Esta mañana nos hemos desayunado con la terrible noticia de que ella, la mujer más deseada del momento, hoy, cumple años. Os lo juro, me quedé helada. Si me pinchan en ese momento no me sale ni una gota de sangre.
Confieso, que, durante unos minutos, no he sido capaz de reaccionar. He notado que las pulsaciones me sobrepasaban y, alocadamente, se estrellaban contra las paredes de la cocina, que es donde yo me hallaba, cómodamente sentada tomando mi café con leche y esas dos tostaditas de pan integral rociadas con buen aceite de oliva. Porfíria, mi gata callejera, me mira con sus grandes ojos amarillos, juzgándome, imagino, severamente. Por un momento, he dejado de ser humana y, supongo, le molesta los roles indefinidos, ella, jamás, es humana.
Las ventajas de trabajar en casa es que mi artículo semanal para el periódico puedo hacerlo sentada cómodamente en bata, descalza y tomando otra taza de café y luego, al terminar hago clic y mi jefe de redacción lo recibe al momento. Pensaréis, que para una mujer que acaba de cumplir los 50 años es un privilegio que no muchos alcanzan. Es posible. En mi profesión no abundan muchos puestos de trabajos para mujeres, bueno, seamos sinceras, para casi ninguno. Pero yo si me creía hace años una privilegiada. Con 23 años cumplidos me comía el mundo. Literalmente, me lo comí. Así que cuando llegué a los 40, me di cuenta de que estaba empachada. Me costaba digerir. Cosas del estómago, me dije. Luego comprendí que el mal era más profundo. La inquietud había anidado en mi ánimo. Comencé a ver reflejado en el espejo una cara que no era la mía. Lo peor de todo es que también veía reflejadas otras caras que así lo atestiguaban. Me fui a una buena especialista y el resultado aún dura: desde hace unos años, tengo los ojos tan estirados que me cuesta parpadear y mis labios son tan carnosos, tan insultantemente femeninos, tan exageradamente femeninos que cada vez que me acerco a besar a un niño huyen despavoridos pues piensan que los quiero devorar. Mis pechos, esos pequeños pechos que nunca lamentaron su timidez, lucen siliconados, tersos como cohetes a punto de despegar, aún me sobresalto cada vez que me enfrento a mi imagen. Este retoque, bueno, esta reencarnación tuvo sus réditos hasta que llegué a los 50. Ese día serví de comida a una joven de 25 años que acababa de entrar en la redacción y en recompensa a mi dilatada carrera de comentarista, me dijeron que trabajara desde casa. Eso haría que tuviera una mayor libertad, por otro lado, bien merecida. Además me pagan bastante bien los artículos, dicen que gustan a las mujeres.
¿Comprendéis ahora por qué cuando una mujer cumple años me desasosiego?. He llamado a mi sustituta, la que se me comió, profesionalmente hablando, ahora ella, también trabaja en casa…