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Cementerio de voces

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La mañana del 23 de julio de 1958, el nieto de El Cabito, General de Brigada y Ministro de la Defensa, Jesús María Castro León, se alza contra la gestión gubernamental del Contralmirante Wolfgang La­rra­zábal, quien seis meses antes, había asumido el poder, el 23 de enero de 1958. El general de las bolas de hierro abandona el país y el 20 de abril de 1960 regresa y procura derrocar el gobierno del otrora comunista Rómulo Antonio Betancourt Bello, mal llamado por historiadores venezolanos como el padre de la democracia venezolana. Un par de años antes, la madrugada del 1 de enero de 1958, mi tía abuela Betilde Meléndez de Aponte, ayudaba a Odila la mujer de Chico Herrera y a Rosa Emilia, quienes atendían a mi madre en el alumbramiento de mi hermano Luis Alberto. La sentaron en el suelo, y con las manos hacia atrás mi madre pujaba, puje hija, ya sale, ya sale le decía mi tía Tilde, mientras la comadrona Odila le advertía si no pujas Goyita, tendré que llevarte a la maternidad para que te rajen. Mamá le tuvo siempre miedo parir en el hospital. A todos sus hijos, a excepción de Goyito, nos parió en su casa. A Luis lo trajo al mundo en la casa de la calle Carabobo. A Raquelita y a mí en la casa solariega de la calle San José. Puje hija, puje, ya sale, decía mi tía Tilde.

A las seis y media de la mañana, y pesando 4,700 Kg, salió mi hermano Luis de las entrañas de Mama Goya. Nunca imaginó mi madre, que a esa hora, aproximadamente, el día 18 de diciembre de 2008, Luis saldría de su casa para no regresar nunca más a ella. Le juro doctor que yo vi a su hermano Luis conversando con Goyito Aponte, en las afueras de su casa, eran como las seis y media de la mañana, me dijo Carlos Pereira, el primo hermano de Javier Carrasco a la salida del cementerio, el día que te enterramos Luis.

¿Usted está seguro de ello? ¿No será que lo viste otro día y estás confundido?

No que va, doctor. El día que encontraron el cadáver del señor Luis, alguien lo comentó en el Banco Central. Yo estaba haciendo la cola para cobrar un cheque, y cuando me enteré de la noticia, inmediatamente recordé que un día antes, el 18 de diciembre, yo lo había visto a él conversando con Goyito Aponte. Es más, doctor, su hermano me confundió con otra persona, yo venía bajando la calle Bolívar, cerquita del restaurant del Negro Urriola, y su hermano me metió la mano para que me parara; yo me detuve a saludarlo, me dijo que se había confundido, que él estaba esperando a alguien que le traería unos cinchos, y fue cuando yo vi a Goyito Aponte, ese sipote estaba conversando con el señor Luis, de verdad yo no sé por qué él lo niega, si a mí me llaman a declarar, eso voy a decir, la pura verdad. Siempre consciente y templada en sus decisiones, mi madre llegó la noche del 23 de enero de 1958, con mi hermano Luis en sus brazos, lo acostó en el chinchorro que estaba colgado cerca de la cocina, toma el retrato del General de División Marcos Evangelista Pérez Jiménez, lo destroza con la piedra de moler y echa los pedacitos de vidrios y los restos de la foto del general en el wáter que queda atrás en el solar, detrás de las matas de rosas de jamaica que Daybo y Marisol riegan todas las tardes antes que se oculte el sol.

Con apenas catorce días de nacido, Luis fue llevado a las fiestas de San Cristóbal de Aregue. Mi madre era la cocinera de los músicos y el Jefe Civil del poblado, Don Talano Lameda la había contratado con anterioridad. En la madrugada del 23 de enero de 1958, el General Marcos Evangelista Pérez Jiménez, abandona el Palacio de Miraflores y se traslada al aeropuerto de La Carlota, donde aborda el avión “La Vaca Sagrada” que lo conduce a República Dominicana. En ese mismo momento, Simón Pereira, el hermano de Cachito, hacía preso a mi hermano Jorge Franklin y a Honorio Lameda. A ambos los encierran en El Gato, tugurio de bahareque y zinc que le decían así porque en la destartalada puerta de madera tenía un gato negro dibujado. Cuando mi madre se entera, deja a un lado lo que está haciendo, y se dirige a la casona de Don Talano. Compadre, vengo a decirle que me voy para Carora, dijo. Me pusieron preso a mi muchachito, y si no me lo quieren a él, tampoco me quieren a mí. Yo no hago falta aquí. Búsquese otra mujer que les cocine a los músicos.

