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El ángel intruso (Capítulo1)

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“El ángel intruso.”

(Capítulo 1)

 1

  La ambulancia lo llevó rápidamente hacia el hospital. Una vez allí el personal de urgencias le recogió y le examinó. Salvo por la desorientación, no detectaron traumatismos, hipotermia, agua en los pulmones, deterioro, deshidratación ni ninguna otra anomalía propia de un náufrago ocasional. Le hidrataron con un suero. Le dieron vitaminas y le hicieron varios análisis. Le mantuvieron en observación durante veinticuatro horas. Le quitaron la toalla que los de salvamento marítimo le habían proporcionado para que se cubriera y le dieron una ropa vieja de alguien del personal. También le dieron café caliente y un bollo.

-          Señor, ¿Cómo se encuentra?- Le preguntó el doctor Murria, un joven médico recién salido de la universidad y que hacía su turno en el servicio de emergencias.

-          Estoy vivo, estoy aquí.- Dijo el hombre, que parecía tener unos sesenta años pero solo por su mirada cargada con el paso del tiempo y su pelo canoso, tanto en su cabellera como en su barba, por que su piel era tersa y apenas tenía arrugas y sus manos eran estilizadas como la de un adolescente, y se movía de forma suave y fluida.

-          ¿Sabe dónde está?

-          Lo supongo.

-          ¿Sabe qué día es hoy?

-          Parece un buen día, como otro cualquiera.

-          Está bien.- Comentó el médico algo desconcertado.- Vamos deje de contestarme de una forma tan enigmática. ¿Cómo se llama?

-          Ahora mismo no lo recuerdo.

-          Está algo desorientado. Es normal. Eso irá desapareciendo poco a poco. No tiene golpes, así que creo que es algo circunstancial. ¿Recuerda lo que pasó?- El hombre se quedó dubitativo por un instante.- Unos chicos le encontraron en el mar, a una milla de la costa. ¿Recuerda si tuvo algún accidente o algo?

-          Bueno, en realidad, todo es un accidente, ¿no cree?

-          Me intriga, ¿sabe? ¿Qué estaba haciendo usted allí? ¿Se cayó de algún barco? Es muy extraño.- El médico suspiró y el hombre se meció la barba.- tiene suerte de estar vivo.

-          Esos chicos fueron muy amables.

-          ¿Los pescadores?

-          Sí. Me subieron a bordo, me dieron de beber y de comer y me llevaron a la costa.- Comentó con afabilidad el accidentado.

-          Pero, ¿Cómo llegó usted allí?. No sé, tuvo que caerse de un barco. No me diga que fue nadando desde la costa...- El médico le miró perplejo.- ¿Dónde vive? ¿Lo recuerda?- Dio algo de tiempo para que este respondiera pero continuó con tono intranquilo:- ¿Recuerda si tiene familia?- Se acercó y le examinó los ojos, la cabeza y el pecho- Es raro, no tiene usted ningún tipo de contusión ni golpe pero sufre un episodio profundo de amnesia. Tal vez puede deberse a factores psicológicos. ¿Llevaba algún documento encima? ¿Algo que nos sirva?

-          ¿Documentos?- Repitió el viejo extrañado.

-          Sí, ya sabe, un carné, un número de teléfono, una dirección, no sé. Algo. Supongo que no, ni siquiera esa ropa es la que trajo. Mary- llamó entonces por el intercomunicador- venga un momento, por favor.

  Al instante Mary, una señora de unos cuarenta años, regordeta y de tez morena, se personó en su consulta.

-          Sí, doctor Murria.

-          Usted atendió el ingreso de este paciente ¿verdad?- ella asintió.- ¿Pudo comprobar si traía algún tipo de documentación, alguna dirección, algo que nos pueda ayudar a identificarlo?

-          Me temo que no llevaba nada. Ingresó con un pantalón viejo y una toalla, y, según me dijeron, era de los chicos que le recogieron. La registramos antes de tirarlas y no llevaba nada.

-          De acuerdo. Gracias.- Dijo el doctor pensando si aquel no hombre no era una especie de indigente o algo así. Mary salió de la habitación.

