, fregar los platos, barrer, planchar, coser, hacer la comida, era un trabajo menor. Tal vez por eso nunca colaboraba en nada, no solía recoger sus platos, ni tenía demasiado cuidado con no mear por fuera de la taza ni ponía su ropa y sus zapatos en su sitio.

 

 2

 

Juana no se sentía, ni mucho menos, valorada. Era una esclava de su casa. Cualquier hora era buena, cualquier tarea insuficiente y cualquier esfuerzo obligatorio. Era una cruz difícil de soportar. Braulio podía pasar de hablarle groseramente o con cierta tosquedad por cualquier estupidez a hacerle el amor de forma tosca y desconsiderada sin importarle si ella tenía ganas o no, si ella quería o no, si ella se sentía herida o dolida por algo o estaba cansada. Nada de eso le importaba. Él se limitaba a ponerse encima y satisfacer de forma egoísta y poco delicada sus instintos. A veces se preguntaba cómo podía un hombre tener tan poca sensibilidad con la persona con la que se había casado y con la cual convivía día tras día. Le recordaba de novio y se estremecía al pensar en lo que ese hombre se había convertido, en la persona que había llegado a ser. Es verdad que siempre había sido algo bruto e incluso un poco ignorante, algo chapado a la antigua, pero al menos era caballeroso y considerado. Cuando le conoció no imaginaba que pudiera llegar a convertirse, con el paso de los años, en alguien tan egoísta y desconsiderado. A veces, con un solo “gracias” o “por favor” le hubiese bastado. No era nada tan grande ni difícil de hacer. Pero esos no eran los modales que le caracterizaban, al contrario, parecía obtener una especie de enfermizo disfrute de menoscabar su amor propio al intentar siempre hacerle sentir poca cosa o ridiculizarla, sobre todo delante de los demás, como, por ejemplo, delante de sus amigos. Ella los detestaba. Todos eran tipos borrachines, desconsiderados y abandonados, que no hacían otra cosa que regalarle los oídos para conseguir otra ronda en el bar. ¿Acaso es que tenía que demostrar algo delante de ellos? 

Cuando estaba sola, a veces rompía a llorar. Se acordaba de sí misma como una chica ingenua, divertida y transparente. Ahora era triste, apagada, asustadiza. Las huellas de los insultos, de las palabras despectivas, de su forma grosera de comportarse se clavaba en su alma como cuchillos candentes. Esas huellas se transformaban en dolorosas cicatrices. Braulio se había convertido en un hombre malhumorado de reacciones agresivas. Sobre todo cuando bebía, solía decirle cosas dolorosas y punzantes como puñales. El alcohol hacía de él un hombre terco y ofuscado de reacciones imprevisibles. Cuando estaba sobrio solía utilizar más la descalificación irónica, las palabras envenenadas, la indiferencia y el menosprecio y eso, si cabía, le resultaba más doloroso incluso.

Le hubiera gustado poder discutir algo con él, poder debatir sobre algún tema, como solían hacer casi todas las parejas, pero, últimamente, Braulio se mostraba muy susceptible y perdía los nervios con facilidad. Por ejemplo, cuando discutieron por un trabajo de mañana limpiando un centro comercial que él le consiguió por medio de un amigo, trabajo que en realidad no necesitaban ni ella deseaba, pero él le obligó a aceptar porque: “te conviene ocuparte en algo útil y además así sabrás lo que cuesta ganar el dinero para que no lo despilfarres de esa forma”, según sus propias palabras. La discusión se zanjó con uno de sus coléricos desplantes tan habituales ya. No tuvo más remedio que resignarse. Bueno, específicamente en esa ocasión, no le puso la mano encima pero Juana temió por ello.

