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"El angel intruso" (capítulo 4)

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"El ángel intruso"  (Capítulo 4)

Francisco Sánchez

4

 

   “J. Drag” se había sentido extraño desde hacía algunos días. No sabía explicar lo que le ocurría ni sabía especificarlo. Era como si su cabeza dejara de funcionar como lo había hecho hasta ese momento. Las ideas aparecían con una realidad diáfana. Esa sensación de imperecedera rabia se había ido esfumando de tal forma que para cuando quiso darse cuenta, ya se sentía como alguien diferente dentro de ese mismo cuerpo musculoso y maltratado. Se veía diferente y no sabía por qué. Como si se mirara desde otra perspectiva. A menudo se sentía enfadado con el mundo, con Dios, con los blancos y con los hermanos que le miraban de soslayo o con desdén. Pero esa continua frustración ya no estaba ahí, había desparecido de forma milagrosa. Ese, sin duda, no era el “Jimmy Dragón” que todos temían. Ya no se sentía ese superviviente ingrato capaz de retar a la misma vida y desafiar al mismo destino poniendo en sus manos una osadía que sobrepasaba la cordura y la valentía. No, sin duda, se repetía, ese ya no era él. Algún extraño delirio había nublado su juicio. Un perro de presa siempre mordía con toda su fuerza la víctima y no la soltaba hasta que esta no había sucumbido. Un caimán siempre llevaba a su víctima al fondo hasta ahogarla y una cobra atacaba con la rapidez del rayo. Pero él ya no se sentía como uno de ellos. Había perdido esa agresividad por el camino. Había perdido además, cualidades innatas en su alma, el ansia de conquista, la autosuficiencia, el egoísmo desmesurado del superviviente solitario, la tenacidad del gladiador... Se sintió como un animal domado, amansado, domesticado. Si antes su alma era como un huracán en continua ebullición ahora los tempestuosos vientos habían amainado en una brisa jodidamente templada y serena. Durante un par de días pensó que estaba enfermo, algún extraño virus o algo así, y que se le pasaría, pero no fue así. No fue así por que esa misma mañana tenían asuntos pendientes con el grupo de los hispanos, más concretamente con una escoria llamada Hugo Manta, que les había jugado una mala pasada en unos negocios. Lo habían planeado todo para llevarlo a un lugar solitario y allí darle una buena paliza, y, de propina, pincharle con un punzón de plástico que otro de los hermanos les había fabricado. Bueno, lo cierto es que una voz dentro de él le imploraba que detuviera esa reyerta. Pero, con esfuerzo pudo ignorarla, aunque no ahogarla, simplemente la rechazó lo suficiente como para continuar adelante en su intransigente proyecto. Como todo estaba previsto, pillaron al tipo desprevenido. Los otros dos hermanos con los que iba le dieron repetidos golpes con el puño e incluso varias patadas. Aquello, de repente, le pareció desagradable y vil, más de lo que quería soportar. Aunque no por eso dejó de participar en la refriega, pero algo dentro de sí se removía arañándole las entrañas. Cuando los amigos le invitaron a pincharle algo se quebró en su alma, y fue como si de súbito una especie de conciencia divina le frenara, le impidiera que llevara a cabo esa tarea.

-          Vamos joder, Jimmy, remátalo...- Le indicó uno de ellos con voz urgente.

-          Déjalo, déjalo...- Replicó con voz dubitativa.- Ya no nos causará más problemas. Déjalo así.

-          Pero, joder ¿Estás loco? Ya sabes lo que dijo Klove... ¿Qué cojones te pasa?

-          Vamos, dejadme en paz de una puta vez.- Una vez dicho eso se acercó al tipo, sangrante y conmocionado aún, y le susurró al oído: No te olvides que te acabo de salvar la vida. De esto ni una palabra, a nadie, ¿De acuerdo?- el tipo asintió.- Más vale que lo recuerdes, si no quieres perder el culo.

  Entonces “J. Drag” se dio la vuelta y comprobó que sus “amigos” ya se habían largado. Fue ahí cuando supo del todo y sin ningún tipo de duda que había algo raro en él, algo que le empujaba a ser diferente, tal vez mejor, pero, sobre todo, más estúpido.

  Klove tenía una cicatriz en la mejilla izquierda en forma de media luna. El ojo que estaba al lado contrario era el ojo de una persona que arrastra mucho resentimiento, y miraba con preponderancia al resto de los mortales que le rodeaban, pero el ojo que estaba por encima de la cicatriz era el ojo de un caimán, un ojo taimado, astuto e inmsericorde. Si le mirabas ese ojo notabas toda la maldad que había en ese cuerpo garabateado y enjuto.