 Escribió varios renglones en su informe y se quedó observando al paciente por un rato. Había un brillo intenso en sus ojos que le perturbaron por un instante. Tuvo que hacer un esfuerzo para bajar la mirada y continuar lo que estaba haciendo. Después se levantó, informe en mano, y se excusó por la momentánea ausencia. El doctor Murria fue hacia el mostrador y se dirigió a Mary nuevamente:

-          Ahí tienes a un tío que apareció de pronto una milla mar adentro y nadie sabe por qué o cómo, ni siquiera él...- Ambos le observaron a través de la puerta semi abierta.- No tiene ni un solo rasguño, nada, y ahí está sentado, como si la cosa no fuera con él, ¿no es extraño?

-          No sé, pero yo diría que es un indigente o un vagabundo o algo así...

-          ¿Tú crees?- Preguntó el médico corroborando esa sospecha que albergaba pero que, sin embargo, no parecía encajarle del todo. Encontró en la complicidad de la ayudante razón suficiente para creerlo.

-          ¿Qué hago entonces?

-          Termina el informe y, en todo lo que no sepas pon, ya sabes, lo de siempre, “desconocido”. Llama a la policía, a ver si pueden identificarlo de alguna forma, y da parte a los servicios sociales, por si acaso.

  El médico volvió a la consulta y no le encontró en la silla, donde le había dejado. Se extraño un poco pero un ligero vistazo le hizo confirmar que el paciente había salido a la terraza de la consulta. Estaba de pie, apoyado en la barandilla, estirado, como si tratara de captar los rayos del sol en su rostro. Parecía en trance. El médico se quedó dudando sobre lo que iba a hacer a continuación.

-          Magnifico.  ¿No cree, doctor?

-          Oh, sí, claro, por supuesto.- Contestó este sin prestar demasiada atención a lo que trataba de decirle.

-          Hay que saber disfrutar de estas cosas...- Comentó este con la suavidad de un susurro. El doctor Murria se quedó por un instante como hipnotizado.- Vamos, venga aquí conmigo. Está preocupado, tenso. Respire este aire y relájese, se sentirá mejor, le ayudará a pensar... Disfrute de este aire, es maravilloso…

-          ¿Por qué... Por qué dice eso? ¿Tengo aspecto de preocupado?

  El viejo se dio la vuelta. Le miró y le sonrió como si le conociera de toda la vida.

-          Si alguien no es capaz de disfrutar de algo hermoso es por que hay algo que se lo impide.

-          Sí, bueno, estoy muy ocupado, ya sabe...- Parecía algo perturbado. Pensó entonces en su novia. Se había distanciado de él por que decía que se sentía apartada de su vida, como si ambos hubiesen cogido dos autobuses diferentes. Él la quería y eso le hacía sufrir pero debía trabajar duro en su puesto si quería afianzarse en el hospital y hacerse una reputación. Ella salía con sus amigas más de lo acostumbrado y eso a él le hacía enfadar. Él quería que ella le apoyara, pero ella sentía que ocupaba un segundo lugar en su vida. Sus sentimientos hacia él habían ido enfriándose.  Su vida ahora giraba en torno del hospital y a la gente que lo conformaba. Seguro que tarde o temprano se la pegaría con alguna residente o enfermera o algo, pensaba ella. Él no lo sospechaba. Con un plumazo imaginario desecho esas ideas de su mente, justo cuando sonó su busca. Lo miró agobiado.- Bueno, tengo que irme. Esta tarde podrá irse, ¿de acuerdo? Ahora sufre un periodo de amnesia que poco a poco irá remitiendo. Todo parece estar bien, aunque hemos detectado algo un poco extraño en su sangre, pero no sabemos exactamente lo que es. Es usted del grupo “O”, pero presenta varias singularidades así como una composición sorprendente. Bueno, no parece que sea nada malo, pero le confieso que estoy algo perplejo. El hospital no se hace cargo de nada más, así que le daré mi tarjeta para que vaya a mi consulta, y podamos mirar el asunto con más detenimiento, ¿De acuerdo?- Cuando disponía a irse recordó algo más:- ¡ah, he llamado a la policía! Vendrán más tarde, para que le ayuden a identificarse y a descubrir quién es, dónde vive y todo eso. Le ayudarán. Tal vez le den algún sitio donde comer y dormir mientras recupera sus recuerdos. Si necesita algo más...

