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En presencia de Dios.

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Hace algunos años me encontraba cubriendo una de esas larguísimas guardias de fin de semana en la terapia intensiva del hospital de especialidad. Era de madrugada y el reloj marcaba quince minutos antes de la primera hora de la mañana. Estaba terminando de actualizar las indicaciones de un paciente, cuando la asistente de guardia se aproximó a mi con una solicitud inusual:
- 
Doctor, los familiares del paciente de la cama seis pidieron su autorización para que un sacerdote pueda entrar al cubículo a darle la extrema unción-

La mire por un momento mientras trataba de procesar la información. Le hice una señal para que esperara a que escribiera mi firma en la hoja de indicaciones y dije:
-Permita que pase y por favor, agradezca a la familia por el voto de confianza…-

La asistente hizo un gesto de hastío y se retiró sin hacer ningún comentario a mi ironía. Lucy, la enfermera a cargo, quien estuvo a mi lado esperando por los cambios en el manejo, me hizo saber que en la guardia previa ‘alguien’ había hecho uso de su poder divino y profetizó la muerte del paciente en menos de doce horas. También se atrevió a recomendar que llamaran al resto de la familia y arreglaran ‘todo lo que tuvieran que arreglar’, por la cuestión de tiempo.

Don Tomás, como he decidido llamarle, se encontraba muy grave, como la mayoría de los pacientes de la sala de terapia intensiva. Pero eso no implicaba necesariamente una muerte inminente. Además, en nuestra clasificación de ‘gravedad’ lo considerábamos estable, lo que significaba que a pesar de lo severo de la enfermedad, habíamos logrado, con la implementación de soporte avanzado, que sus órganos vitales continuaran funcionando. A fin de cuentas era nuestro principal trabajo, brindar medidas de sostén mientras el proceso de enfermedad evolucionaba hacia la mejoría esperada.

Yo sabia lo que significaba para la familia una notificación de esa naturaleza. Además de tener trastornada su vida por lo largo del proceso, se acentuaba el estrés por la premura del tiempo. Parte de la familia tenia que viajar para estar presente y participar del suceso, arreglar los tramites legales y cuestiones de dinero. A mi me complicaba la guardia porque, si la profecía era equivocada, un justo reclamo cargado de decepción, enojo y frustración recaería sobre mi persona.

Quizás se interprete erróneamente como el deseo de la familia de que llegara la muerte. Lo que pasa es que cuando la situación ha sido tan larga y penosa, lo que quieres es que el desenlace llegue, para bien o mal, pero que llegue. Por desgracia, la práctica médica esta llena de falsos profetas quienes asumen el conocimiento y razonamiento científico como dotes divinos y en este caso, era el mas burdo ejemplo, cargado de desatinos. Pensando positivamente, se había brindado a la familia la posibilidad de participar activamente aunque fuera en el proceso de muerte.

El sacerdote se presento después de una hora. El hombre que según mi calculo apenas bordeaba los cincuenta años de edad, se veía cansado y era evidente que lo habían sacado abruptamente de la cama. Venia custodiado por dos de los hijos del paciente que a mi entender, lo habían convencido de acudir a dar el servicio a esas horas de la noche. Les pedí que lo dejaran solo y a el le ofrecí que si necesitaba ayuda, yo estaría cerca para asistirlo en cualquier cosa. El se veía incomodo y solamente me pregunto si el paciente podía escucharlo. Le conteste que Don Tomas se encontraba bajo sedación profunda pero que podía hablarle.

-Yo de todas formas le hablo para saludarlo y darle animo. Uno nunca sabe si en el subconsciente pueden estar escuchando-

Le dije tratando de ser amable y buscando confortarlo. Con algo de curiosidad, me aleje lo suficiente como para poder observar lo que ocurría. Los cubículos eran abiertos, solo separados por puertas de cristal para facilitar la vigilancia del paciente enfermo. Pude ver su incomodidad al estar en un lugar completamente ajeno y tratar de hacer su trabajo en una situación irregular y llena de predicamentos. Tardó en escoger un lugar apropiado para llevar a cabo el rito y terminó en una esquina lejos de la cama del paciente. Decidí que era inconveniente seguir observando y trate de concentrarme en escribir las notas pendientes. Solo pasaron algunos minutos en silencio antes de verlo salir asustado y sin aliento. Las alarmas del ventilador mecánico que ayudaba a respirar al paciente se activaron seguidas por las del monitor y los dosificadores de infusiones. Acudí en su auxilio y le expliqué que era algo común y que nada malo había ocurrido.