 

 3

 

Al principio tan solo fueron palabras y gestos desagradables y más bien de forma casi anecdótica. Surgía alguna situación que generaba un poco de tensión y Braulio perdía los nervios de forma momentánea. Eran situaciones en los que la presión y su carácter un tanto inestable y colérico le jugaban una mala pasada. Después solía mostrar algún atisbo de arrepentimiento junto con algún tipo de justificación para encubrir su forma de actuar. Esos desafortunados momentos puntuales comenzaron a hacerse fatídicamente más y más habituales. Lo mismo ocurrió con los desprecios y las expresiones irrespetuosas. Llegaron a convertirse en algo normal. Y lo que más le fastidiaba a Juana era que, una vez pasado el vendaval inicial de la tormenta emocional, Braulio se empeñara en tratar de hacerle ver que era ella la que había provocado toda esa avalancha de insolencia beligerante. Trataba de hacerla sentir culpable, y ella debía acatar el papel o podría originar otra terrible situación. Como en el caso en que le puso un plato de habichuelas muy calientes y Braulio reaccionó estallando el planto contra la mesa y amenazándola con “darle” si volvía a servirle la comida tan caliente otra vez o como cuando creyó que estaba coqueteando con un antiguo amigo que no veía hacía algún tiempo y, después, a solas, en el coche, le advirtió que si alguna vez se le ocurría serle infiel la “rajaría de arriba abajo” para que aprendiese a respetarle. En ambas ocasiones, una vez pasado el furor inicial, había hablado con ella haciéndose la víctima y preguntándole porqué se había portado así con él y le había hecho perder el control.

Ella no había tenido más remedio que acostumbrarse resignadamente a todo eso. Incluso había comenzado a pensar que era normal, no sabía si acaso se había vuelto insensible a fuerza de golpes o era una especie de mecanismo de defensa ante tanta tortura. Cuando sus amigos venían a casa a ver los partidos o a jugar a las cartas parecía que era cuando más se ensañaba. Encima que lo ponían todo perdido y le obligaban a quedarse un par de horas más trabajando tenía que aguantar su estúpida actitud machista delante de ellos, sus comentarios humillantes, sus gestos despectivos.

Llegó un momento que sintió que no sabía hacer nada bien. Como si no fuera lo suficientemente buena para él. Que era torpe y poca cosa. Trataba de esforzarse pero nunca nada era suficiente.

Para colmo, cuando iba a casa de sus suegros a comer o a pasar un rato, el padre de Braulio siempre acababa sacando el tema de los niños y le preguntaba, mirándole bruscamente a los ojos con esa cara de condena, que cuándo pensaba quedarse embarazada y ella tan solo torcía el gesto y no sabía qué decir, tan solo sabía sentirse inútil e insignificante. Desde el principio, el viejo no sabía otra cosa que mirarla con ojos de desaprobación. Y ella, para romper la tensión del momento y escapar a ese sentimiento lacerante, solía buscar algo qué hacer, como por ejemplo, ayudar a su suegra a levantarse de la mesa, y entonces les oía hablar de esa forma tan desdeñosa, pues ni él ni su hijo se cortaban al hablar sobre ella, y este le solía decir cosas como: “!No sé qué estás pensando¡ ¿Es qué no sabes cómo hacer un niño?” o “te lo dije, antes de casarte ya te lo dije. Creo que la tratas demasiado bien. No la pongas en su sitio y verás, verás lo que pasa. A las mujeres como a los caballos, tienes que enseñarles quién manda y manejar las espuelas para que te obedezcan y se hagan mansas.”

En una de esas ocasiones familiares Juana, tal vez harta de tantos y tantos reproches machistas por parte del viejo, se le ocurrió contestarle con cierta vehemencia, y, antes de que se diera cuenta Braulio la había abofeteado, y el viejo entonces comentó en tono jocoso: “lo ves, un poco de jarabe de palo no viene mal, para que no se te suba a las barbas”. Ella se levantó abochornada y humillada y se fue a la cocina a llorar y su suegra fue a consolarla: “hija, tienes que ser un poco sufrida, los hombres son así. Por eso no le des más importancia de lo que tiene. Olvídalo. Lo que tienes que hacer siempre es decirles que sí a todo y después haces lo que te de la gana, sin que se de cuenta. Es lo normal dentro de los matrimonios.”

¿Sería eso, en verdad, normal? Había empezado a creer que probablemente, así era.

