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El valor de la caridad

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Juanjuy apacible ciudad de la selva peruana, caracterizada precisamente por la generosidad y bondad de sus habitantes, quienes casi la mayoría se dedican al cultivo de sus tierras y la ganadería, gozan diariamente de su espléndido clima caluroso, aunque algunos días las lluvias eran persistentes, pero el ambiente siempre cálido hacía que las gentes mantuvieran siempre ese espíritu alegre y jocoso propio de todo poblador selvático.  

La armonía reinante en cada lugareño, se vieron interrumpidas cuando en la década de los noventa, incursionaron los grupos terroristas de sendero luminoso y el movimiento revolucionario Túpac Amaru, quienes trataron de imponer sus ideas a punta de fusiles y bombas, asesinando autoridades, comerciantes y personas inocentes que se negaban a ceder sus chantajes y exigencias económicas.  

Gonzalo, agente de la Policía de Investigaciones Perú, al haberse integrado recientemente a la Jefatura de Juanjuy, con poca experiencia, no conocía o conocía muy poco sobre el fenómeno terrorista que se imponía en la región, no obstante que su jefe y colegas de mayor jerarquía le llamaban constantemente la atención por ser tan generoso con los detenidos, siempre trataba de apoyar a aquellos que carecían de familiares y se encontraban en situaciones difíciles y sin alimentos.  

Un día un grupo de policías habían capturado a un terrorista provisto de arma de fuego y un maletín con varias bombas, este subversivo jamás quiso revelar el nombre de su jefe, menos el objetivo que estaba por cumplir, no era de la zona, ni tenía familiares, nadie se apersonaba a averiguar por su situación ni le proveían alimentación.  

Pasaban los días, mientras el detenido en una celda aislada, paliaba su hambre y sed con la sobra que supuestamente algunos otros detenidos de otras celdas tenían la gentileza de ofrecerle. Gonzalo sin que nadie advirtiera todos los días, de su propio peculio le llevaba bebida y alimentación por espacio de casi treinta días que permaneció cautivo, hasta que las autoridades judiciales decidieron su internamiento en la cárcel de Juanjuy.  

Después de mucho tiempo de ocurrido tal incidente, una noche se escucho el ruido incesante de las metralletas y los estruendos de las bombas que destruían las paredes de la cárcel, un centenar de terroristas fuertemente armados decididos a morir y matar, rescataban a sus camaradas detenidos, entre ellos liberaron al terrorista que Gonzalo se había apiadado.   Casos como esto ocurrían regularmente, Gonzalo no tomó mucha importancia y continuaba normalmente con sus funciones, es así que un domingo, se atreve darse un paseo en motocicleta con una agraciada amiga por un lugar algo alejado de la ciudad, de pronto de entre los matorrales, un grupo de terroristas, con los rostros cubiertos y todos armados con ametralladoras los interceptan obligándoles apearse y ponerse de rodillas con las manos en las nucas, uno de ellos al proceder a registrar las pertenencias de Gonzalo, victorioso anuncia que se trataba de un policía al encontrar su arma de reglamento en su cintura, ante lo cual otro se apresura a arrebatarle su carnet de identificación.  

  -¡perro desgraciado!, ¿sabes como mueren los policías?, por fin caíste a nuestras manos- despotricó, al mismo tiempo que preparaba su arma rastrillándola ruidosamente.  

Los subversivos odiaban compulsivamente a los policías que los consideraban sus enemigos, por ser ellos quienes en cumplimiento de sus funciones y arriesgando sus vidas, se enfrentaban, los perseguían y atrapaban.  

-¡Policía de Investigaciones!. ¡PIP!, pues ahora aquí no eres nada, ¡no vales nada!- y de un tirón le arranchó la camisa, dejándole con el torso desnudo para proceder a torturarlo cruelmente como es costumbre de estas personas cuando se encuentran en grupo y con evidente ventaja.  

Gonzalo comprendió que sus días había llegado a su fin, como de muchos de sus compañeros que corrieron la misma suerte, no tuvo ni la intención de reaccionar, ya estaba desarmado y sería inútil eran muchos, mantuvo la cabeza gacha mientras escuchaba el llanto de su joven amiga a la que trataban de llevarla a otro lugar.

Se sentía realmente perdido, cerró los ojos, se atinó a pensar en su querida madre tratando de despedirse y como última opción pensó en Dios rápidamente oró: “¡Oh Cristo crucificado, enemigos veo venir, con la sangre de tu costado de ellos me he de cubrir!”, recordándose del pequeño librito titulado “Justo Juez” que su hermana Gloria la había obsequiado y en cuyo interior contenía dicha oración.

De pronto escucho una imponente voz:      
-¡Alto, de ese policía yo me encargo!- A la vez que acercándose a Gonzalo le ordenó ponerse de pie.

Cuando estuvieron frente a frente, el subversivo se sacó la capucha y Gonzalo pudo reconocerlo.   
-¿Te acuerdas de mi?, pues estamos a la par, de ahora en adelante todo comienza de cero. Puedes irte- y volvió a ponerse la capucha.

Gonzalo no podía creerlo, caminó presa de los nervios, le parecía imposible arrancar la motocicleta, y cuando su amiga subió en la parte posterior del vehículo casi pierde el equilibrio, como pudo se alejó del lugar convencido que la suerte y Dios estuvo de su lado.   

 

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Autor: Dàmaso BERNAL SAYES
Enviado por damaquito - 17/10/2012
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