Don Talano mandó a buscar a Simón Pereira, le quitó la peinilla y ordenó que lo recluyeran en El Gato por abuso de autoridad. Desde entonces, Simón Pereira dejó de hablarle a mi madre, quien como buena melendera olvida pronto los agravios sin borrar de la memoria los nombres de los ofensivos, tanto que el 6 de abril de 2007, en la última noche del novenario de rezos de mi hermano Jorge, el octogenario Simón Pereira fue a la casa donde vivió Jorge los postreros años de su vida, se acercó a darle el pésame a Mamá, y ella lo miró a los ojos, recordó la humillación que le hizo pasar la mañana del 23 de enero de 1958, poniendo preso a su primogénito, porque había entrado con Honorio Lameda, al fogón de los Pereira, sin permiso y sin que nadie los vieran, se apoderaron de unas empanadas de quesos que más tarde las pagaría Doña Goya, diablura que mi madre recuerda con pesadumbre y Jorge evocaba con una sonrisa a flor de labios. Don Talano Lameda murió anciano. Había perdido por completo la visión. Yo tendría unos seis años de edad cuando partió a la eternidad. Tuvo muchas mujeres, muchos hijos, y muchos amigos. Pero quien batalló con él hasta el final fue mi tía Doña América de Lameda, una señorial mujer, de buenos sentimientos, que si de verdad existe el cielo, debe estar convertida en una santa, como dice y la recuerda mi madre, que era comadre suya, y nos acostumbró a todos sus hijos, a pedirle la bendición y a decirle tía, porque se comportaba como una hermana para mi madre y como una tía para nosotros. Don Talano Lameda murió anciano. Mi hermano Jorge iba cada dos días a su casa, para afeitarlo y arreglarle los bigotes. El viejo patriarca no permitía que nadie más tocara su rostro. Ni siquiera un hijo suyo. Como cosas de la vida, Don Talano y Doña América vivieron en la misma calle de San José a cuatro casas del hogar de mi bienamada madre. Tengo intactos los momentos en que Jorge me decía, Leo, ven, acompáñame a la casa de Don Talano, hoy me toca afeitarlo. La noche del 23 de enero de 1958, mi madre regresó a Carora. Se trajo a Jorge por delante, y a Luis de apenas veintidós días de parido.

En la población de Aregue la estaban esperando. La buscaban como palito de romero. Mucha gente la identificaban como perejimenista. Sabían que era prima hermana de Isidra Pereira y que ésta vivía con el Jefe de la Seguridad Nacional de Carora. No fue aprehendida esa noche gracias a que se vino arriba de un camión, junto a los músicos, y estos la rodearon, ocultándose de los gendarmes amigos de Simón Pereira. Justo cuando iba llegando a su casa en la calle Carabobo, conoció de la noticia que desde muy temprano se había regado como pólvora en todo el país: tumbaron al General Marcos Evangelista Pérez Jiménez.

El 1 de diciembre de 1963 el doctor Raúl Leoni Otero, conquista la presidencia de la República de Venezuela. Para esa fecha ya mi madre y Daybo, Marisol y Luis residían en la remota casa de mis abuelos maternos. Jorge, Beatriz y Yorma, convivían con su padre, Gumersindo Pereira. Mi madre se ganaba la vida trabajando de domestica en casas de familias en Caracas. Semanalmente enviaba dinero a mis abuelos para la manutención de mis hermanos y cada quince días venía a verlos y a traerles obsequios a todos. Algunas veces se llevaba para la capital a Daybo y la escondía en su cuarto para que los dueños de la casa no la descubrieran. Mamá es analfabeta. Aprendió a leer por sí sola y apenas sabe garabatear Golla M. (No me atrevo a decirle que Goya no se escribe así, ni hablarle del diccionario de la Real Academia Española, porque a pesar de no saber leer ni escribir, heredó la sapiencia y el bagaje de conocimientos empíricos del viejo Don Chus Meléndez, suficiente para vivir y sostener toda una generación a lo largo de más de ocho décadas).