 

-          ¿Qué ocurre Jimmy?- Preguntó Klove con una voz siseante y amortiguada.- Los chicos me han dicho que no acabaste el trabajo.

-          Lo siento Klove, no sé lo que me ocurrió, no pude hacerlo. Mira tío, no quiero que me interpretes mal. Sé que eres el puto jefe, que nada escapa a ti y que tienes la última palabra; no quiero que pienses que pretendo poner en duda tu autoridad, siempre he intentado ser un buen hermano, lo sabes. Pero, joder, no pude acabar con él. Estaba sangrando, a cuatro patas, destrozado, y no tuve la suficiente sangre fría para rajarlo. Le dimos una buena paliza y no creo que ese tipo nos vuelva a dar problemas. No sé si me entiendes.- Se excusó ante la impasible mirada del otro, que fumaba su pitillo con frialdad, mientras que miraba el humo que expiraba y oía cada palabra como si la desmenuzara.

-          Sí, te entiendo.- Comentó con semblante engañoso, sin mirarle y después hizo un gesto de conformidad.

-          Lo siento tío.- Klove le miró de soslayo con el ojo de caimán e hizo un gesto con la cabeza y Jimmy se largó temiéndose lo peor.

  El tipo que había resultado apaleado le contó a sus amigos lo ocurrido. Eso desencadenó la violencia entre las bandas. Uno de los hermanos resultó muerto a manos de tres tipos anónimos. El otro de los que le habían dado la paliza había conseguido escapar malherido. Jimmy esperaba que algo malo pudiese ocurrirle, pero no se sintió nervioso ni agitado. Al contrario, una tremenda paz invadió su espíritu, a tal grado que llegó a pensar si acaso no era una especie de llamada divina la que había recibido. Se sintió preparado para aceptar un probable final fatídico. Pero, contrario a lo que esperaba, no fueron los hispanos de la banda de “Luis Cobra” los que trataron de liquidarlo, fue el mismo Klove el que lo mandó a matar, el mismo al que tantas veces había cubierto las espaldas, el mismo que en tantas ocasiones le había demostrado su lealtad. Había mandado a dos matones a liquidarlo, pero estaba preparado, por que un tipo que le debía un favor y que oyó cierto rumor se lo dijo de forma confidencial y eso le permitió salir indemne de la encerrona, indemne pero con un par de recuerdos en forma de heridas. Pero no le importó más allá de sentirse defraudado por sus antiguos colegas, por que sintió que había alguna extraña razón para que todo hubiese ocurrido como lo había hecho. Aceptó el cambio que sentía en su interior y se dedicó a buscar respuestas leyendo cosas como la Biblia, escritos de personajes como el Mahatma Gandhi o el Tao Tê-Ching de Lao-tse Tung. Entonces, desconcertado, quiso contárselo a algunos de sus antiguos amigos, pero unos le dieron la espalda y otros le tomaron por loco, así que fue a hablar con el cura de la prisión, el Padre Vázquez. Tenía unos cincuenta años, barba canosa, piel curtida de los distintos avatares de una vida difícil y correosa y una mirada que equilibraba en partes iguales la cautela y la sagacidad de un perro viejo. Allí era muy respetado. Sus primeros cinco años de servicio los había pasado en barrios pobres y conflictivos, por lo cual estaba acostumbrado a tratar de cerca a la violencia y la intolerancia más insensata y brutal. Después de eso había trabajado en varios países de América, más concretamente México, Perú y Guatemala. Eso le había hecho conocer más, si cabe, la pobreza y la miseria, y le había enseñado lo valiosa que es la fe y la esperanza. Tras un largo periplo de unos veinte años había vuelto a los Estados Unidos y se había instalado en un barrio residencial de economía desahogada, pero se sintió demasiado cómodo en aquella parroquia, por lo cual buscó un lugar donde sintiera que, de nuevo, su presencia podía ser realmente productiva, con gente que de verdad necesitaría su ayuda en algún momento. Ese lugar fue la Prisión Estatal. Llevaba allí unos cuatro años.

-          He cambiado, Padre, he cambiado.- Le decía el recluso.

-          ¿En qué has cambiado?

-          No lo sé, en todo, supongo. Nada de lo que antes tenía sentido lo tiene ahora. Miro mi vida, lo que he sido, en lo que me he convertido y siento que... que nada de lo que he hecho ha valido la pena. Como si me hubiera desviado de mi camino. Me siento indigno y a la vez perdido.- Comentó Jimmy tratando de expresar algo que le atormentaba. El sacerdote lo miró pero se quedó en silencio, esperando que él lo vomitara de una vez- Es una sensación extraña, muy contradictoria. Hay muchas cosas que pesan sobre mí. Errores, defectos, desgaste. Como si de repente los errores del pasado vinieran de golpe hacia mí. Tal vez siempre hayan estado ahí pero nunca me habían importado. No sé si me entiende. Parece una tontería ¿no?