-          No doctor, muchas gracias...- Contestó el viejo mientras parecería que apenas había atendido lo que el médico le había indicado.

  Estuvo allí durante un buen rato, sentado casi como un “yogui”. Por un instante se sintió algo turbado. Se relajó entonces sintiendo el viento en su rostro. Observó el mundo que se abría debajo de él. Visto desde allí parecía plácido, incluso tranquilo. Sabía que no lo era, pero ese lugar tan tranquilo y apartado le hizo sentir cosas gratas y maravillosas. Al rato Mary vino a dar con él. Traía una pareja de policías. Ella le miró con ojos tristes. Le veía como un pobre vagabundo. Pero sus ojos irradiaban una serenidad que le perturbaba de forma inusual. Los dos policías iban de uniforme. Uno alto y nervioso, de nariz puntiaguda y tez blanca. El otro era más bajo y de pasos lentos y manos grandes.

-          Muy bien amigo, si quiere acompañarnos tal vez podamos hacer algo por usted.- Dijo el alto casi con un tono jocoso y sarcástico.

  El viejo se levantó y les acompañó. Cuando estaba a punto de salir del hospital el doctor Murria vino corriendo y le abordó.

-          Por favor, “jefe”, tenemos un caso imprevisto. Un recluso necesita una transfusión rápidamente. Por lo visto ha habido una reyerta en la Prisión Federal y ha perdido mucha sangre. El caso es que el tipo tiene un grupo sanguíneo complicado y no tenemos nada en el almacén, excepto usted... Es su mismo grupo sanguíneo- El viejo accedió y le acompañó.

  El doctor Murria le llevó a una habitación apenas aislada por unas cortinas, donde el bullicio del hospital se hacía latente como si este fuera el corazón del mismo. Los pasos, los murmullos, las voces extraviadas, los zumbidos del viento doblando las esquinas rebotaban en las paredes formando un susurro permanente y afilado. Había un tipo en una camilla. Era negro, de complexión fuerte, unos noventa y cinco kilos y no demasiado alto. Tenía un rostro anguloso y rudo, y sus ojos eran los ojos de una serpiente. No parecía estar en su mejor momento. Los médicos habían cortado las hemorragias de las dos heridas de arma blanca en su costado y abdomen, pero, aún así, había perdido mucha sangre. Las heridas no habían llegado a afectar órganos internos pero habían deteriorado lo suficiente su cuerpo como para que la pérdida sanguínea fuese más que considerable. Estaba encadenado a la camilla por su muñeca izquierda. Los policías se quedaron detrás de la cortina pero atentos, por si acaso. De todas formas sabían que estaba muy débil, aunque no se podían fiar.

  Le pusieron en la camilla contigua y le prepararon para la transfusión.

-          Joder, ¿seguro que este blanquito y yo tenemos el mismo grupo?- Dijo el preso esforzando la voz.- Este viejo no tiene pinta de estar muy bien que digamos. Como me matéis, hijos de puta...  Al menos podíais haberme traído a un hermano...- El tipo se alongó haciendo lo que para él era un esfuerzo sobrehumano y le observó por unos segundos.- ¡Parece un vagabundo!

-          Cállate de una vez, joder.- Le dijo con un tono firme pero no demasiado brusco uno de los policías desde detrás de la cortina.

  Los enfermeros colocaron las agujas y lo prepararon todo bajo la supervisión del doctor Murria, y, una vez comenzó la transfusión, les dejaron allí solos por un instante.

-          Tío, como tengas algo malo saldré de la cárcel para matarte, ¿me oyes?- Le dijo el preso con demasiado buen talante.

  El viejo no dijo nada, tan solo sonrió.

-          ¿De qué coño te ríes?- Le preguntó con cara contraída.

-          Has tenido suerte.- Le contestó el viejo con voz suave.- Unos centímetros y te pilla el bazo.

-          ¿Qué eres, médico, o qué...? Esos hijos de puta me pillaron por sorpresa. La próxima vez...

-          Tal vez no tengas tanta suerte.- Le cortó denotando una autoridad que en su voz era solo un espejismo, pero su voluntad se tornó firme, y el preso se quedó callado por unos segundos, desconcertado.