 

4     

Juana sentía que una fuerza penetrante le oprimía el pecho. Sin duda era el estrés; esos nervios continuos que se le metían en la boca del estómago y apenas le dejaba comer. A veces era como un pellizco en el estómago y otras una intensa punzada que le oprimía el corazón. Últimamente no tenía gusto para nada, ni siquiera para arreglarse. Y Braulio parecía disfrutar de ello, en vez de querer que su mujer fuera coqueta y se pusiera guapa, le gustaba tener ese “frente” abierto el cual utilizaba como excusa para ridiculizarla o menospreciarla. Parecía divertirse haciendo comentarios hirientes de su descuidado aspecto. El miedo la estaba matando y la falta de cariño estaba acabando con ella. Su marido, no solo era un hombre insensible, maltratador y posesivo, estaba convencido que también se había convertido en un mujeriego. A veces había olido perfumes ajenos a ella en sus ropas. Otras le había pillado en incongruencias y mentiras o incluso mirando lujuriosamente a otras mujeres más de una vez. En cierta ocasión se atrevió a preguntarle algo al respecto y él reaccionó a la defensiva, con esa manera desconsiderada de decir las cosas que tenía, negándolo todo. Pero, a pesar de eso, veía el engaño en sus ojos.

Juana sentía una falta de cariño tal que le provocaba inquietud y amargura. Por eso, cuando aquel chico tan simpático y bien parecido le dedicó un par de amables palabras quedó gratamente sorprendida y desconcertada. Sintió entonces un hormigueo cálido y gratificante dentro de sí, como una caricia al alma, y eso hizo que aquel casual encuentro en el supermercado se convirtiera en una sucesión de fortuitas y agradables casualidades. Mientras ese desconocido conversaba con ella de la manera más natural y amena, ella se preguntaba por qué Braulio no podía comportarse así, actuar de la misma forma, aunque solo fuera un poquito. ¿Acaso eso resultaba tan difícil? Pero suponía que un lobo no podía transformarse en un cordero así como así. El simpático chico nunca le había insinuado nada fuera de lugar, ni ella tampoco le había permitido entender que debía hacerlo, pero era eso, precisamente, lo que más le impresionaba. Después de algunos encuentros y algunos cafés llegó a pensar que tal vez existía algún tipo de química especial entre ambos, algo que no confiesan las palabras pero que se sabe que existe. A veces solía encontrárselo en los lugares más insospechados, en el correo, en la calle, en alguna tienda… Juana tenía la idea de que tal vez la seguía o algo así. Eso le halagaba pero también le daba un miedo atroz. Solían hablar de cosas intrascendentes, del tiempo, de cómo estaban las cosas, de alguna tienda en especial, de alguna peli antigua… y, normalmente, no más de quince minutos. Todo eso fue muy efímero y bonito mientras duro, porque, en una ocasión en que ella se sentía especialmente vulnerable y se disponía a hablarle sobre sí misma, apareció Braulio como un espectro terrorífico, concretamente cuando conversaban en un banco de un parque. No supo cómo reaccionar. El semblante se le cayó al suelo y se quedó dibujado en su rostro una mueca de temor. El estómago se le encogió y las piernas le temblaron. Se puso de pie a duras penas y el chico hizo lo mismo seguidamente. Braulio no reaccionó de forma agresiva, contrario a lo que ella esperaba: le pidió que le presentara al extraño con cierto toque de sutileza inexistente en su personalidad, y este, como intuyendo la situación, dijo que era un antiguo compañero del colegio. Hubo un silencio incómodo, una mirada enmascarada y hostil hacia ella, y una despedida comedida y conveniente de parte del extraño, porque la situación se hizo demasiado tensa. Una despedida amable, pero una despedida en toda regla, definitiva, y así ella también lo advirtió.

Juana se sintió demasiado aturdida para pensar.

-¿Qué? ¿De cháchara con el tipo ese de los cojones?- Le preguntó recuperando su estilo habitual cuando estuvieron a solas.

-No, nos vimos por casualidad y nos saludamos como viejos amigos, nada más.

-¿Me tomas por tonto o qué?- Braulio le agarraba el brazo con fuerza.

-Braulio, me haces daño…- Protestó ella sin tener el menor efecto en él.