-          En absoluto. Todos los seres cambiamos, continuamente, solo que pocas veces estamos tan consciente de ello como lo estás tú. Cambiar no es nada malo, hijo, sobre todo si es para mejor. ¿Has cambiado para mejor?- El cura ahora clavo sus ojos en él de forma serena pero escrutadora.

-          ¿Se ha enterado de lo del “Buitre”?- Jimmy Drag cambió el giro de la conversación por que esa pregunta le había cogido totalmente desarmado, le había hecho sentir incómodo. El religioso hizo un gesto escueto de afirmación y se quedó esperando la respuesta a la pregunta, como tratando de no perder el hilo de lo que estaban tratando.- Nos la había jugado un par de veces. Ya sabe como son estas cosas. Chorradas en el fondo, pero aquí adentro todo se mueve de esta forma tan absurda. Bueno, Klove decidió que era momento de hacerle pagar sus intromisiones y nos mandó a que le liquidáramos. Debía ser algo rápido. Pero, cuando llegó el momento, no pude, no fui capaz. No sé si entiende lo que eso significa. Uno de los hermanos está muerto y el otro escapó en tablas, y el próximo seré yo. Me he jugado el cuello por un tipo que ni siquiera me caía bien.

-          Sí, algo había oído. Estás en el punto de mira, ¿no es cierto? Ahora te buscan los hispanos y es posible que Klove también.

-          Lo he pensado, pero no creo que Klove vaya a pagarme de esa forma, al menos eso espero.

-          Y ¿Qué vas a hacer al respecto?

-          No lo sé.- Confesó Jimmy algo preocupado.- Dígame Padre, ¿cómo recibió usted la llamada?

-          ¿Te refieres a la llamada del Señor? Bueno, contrario a lo que la gente cree, no se abrieron los cielos ni hubo una voz que me señaló el camino ni nada parecido. Es más sencillo que todo eso. Nací y crecí en un barrio pobre, de madre soltera. Para ella fue muy duro criarme en esas circunstancias. Ella estaba sola, era inmigrante y no llevaba si no un par de años aquí cuando se quedó embarazada de mí. Lo pasó muy mal, mi padre despareció, la dejó sola, y, por una parte las penurias de la pobreza, por otra la intransigencia de la gente... Ella enfermó cuando tenía yo doce años y murió dos años más tarde. Eso fue un duro golpe para mí. Dejó un vacío muy grande en mi alma. No tenía familiares cerca, no habíamos mantenido contacto con ninguna familia de Ecuador, y ni siquiera sabía si me quedaba alguna, ella nunca me quiso hablar de ellos, solo de mi abuela, que por lo visto murió un par de años antes de que llegara a Estados Unidos. Era muy religiosa, y me enseñó que todo pasa por algún motivo, con algún propósito. El Estado, entonces, se hizo cargo de mí. Yo estaba enfadado con todo el mundo, hasta con Dios. Era demasiado joven para entender las cosas. Entonces conocí a un chico que estaba pasando por algo similar, pero él lo tomaba de forma distinta, se sentía seguro de sus convicciones, poseía paz, serenidad... Eso me hizo pensar mucho, así que nos hicimos amigos y él resultó que cooperaba con la Iglesia en actividades de ayuda social. Allí fue donde encontré mi verdadera vocación y decidí consagrarme al Señor. El ayudar a otros que habían sufrido tanto o más que yo me hizo darme cuenta que Dios me había permitido encontrar un nuevo rumbo en mi vida. Podría haberme hecho miembro de alguna ONG, o cualquier otra cosa, pero los caminos del señor son inescrutables...

-          Entiendo.- Contestó pensativo “J Drag”.- ¿Cree usted que un tipo como yo...? Bueno, no sé, que a un tipo como yo le pueda haber ocurrido algo parecido. No me refiero a que quiera hacerme cura ni nada de eso, pero, no sé, es tan extraño...

-          Bueno, existen precedentes.- Confesó el Padre-, por ejemplo, tienes el caso de Saulo...

-          -¿Saulo?

-          Sí, bueno, digamos que Saulo era un tipo de carácter fuerte al que no le gustaban en absoluto los cristianos y los perseguía con desdén pero un día recibió la llamada del Señor y se convirtió en un celoso apóstol, San Pablo. Los caminos del Señor son inescrutables, hijo...

  “J. Drag” salió de allí pensando en ello. Más convencido que nunca que él también había recibido esa ayuda espiritual.



Fuente: http://www.hispasonic.com/fanchisanchez
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Autor: Francisco Sánchez
Enviado por fanchisanchez - 25/09/2012
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