El 11 de marzo de 1969 asume la presidencia de la República, el doctor Rafael Antonio Caldera Rodríguez. Mi madre se había comprado por seiscientos bolívares una casa pequeña, de dos cuartos, con una solar grandotote donde a veces Luis llegaba y guindaba iguanas muertas y luego Marisol las pelaba, le quitaba la piel así de un solo porrazo, mechaba la carne de la iguana como si fuera de pollo, se ponía a hacer empanadas y salíamos en la tarde, por toda la calle, a vender empanadas de carne de iguana. En esa casa, en la calle San José, nacimos Raquelita y yo. A ambos nos atendió la comadrona Doña Odila, la mujer de Chico Herrera. Yo nací el miércoles 17 de agosto de 1966. Por eso soy tan atravesado. No lloraste nada, hijo, naciste moradito, Odila te agarró por los piecitos, y te comenzó a dar vueltas por el cuarto, te soplaba la boquita, y tú nada que llorabas, al ratico comenzaste a gritar, Odila decía que el parto se me había pasado, y las muchachas Daybo y Marisol tendieron una sábana en el piso y ahí te acostaron, las mujeres de al lado de la casa, vieron llegar un hombre alto, delgado, blanco, vestía de negro, con sombrero y maletín en mano, lo vieron entrar al zaguán de la casa, todos se preguntaron quién sería ese hombre bien trajeado, que había entrado a mi casa, quiero que sepas, que cuando yo estaba pariéndote te ofrecí al Dr. José Gregorio Hernández, a él le pedí cuando te estaba pariendo Leonardo, nunca lo olvides, no te acordás del día que estaba yo acostada en la hamaca, allá en la casa donde murió Jorge, una tarde, cuando te me acercaste a preguntarme, Mamá cuando yo nací a qué santo le pediste, y yo te respondí a San José hijo, y fue cuando tú te quedaste viendo el cielo y viste una nube con la imagen del doctor José Gregorio Hernández, con su sombrerito, y me dijiste mirá Mamá, mirá, mirá el cielo, y los dos vimos la imagen del doctor José Gregorio Hernández.

( Cómo quisiera desmentir a mi madre decir que no vi nada que no vimos nada pero la realidad es que sí vimos esa nube tan hermosa una nube con la imagen del doctor José Gregorio Hernández la vio Mamá la vi yo la vimos los dos al mismo tiempo qué me sucedió qué me sucede ahora no creo en nada imaginé eso lo imaginó Mamá cada día que pasa creo menos en Dios vivo en un laberinto de dudas qué no daría para ser de nuevo ese adolescente de quince años que vio esa imagen mística mágica qué no daría para llegar a mi casa corriendo del Kínder de Emilia, Mamá Mamá me mandaron a hacer un dibujo me dijeron que dibujara un gallito aquí está el cuaderno Mamá y Mamá toma el lápiz y traza unas líneas garabatea y me hace el gallito más bonito que he visto qué no daría por tener ese dibujo conmigo dónde estará guardado en qué casa lo habré olvidado cómo quisiera desmentir a mi madre decir que todo lo he inventado yo pero es verdad yo vi esa imagen ahora no creo en nada). Luis siempre fue el consentido de Papa Chú y Mama Teresa.

Lo quisieron doblemente: como nieto y como hijo. Lo presentaron como hijo suyos. Por eso, Luis siempre fue muy tremendo. Cuando Luis subía al Cerrito de la Cruz a elevar papagayos con los hijos de Doña Amada de Rico y Don Pedro Rico, la señora Doña Emérita María Torres de Meléndez espiaba que Clímaco José, Alexis y Pedro Rico hijo, subían a la carrera, por la calle de El Vía Crucis, y detrás de ellos, se abrían camino, echo los pendejos, sus hermanos, Alí Ramón, Guillermo José, Rafael Nicolas, Juan y Pablo Orlando Torres, todos se ponían a elevar sus papagayos, a ver quién lo eleva más alto, te apuesto una locha de papelón a que yo lo elevo más alto, la mayoría de los muchachos hacían los papagayos con papel celofán, papel de bolsas de alimentos, varillas de caña brava, la pega que empleaban era almidón y caujaro, y Luis llegaba hediondo a sudor, asoleado y contento de jugar con sus amigos, con los verdaderos amigos que siempre tuvo, como cuando iba a betunear en la Plaza Ildefonso Riera Aguinagalde o en la Plaza Pedro León Torres con José Alejandro Rodríguez, Chicho El Negro, muchacho jedé a sobaco e’ vieja, fooo!!!