-¿Daño? Tú no sabes lo que es el daño. Daño es el que me haces tú cuando te portas como una vulgar fulana. Dime, ¿Quién era ese tío en realidad? ¡Vamos, no me mientas! ¿Qué hacías con él?

-Pero Braulio, ya te he dicho que…

Juana no puede terminar su frase. Una bofetada rápida le voltea la cara e incluso está a punto de caer. A continuación siente el cachete caliente e hinchado. Comienza a sollozar. Las lágrimas resbalan por sus mejillas.

-         Te juro que no hacía nada malo, solo charlar…

-         Llevo un rato observándote. Sí, sabía que te veías con un tío a mis espaldas.- La agarra y la vuelve a zarandear. Juana ve de soslayo que hay gente alrededor observando la escena pero nadie pasa de ser un mero espectador. Le sorprende comprobar cómo la gente se recrea en eso.- ¿Acaso no me porto bien contigo? ¿No te doy todo lo que necesitas? ¿No tienes todo lo que quieres, para que me lo pagues así? Pedazo de puta traidora…- Braulio le abofetea otra vez y esta vez ella cae de rodillas. La coge del brazo y la levanta y la empuja para que camine.- Vamos para casa que te voy a dar una que verás.

Entre lágrimas ve como la gente observa como si de un espectáculo circense se tratara. Nadie dice nada. Nadie hace nada. Solo la observan, sí, algunos con lástima, otros pensando que tal vez se lo mereciese y otros tan solo matan su curiosidad o su aburrimiento. Camina a lágrima viva, sintiéndose dolida, humillada, y, a medida que se acerca a su casa siente un terror inmenso ante su indefensión y su aislamiento entre esas malditas paredes que hace tiempo que dejaron de ser un hogar y porque no sabe qué puede pasar realmente una vez lleguen allí. Cruza el umbral de la puerta sintiéndose como una oveja que va al matadero y es consciente de ello. El corazón corre cruelmente desbocado y un pellizco se le aloja en el estómago. Braulio entonces se recuesta en el sofá y lo único que le dice es: “tráeme una cerveza que tengo sed… y ponte un poco de hielo ahí…”

 

Se suele decir que una pequeña chispa puede provocar un gran incendio. En el caso de Juana fue así. Llegó un punto que ni siquiera la fuerza de la costumbre lo hacía soportable. La frágil psicología humana se va quebrando lentamente hasta que el sufrimiento no puede soportarse más. No fueron ninguna de esas palabras hirientes, ni ningún desprecio descarado, ni siquiera una de esas incontroladas reacciones agresivas que acababan con bofetadas o empujones, lo que provocó esa chispa. Todo transcurrió una fatídica “Nochebuena”. Juana había trabajado hasta las tres de la tarde y después de eso, había tenido que recoger la casa para un par de horas más tarde ir a casa de los suegros a prepararlo todo para la cena familiar. Esa noche, aproximadamente, serían unas veinte personas, todos de la familia de su marido, entre los que estaban sus propios suegros, un par de hermanos y dos hermanas, primos, tíos y demás. Sus otras dos cuñadas apenas hacían gran cosa, eran diestras en el arte de escaquearse. La suegra y las dos tías eran mayores y tampoco es que hicieran gran cosa. Así que era ella la que tenía que encargarse de casi todo: hacer los distintos entremeses, preparar las bandejas de polvorones y demás dulces navideños, estar a cargo de la carne, los postres, poner la mesa y quitarla, fregar la losa… Cuando Juana por fin pudo sentarse a cenar se sintió agotada y muy agobiada. Todo el mundo comía y bebía tranquilamente y ella, aún así, no podía comer plácidamente, tenía que estar pendiente a todo. Mientras comía pudo sentir la hipocresía que flotaba en el ambiente, observaba a los demás como reían desmesuradamente, gritaban y se contaban cosas estúpidas como si fueran una familia unida. Entonces se fijó en Braulio sin que él lo advirtiera, no en vano, estaba muy entretenido flirteando con algunas de sus cuñadas. Le reventó lo amable que era con el resto de las mujeres. Él se dirigió entonces a ella con su habitual y desagradable rol de mando para que recogiera su plato y le sirviera un vaso de licor. Juana oyó su voz como si de un eco lejano se tratara, tan aturdida se sentía. En su cabeza solo merodeaba la idea de lo amable que era con otras mujeres y lo insoportable que era con ella, como un eco constante e hiriente. Braulio trató de sacarla del trance agarrándola por el antebrazo sin tratar de ser desagradable del todo y su menudo cuerpo reaccionó como un resorte, espontáneamente, sintiendo una repulsión tan atroz que le hizo soltar el agarre con un gesto brusco y defensivo.

