Después de tantos años, había conseguido por fin encontrar la fórmula que me proporcionaba establecer el futuro inmediato del curso de mi vida. Ni siquiera recuerdo el tortuoso camino que seguí para llegar a ese punto; era tan enrevesado que sólo podía recordar algunos hitos, algo así como metas de montaña en una carrera ciclista. La suma total de fracasos y de ínfimos éxitos dieron como resultado este libro que vengo escribiendo desde hace dos meses y del que ya he llenado una décima parte, más o menos.
Uno de mis experimentos iniciales fue mojar sus tapas con agua bendita -que hábilmente obtuve de la iglesia de San Fernando, en mi propia calle-, y exponerlo al relente de la noche de tres lunas llenas. Conseguí un ligero cambio en el color y en el peso. El último importante que ahora recuerdo fue colocarlo disimuladamente en el interior del ataúd de un desconocido durante una misa y rescatarlo antes del entierro. Pero quizás el paso más importante fue conseguir trasladarlo todo al ordenador y abandonar la escritura manual sobre el papel, aunque con los mismos resultados sorprendentes: lo que escribía ocurría a continuación en un futuro inmediato, entre 10 y 15 minutos.
Empecé a dominar mi propio destino manipulando el devenir con frases de mi cosecha, cada vez más elaboradas. Al principio escribía en el libro deseos del tipo: “Este día nublado y fresco se va a tornar soleado y cálido”, o “deseo que el ruido ensordecedor de esta ciudad cese totalmente durante una hora”. Y tal como lo redactaba, así ocurría, sin vuelta atrás. Cuando me puse con en el microordenador portátil ya escribía sobre asuntos más trascendente para mí, como por ejemplo: “Este dolor de cabeza tan fuerte va a desaparecer totalmente”, o “La compañía eléctrica me va a facturar por dos meses de consumo sólo 1 euro”. Por desgracia cometí un error al escribir sobre este pequeño y endiablado teclado; al escribir la oración: “Hoy mismo la buena suerte llamará a mi puerta”, cambié sin advertirlo una “s” por una “m” y la palabra “suerte” pasó a significar “muerte”. Así que ahora estoy preguntándome cómo la Señora de la Guadaña se me va a llevar plácidamente en los próximos minutos.