Le dice Mamá Teresa a Luis, vaya báñese, y friéguese duro el cogote, dese duro, en los brazos y en las verijas, lávese bien, tome aquí tiene una panela de jabón azul, dese duro, por todos lados, pa’ que quede limpiecito, ya voy a prepararle algo de comer, no Mama, no, hoy no voy a bañarme, mañana me baño, mejor me baño mañana, no señor, usted se baña hoy, además anda muy peluo, y después que coma lo llevo a que Adelfin para que le corte ese pelero, Chú, Chú, vení acá, mirá Chicho no quiere bañarse, caramba ese simborro, ya voy agarrarlo, y Luis se le escabullaba a Papa Chus y a Mama Teresa, a la sazón, mi abuelo le pedía a Marisol que atrapara a Luis, y Marisol corría detrás de Luis y lo sujetaba hasta que llegaba Papa Chus, lo tomaba por un brazo, vamos báñese, y Luis se bañaba a regañadientes, refunfuñando, se sulfuro de rabia cuando Mamá Teresa lo llevó a la casa de Don Adelfín Rodríguez para que éste le cortara el cabello. Mama Teresa sentó a Luis en una silla de cuero de chivo deteriorada y mientras el viejo Adelfín Rodríguez lo afeitaba con su típica tijera corroída por el manejo del tiempo, se acercaba a Luis, y le preguntaba, ¿Cómo está el señor Chus? Luis no decía nada ni respondía nada. Don Adelfín Rodríguez toma buche de agua de una tutuma y le echa agua con la boca en la mejilla y en el cuello a Luis, después le pasa con sumo cuidado una navaja de acero y lo empavona con talco y agua de colonia 70.

Marisol vio llegar a Mama Teresa y a Luis que venía todo peloneado y oloroso a colonia de ancianos, se moría de la risa, quédate bonito, te parecé a un lorito cara sucia, me la vas a pagar, le dijo Luis, y le hacía señas con la mano que le iba a dar un golpe, me la vas a pagar, y Marisol ni corta ni perezosa, acusó a Luis con Papa Chus, e inmediatamente Luis recibió un golpe en la cabeza con una escopeta de juguete que Mamá le había comprado en Caracas y del porrazo se disparó un corcho que repentinamente cayó en el pecho de Mama Teresa, quien de manera cándida y espantada, se quejó: ¡Chú me mataste! Ninguno pudo aguantar la risa. Poco tiempo después, el viejo Chus Meléndez, se apareció con tres refrescos Grapette, y tres panes dulces, uno para Daybo, otro para Marisol y uno para Luis. Si Luis era tremendo, Daybo y Marisol no se quedaban atrás. Mama Teresa siempre contaba que Daybo y Marisol una tarde que habían terminado de limpiar el frente de la casa de la calle El Rosario, se metieron a la bodega de Papa Chus, y a escondida de éste, tomaron de los estantes varios sobrecitos de chimó y comenzaron a jugar al rascaito, hicieron diversas bolitas de chimó, se las metían a la boca, masticaban y escupían, pero Luis en lugar de escupir, se tragaba las bolitas, por lo que fue a parar al Hospital San Antonio, llevado en una bicicleta de reparto, gracias a Rolando Caripá, El Zamuro, quien arreglaba zapatos más a bajito donde vive la familia de los hermanos Torres. Todavía Daybo y Marisol se acuerdan de esa tremendura, y de la soberana pela que les dio Papa Chus.