-¿Acaso hice algo que intranquilizara al paciente?-

Pregunto, como si esperara ser reprimido.

-¿Acaso lo hizo?-

Le conteste con una sonrisa, tratando de aligerar el momento con una simple broma. Su mirada de desconcierto me hizo ver que era un mal día para mi cultivado humor negro. Le volví a explicar que era normal escuchar las alarmas y que eran indispensables para documentar los cambios que ocurrían. Le dije que no se preocupara pero me dijo que había terminado y con premura se encamino hacia la salida. Horas después, tuve que enfrentarme a los reclamos de la familia y a una multitud de sentimientos encontrados que los agobiaban. Les hice ver que los médicos cometemos errores y en este caso fué para bien del paciente. Les pedí confianza y que se cargaran de esperanza ante la mejoría mostrada.

Yo no mentía. Por alguna razón, había coincidido la inesperada visita con cambios positivos en el estado de salud de Don Tomás. Me había sido posible disminuir la ayuda e incluso, suspender algo del medicamento prescrito. Terminé la guardia agotado pero al mismo tiempo contento. Con sinceridad les digo que estaba algo avergonzado por mi actitud paternalista hacia el sacerdote y si tenia la oportunidad, le ofrecería una disculpa.

Pasaron los días y Don Tomás mostró una mejoría contundente. Se le pudo retirar el soporte y a una semana del evento lo encontré despierto y en condiciones para considerar su traslado a cuidado intermedio. Era la primera vez que tenia la oportunidad de hablar con el y le contaba lo bien que respondió al tratamiento. En una oportunidad, en tono ligero le dije:

-¡ ‘Alguien’ vino hace unos días a perdonarle sus pecados!-

El hombre me miró entonces con una intensidad en sus ojos como si hubiera encontrado algo maravilloso y dijo:

- ¡ Usted también lo vio, verdad! ¡El vino a verme la otra noche y me lleno de consuelo! ¿Usted lo vio también, no es cierto?-

Lo miré con desconcierto ya que no estaba seguro a Quién se refería. Tenia poco mas de veinte horas de haber recuperado la conciencia y el sedante usado actuaba limitando la capacidad de memoria. Aunque hubiera estado conciente era poco probable que recordara. Entonces contesté:

- Si, efectivamente lo vi. Pero yo me refiero…-

 No me dejo terminar porque siguió diciendo:

-  Sí, debe estar seguro, era El. Se acercó a mi y me dijo que mis pecados serian perdonados. Y sabe, eso que dicen de que uno puede ver toda su vida pasar por sus ojos como un torrente, es cierto. Pude ver con claridad las cosas buenas y malas que hice en la vida. Acepté pecados que jamás reconocí porque eran justificados, fueron causados por algún accidente, los cometí sin intención o eran tan pequeños como para ser considerados. Si doctor, era El y me ha perdonado-

Su mirada brillaba de felicidad y el frotaba sus manos como para cerciorarse de que estaba despierto. Decidí dejarlo con sus pensamientos y tocando su hombro con empatía le pedí que descansara. Me retiré a la sala de descanso a pensar en lo que había pasado. Recordé al sacerdote y su pobre actitud hacia el paciente. También evalué la importancia del rito religioso en cuestión de fe. Lo que me quedó claro desde ese entonces es que Dios esta presente en cada oportunidad y que no hay que subestimar sus caminos y tampoco al siervo que utiliza para manifestarse.

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Autor: Macaco
Enviado por Martin2008 - 19/01/2012
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1) urripe1956 dijo...
urripe1956
estan muy bien los articulos Guiño
 0   0  urripe1956 - [23/01/2012 11:06:53] - ip registrada
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