-¿Qué pasa Chata? Vamos llévate esto de una vez.- Esta vez las palabras de Braulio sonaron a advertencia. Para reafirmar su autoridad le volvió a agarrar del antebrazo, esta vez ejerciendo un poco más de presión.

Pero ella volvió a soltarse del agarre con más voluntad que antes. Él no supo hacer otra cosa que mirarla con hostilidad, tal fue su sorpresa.

-¡Déjame en paz!- Le dijo ella con voz ahogada y una tremenda agonía en su alma.

Al momento se hizo un tenso silencio en la sala, como si todos se hubieran puesto de acuerdo para ver el espectáculo que parecía que iba a ocurrir a continuación. Las miradas de todos se clavaron en ella, y la de su suegro se hundió de forma contrariada en su marido. La tensión se podía cortar con un cuchillo.

-¡Si, déjame en paz!- Repitió como si ya no fuera esa mujer callada y sufrida, sino otra persona totalmente diferente. Parecía enajenada o algo así- ¡Ya estoy harta de todo! ¡De ti y de todo esto! ¡Solo soy tu esclava! ¡Vamos, recoge esto, ponme la comida, dame la cerveza, lávame estos pantalones…! ¡Estoy harta de ser la que obedece y calla, la que no vale para nada! Estoy harta ¿me oyes? Me voy, sí, me voy, no quiero saber nada de ti…

-¿Adónde crees que vas?- La agarró con fuerza y la zarandeó- ¿Qué quieres, dejarme en ridículo delante de mi familia, eh zorra?- La volvió a zarandear violentamente.- Tú no vas a ningún sitio. ¡Recoge mi plato ahora mismo!

Entonces Juana se amedrentó, tan vencida se sintió en aquella dolorosa situación. Lo que en principio había sido un subidón de rabia e indignación, un segundo después se había transformado en un bajón de miedo y desaliento. En principio bajó la cabeza sintiendo el dolor del agarre y rompió a llorar, pero de soslayo vio los rostros impasibles de los demás, en especial la cara de satisfacción de su suegro, su forma de mirarle con un gesto intercalado de menosprecio, y se sintió como una mierda, y entonces una sensación de ahogo y de asco, tal vez de locura y angustia, le hizo reaccionar soltándose del agarre como una gata acorralada.

-¡Recoge tú tu plato y sírvete tu licor! Desde luego no soy tu esclava, ni quiero ser tu mujer. Voy a…

-Pero a Juana no le dio tiempo para más. Su marido le había lanzado una certera bofetada que la había lanzado hacia atrás, casi le había hecho caer al suelo. A duras penas se recuperó de su conmoción y sintió de nuevo la tenaza sobre su brazo que la alzaba y ella, horrorizada, vio que llevaba en la otra mano uno de los cuchillos de cortar carne.

-¡Antes te mato! ¿Me oyes? ¡Te mato!- Entonces inició el movimiento de clavárselo en el abdomen.