En la Escuela José Herrera Oropeza, mi madre inscribió a Daybo, Marisol y a Luis. Sólo que Luis por ser más pequeño, estudiaba dos grados inferiores respecto a Daybo y Marisol. Daybo y Marisol retozaban con las hijas de Doña Amada de Rico y de Don Pedro Rico, quienes eran una familia tan pobre y humilde, pero tan decentes y recatados, como la casa de mi madrina Doña Chincará Suárez, madre de cinco hijos, cuatro hembras y un varón, todos profesionales, de una hidalguía prodigiosa y almas caritativas, cuyos vínculos de amistad verdadera se han transferido a tres generaciones, y se seguirá trasmitiendo de padres a hijos, per saecula saeculorum, tan pobre y humilde, pero tan decentes y recatados como la casa solariega de Mama Teresa y Papa Chus; Daybo y Marisol retozaban con Ana Graciela, Belkis, Xiomara y Rosa María Rico, nunca nadie llegó a meterse con ninguna de ellas, nadie traía a cuento perversidades, nadie quería enriquecerse a costilla de otro, la camaradería era una invocación sempiterna, nadie hablaba de secuestros, de robos, de sicariatos, la amistad era indestructible, porque nadie se atrevería a cambiar un amigo por un puñado de dinero, mucho menos ordenar el secuestro y asesinato de ninguna persona, por eso hoy en día, los hijos de Doña Chincará Suárez, de Doña Amada de Rico y Don Pedro Rico, de Doña Ana Lucía Burgos de Gutiérrez, de Don Manuel Jesús Meléndez y de Doña María Teresa Meléndez de Meléndez, son una referencia de probidad y evolución próspera a nivel nacional. Cada día y exactamente a la misma hora de siempre, a las diez de la mañana, de lunes a viernes, mi abuela Mama Teresa, iba a la Escuela José Herrera Oropeza, a llevarle algo de comer a Luis, a veces le llevaba una arepa rellena de huevo frito o revueltos, otras veces arepa frita con un pedazo de queso de cabra que Don Erasmo Aponte, el esposo de mi tía Tilde, le traía a Papa Chus de San Cristóbal de Aregue; en ocasiones, Mama Teresa fritaba un plátano y lo abarrotaba con mantequilla, lo metía en una bolsita de papel, y decía Chú ya vengo, voy un momentico a la Escuela José Herrera, mi Chicho debe tener hambre, pobrecito, ese muchacho no come na’, me da miedo que se me vaya a enfermá, y como la escuela que lleva el nombre del fundador de El Diario de Carora queda a cuatro cuadras de la casa de mis abuelos, Mama Teresa llegaba rapidito, ya todo el mundo la conocía, ahí viene Doña María, la abuela de Chicho, corrían a avisarle a mi hermano, Luí, Luí ahí te busca tú abuela, la señora Doña María, a vaina decile que ya me fui, no, no que va, si me descubren que digo mentira no me dejan salir a recreo, Chicho, Chicho, ¿por ahí no está Chicho? Chicho, Chicho, y como todas las mañanas, de lunes a viernes, mi hermano Luis se comía la merienda que con todo el amor del firmamento, Mama Teresa le preparaba y le llevaba a la escuela.

Cuando mi hermano se informaba que el día de la semana siguiente se entregarían los boletines, iba a la casa de Doña Emérita María Torres de Meléndez, Mema, como le decía Luis y como le dice todo el mundo, esposa de Don Pedro Asunción Meléndez, sobrino de Papa Chus, porque Don Pedro Asunción Meléndez, era hijo de Don Pedro Nolasco Meléndez, hermano de mi abuelo materno, y de Doña Edelmira Pinto de Meléndez, y sobrino de Don José de los Santos Camacaro, quien era hermano de mi abuelo materno y vivía en Las Flores de Verdun, más arriba de Quebrada Arriba, donde tenía una hacienda grande con muchas cabezas de ganado y unas nietas bellísimas, algunas tenían ojos de ángeles, y una de ella, que no he olvidado a pesar de haberla visto una sola vez, la noche del 6 de marzo de 1987, precisamente en el novenario de rezos de mi difunto abuelo Papa Chus, tenía ojos de esmeraldas, a lo mejor se casó con un ricachón ganadero de la zona y estará repleta de hijos, ¿Habrá olvidado aquél beso que nos dimos de despedida? Hoy debe tener unos cuarenta y un años. Cuando mi hermano se informaba que el día viernes de la semana siguiente se entregarían los boletines, iba a la casa de Doña Emérita María Torres de Meléndez, Mema, como le decía Luis y como le dice todo el mundo, esposa de Don Pedro Asunción Meléndez, sobrino de Papa Chus, porque Don Pedro Asunción Meléndez, era hijo de Don Pedro Nolasco Meléndez, hermano de mi abuelo materno, y sobrino de Doña Juana Meléndez, de Doña Sulpicia Meléndez, de Doña Emilia Meléndez de Oropeza, de Doña Cándida Meléndez de Pereira, madre de Don Miguel Pereira y de Don Domingo Pereira, y de Doña Felicia Meléndez, todos hermanos de Don Manuel Jesús Meléndez, por consiguientes, todos tíos y tías, abuelos y abuelas, maternos y maternas, de los hijos de Doña Gregoria Urbana Meléndez Meléndez, para honra mía, mi bienamada madre.