-          ¿Y qué propones doctor? ¿Que me deje avasallar, que ponga la otra mejilla? Mira, viejo estúpido, allí adentro hay que ser más hijo de puta que el otro para que te respete y te tema. ¿Qué sabrás tú?

-          Bueno, sé que la roca puede llegar a ser desgastada por el agua. Sé que el miedo y el respeto pueden parecer similares pero son dos cosas muy distintas...  A veces un animal fuerte y poderoso puede ser traicionado por su propia voracidad.

-          ¿Ah si? Y ¿Qué coño se supone que significa eso?

-          ¿Sabes como cazan algunas tribus indígenas a los caimanes? Ponen un palo no demasiado largo afilado por ambos extremos, un trozo de carne y se la ofrecen al caimán. Este la muerde y se la clava pero, aún así, son tan voraces que no la sueltan, incluso aunque los arrastren. Eso significa su muerte.

  El preso le miró casi con asombro. ¿Qué querría decir exactamente? No lo sabía pero su forma de hablarle, con esa pausa, ese aplomo; su confianza, su serenidad, le resultó extraña y desconcertante.

-          Vale.- Dijo tan solo intentando denotar un conocimiento que no poseía.

-          Dime, ¿Por qué te metieron en la cárcel?

-          En otras circunstancias te hubiera mandado a la mierda, viejo entrometido, pero, lo cierto es que... ¡Qué coño! Tengo trece causas de robo con intimidación, varias por tráfico de drogas y bueno, alguna que otra cosa más. Es la historia de siempre. En el barrio tenía que apañármelas para sobrevivir. Mi padre era un hijo de puta y mi madre, bueno, la pobre sufrió mucho y murió cuando yo solo tenía siete años. Mis abuelos maternos se hicieron cargo de nosotros. Me crié como un perro solitario. Los muchachos me acogieron en su familia, ya sabe, la banda y todo eso. No hacía más que meterme en peleas, esnifar y beber. A medida que fui creciendo mi estilo de vida fue prosperando; tenías negocios, traficaba, robaba, ese tipo de cosas, hasta que me enchironaron...- Como ves nada del otro mundo ¿Ves esto?- el recluso le mostró un brazo tatuado con un dragón.- Me llaman “J Drag”, de “Jimmy dragón”, por que soy astuto como una serpiente y fuerte como un dragón... Y ¿qué me cuentas de ti? Joder, pareces un viejo loco o algo así. Tienes una sonrisa tan estúpida...

-          Sí, bueno, soy un tipo raro. Todo forma parte de un viaje.

-          ¿Un viaje? ¿Adónde?- Preguntó “J Drag”.

-          Bueno, no es un viaje físico, aunque vengo de muy lejos, es cierto, pero es... no sé cómo explicártelo, un reto, una peregrinación, un camino interior...

-          -Joder tío, en la cárcel hay un tipo que habla así, y le decimos el “profeta loco”. Eres un tipo divertido, sí señor... Y ¿Qué piensas hacer de aquí en adelante? ¿Dónde te llevará ese... viaje?

-          No lo sé, pero no importa, lo importante no es dónde vas o de dónde vienes, es disfrutar de las experiencias del mismo.

-          Yo volveré al trullo, sí. Allí veré a los mismos hijos de puta de siempre, y me volveré de nuevo en ese monstruo que soy. No podré relajarme ni un momento, siempre alerta, si no, eres hombre muerto.

-          Y, ¿Puedes vivir así?- Preguntó el viejo lanzándole una mirada directa y cortante.

-          Precisamente así es cómo consigo vivir.

-          No, así no consigues vivir, así solo consigues sobrevivir.- Contestó el viejo esgrimiendo una confianza en sus palabras que no dio opción de réplica al presidiario.

-          ¿No es lo mismo?- Preguntó este una vez encajado el argumento.

-          Bueno, no te voy a dar la respuesta. Tú mismo lo descubrirás...

   “J Drag” le miró con impaciencia pero no dijo nada más, se quedó en silencio, pensando en lo que ese pobre viejo le había dicho y en lo que le esperaba de nuevo en la cárcel.

 

El ángel intruso (Capítulo1)

Fuente: http://es.scribd.com/fg%C3%B3mez_178015
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Autor: Francisco Sánchez
Enviado por fanchisanchez - 12/09/2012
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