Todo ocurrió muy rápido a partir de ahí. Juana no sintió la cuchillada, no sintió dolor, tan solo una especie de desmayo que hizo que la realidad se fuese difuminando en cientos de fulgores abstractosque se apagaron tan súbitamente como aparecieron y se hizo el vacío, se hizo la nada, la oscuridad…

 

5

Informe sobre el Proyecto “SRPI”·( Readaptación de personalidad inducida):

 

El sujeto Juan Silva Ascanio fue sometido al “Readaptador” el 15 de Febrero del 2025 y se mantuvo conectado al sistema hasta el 25 de marzo, proceso durante el cual fue asistido por un sistema mecánico de monitorización y por diverso personal humano cualificado, manteniéndose estable durante toda la “terapia”, experimentando en ocasiones picos emocionales en momentos puntuales que no significaron en ningún momento riesgo para su salud. El propio sistema se adaptó a las “exigencias” del sujeto y lo sacó del trance una vez concluida dicha terapia. Si bien es cierto que ese riego físico fue mínimo, cabe reseñar que hubo momentos, sobre todo cerca de la culminación del proceso, que implicó cierto grado de sufrimiento emocional muy comparables a los que experimentan las víctimas reales de malos tratos y violencia doméstica.

Al despertar el sujeto mostró desorientación y un pronunciado cansancio inicial, que poco a poco fue superando, hasta recuperar sus facultades tanto físicas como mentales, en un proceso que tardó unos noventa minutos aproximadamente, aunque cabe reseñar que el sujeto sufrió un episodio de amnesia parcial que tardó unas tres horas en superar. Cuando le informamos, una vez superada esta primera etapa, de quién era en realidad y la naturaleza del experimento, es decir, un condenado por violencia de género y homicidio, y su sometimiento voluntario a esta revolucionaria tecnología como terapia de inserción, su primera reacción fue una rotunda negación de la realidad, mezclando su pasado real con la “fantasía inducida” de su existencia como mujer maltratada, hasta que poco a poco sus propios mecanismos de memoria le colocaron en la cronología correcta de los hechos y aceptó su verdadera naturaleza. A este respecto, el equipo de psicólogos que le atendió comenta que, a causa del fuerte impacto psicológico que esta realidad supone, no están del todo seguros de que no sufrirá efectos secundarios algo duraderos. A este respecto cabe reseñar que, a medida que fue recordando su verdadera identidad y la naturaleza de su delito, sufrió un ataque de ansiedad y tuvo que ser sedado, estado que fue superado por el sujeto una vez sobrepasado este primer estadio de angustia. Después de eso lo mantuvimos atado, por su propia seguridad durante unos veinte minutos hasta que el propio sujeto asimiló la situación y se calmó. La primera prueba del éxito del proyecto es que el sujeto, a continuación, tuvo un episodio depresivo al reconocer la autoría del homicidio de María Acosta Gálvez, con quién mantenía una relación sentimental, por lo que precisó ayuda psicológica, que hasta el día de hoy continúa. A este respecto, los psicólogos del proyecto opinan que sería mejor borrar el episodio delictivo porque esto le produce gran frustración y síndrome de culpabilidad, y retarda una reinserción óptima en la sociedad. En cuanto a esto, creemos que se trata del único punto débil del proyecto, en el cual estamos más concentrados.

Pasado ese período inicial el sujeto retomó la normalidad en todos los aspectos. Ha permanecido durante estos tres meses en observación constante y, según la opinión de nuestros expertos, es incapaz de protagonizar otro episodio de violencia de género. A este respecto, creemos que está totalmente curado, porque la resulta imposible tanto física como emocionalmente llevar a cabo una acción de esa índole de nuevo, pues la simple idea de ello actúa como un potente alérgeno causándole efectos secundarios que pueden variar entre pequeños picores, nauseas, alteraciones cutáneas, sentimientos de culpabilidad, trastornos del sueño, o bloqueo físico y mental entre otros. El sujeto lleva ahora una vida que puede denominarse como normal, pero todavía sigue en manos de psicólogos, como medida de precaución, hasta que reciba el alta médica. Va progresando adecuadamente. Una vez analizados todos los resultamos debemos dar nuestro apoyo a la inclusión de esta revolucionaria tecnología como forma de tratar las diferentes psicopatías delictivas, pues resultan mucho mayores los beneficios que los inconvenientes, los cuales estamos seguros serán superados con certeza si se invierte un poco más de tiempo y esfuerzo en ello.

 FIN DEL INFORME.

 

Juana

Fuente: es.scribd.com/
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Autor: Francisco Sánchez
Enviado por fanchisanchez - 08/05/2012
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