Mi hermano Luis se informaba que el día viernes de la semana siguiente se entregarían los boletines, iba a la casa de Doña Emérita María Torres de Meléndez, Mema, como le decía Luis y como le decimos todos sus emparentados, y le rogaba que fuera ella a buscar el boletín, porque mi hermano Luis conocía muy bien a Mama Teresa, y sabía que ella discutiría con el maestro que lo había aplazado en Lengua y Literatura, Mema, te lo pido encarecidamente, yo te hago los mandados de esta semana, está bien, dijo, Mema, pero cuando venga Goyita a visitar a Doña María, hablaré con ella y será a ella a quien le daré el boletín de la escuela. En las lejanas tierras de Norteamérica, el 13 de noviembre de 1964, muere el doctor Diógenes Escalante Ugarte, callado y distraído, oxidado por los años y sin recordar a fondo nada el día que el doctor Ramón José Velásquez Mujica abrió la puerta de su habitación en el Hotel Ávila y lo encontró bañado en mierda. Mi hermano Luis cumpliría siete años el 1 de enero de 1965. Cursaba primer grado en la Escuela José Herrera Oropeza. Mi madre cansada de tanto viajar a la Capital y regresar a Carora cada quince días, habla con mi abuelo materno y con mi padre, a quien le comunica que tiene un mes de embarazo, por ventura, el niño que se gestaba en el vientre de Doña Goya, era yo, si nace varón, dijo mi padre Don Hipólito Álvarez, le pondremos por nombre Leonardo, en honor a Leonardo Ruíz Pineda, quijote de la libertad que fue ultimado el 21 de octubre de 1952, traicionado por sus propios compañeros, está bien Polito, como tú digas, dijo mi madre, pero deberá llevar también el nombre de José, José en honor a San José, Leonardo José se llamará nuestro segundo hijo, para que me lo cuide y me lo proteja de los malos peligros, sin vislumbrar siquiera, que años más tarde, el 19 de diciembre de 2009, correría el infortunio de la deslealtad y por poco pierdo la vida de manos de unos bandoleros uniformados, tan delincuentes como los que le dispararon en emboscada al tachirense Leonardo Ruíz Pineda.

Cansada de la viajadera mi madre decide irse a Misoa, ahí alquila una casa, se lleva consigo a Daybo y a Marisol, y quiere llevarse a Luis, empero mis abuelos, Papa Chus y Mama Teresa se oponen a ello, no Goyita, eso sí que no voy a permitirlo, le dice el viejo Chus Meléndez a mi madre, al tripón me lo dejá aquí en la casa, se me enferma María si te llevá a Luí, déjalo aquí, qué vas a hacer con tantos muchachos, si lo que vas es a trabajar allá, déjamelo que aquí nosotros lo cuidamos bien, ta’ bien Papá, como uté diga Papá, respondió mi madre con el entrecejo fruncido pero sin llevarle la contraria al viejo Chus Meléndez. La llegada de mi madre a Misoa alegró mucho al poblado. Con los ahorros que había acumulado de sus años de batalladora faena como sirviente en casas de familias en Caracas, emprende un pequeño negocio de venta de comida criolla, donde se preparaban suculentos mondongos de chivos y de res, exquisitas empanadas de quesos, de guiso, de caraotas refritas, huevos con mortadela y queso de cabra, hervidos de paticas de chivos, los camioneros comienzan a llegar de todas partes, crece la clientela, cada día son más los asistentes, al punto que su fama de excelente cocinera llega a los pueblos del estado Zulia, extendiendo su reputación de cocinera en toda Carora y sus alrededores.

A su restaurant llegan personalidades diversas. Hay quienes no tienen cómo pagar ni siquiera un plato de suero agrio con un huevo sancochado y Doña Goya que sabe muy bien lo que es pasar hambre y lo difícil que es conseguir trabajo, les sirve la comida y con el cafecito recién colado de la olla, se despide de ellos diciéndoles no importa, cuando podás me pagás la cuenta, y así mi madre sin ser tener idea de lo qué es la filantropía, le hizo mucho bien a tanta gente de esos lugares que cuando por alguna circunstancia yo he visitado Palmarito, Misoa, Canta Rana, La Arepa, los pobladores al sacar en claro de que soy hijo de Goyita Meléndez, me estrechan la mano y comienzan a contarme anécdotas de mi madre y de mis hermanas Daybo y Marisol, caramba, ¿Cómo está Goyita? Años que no la vemos, su madre, doctor, es una tronca e’ mujer, por aquí le hizo mucho bien a mucha gente, aquí mismito, cerquita de aquí de donde estamos, su Mamá tenía su restaurant, y Daybo, deme razón de Daybo y de Marisol, carajo yo no veo a Daybo desde que el señor Cristóbal Parra tenía la quesera aquí en Misoa, uté ta’ ria muy chiquito cuando Goyita se fue definitivamente pa’ Carora, gracias amigos, muchas gracias amigos, ustedes no se imaginan lo hinchado que estoy de saber que aquí en Palmarito mi madre dejó muchos amigos y comprobar lo mucho que todos ustedes quieren a mi madre, gracias, muchas gracias amigos.

El 15 de mayo de 1966 mi madre cerró el restaurant y regresó a Carora a negociar la casa de la calle San José, donde parió a Raquelita el 7 de Mayo de 1968 y a mí el 17 de agosto de 1966. Mamá cumpliría treinta y ocho años el 14 de junio. Ya todo el mundo sabía que tenía años viviendo con Polito Álvarez, y su ilusión era tener una casa propia. Regateando la oferta del vendedor, la compró en seiscientos bolívares. Le doy trescientos bolívares ahorita, y le daré treinta bolívares mensuales, puntualmente usted puede venir a buscarlo, dijo mi madre, mirándolo de frente a la cara. Mi padre aún no lo habían botado de la casa de la señora Doña Emma Rosa, por lo que siempre visitaba la casa de la calle San José, pero nunca se quedó a dormir en ella. Él iba a visitarnos todas las tardes, a veces se acostaba en el chinchorro, y se ponía a comer maní en concha, al cabo de unas horas se levantaba y se marchaba, yo no comprendía por qué mi padre jamás se quedaba a dormir en la casa ni por qué Luis, Raquelita y yo le decíamos Polito en lugar de Papá. La verdad es que de los hijos que tuvo con mi madre los únicos que le dicen Papá al viejo Polo son Raquelita y Goyito. Luis y yo nunca le hemos dicho Papá. Sin embargo, dudo mucho que otros hijos suyo lo respeten y le dispense tanto amor como el que Luis y yo le hemos dado. Poco tiempo después, mi hermana Daybo parió a Daimarys y mi cuñado El Gato Parra le compra una casa a Don Lon Torres.

Tres meses de nacida tenía Daimarys cuando nos mudamos a la casa e’ piedra. Ahí nació Corito, la segunda hija de Daybo y de El Gato. Muchas veces Luis y Jorge jugaban con Raquelita y conmigo al escondite. Mamá compró una casa al lado de que Daybo e instaló un restaurant. Hay una foto de mi madre acompañada de Luis que engloba los momentos más felices de nuestra infancia. Años después Daybo decidió tumbar la casa e’ piedra y Raquelita y yo la casa donde nuestra madre tenía un restaurant y donde nuestro padre comenzó a quedarse a dormir en cuanto se terminó de restaurar. Al pasar por la calle Concordia me parece ver a mi padre sentado en su silla de cuero, frente a su negocio, Depósito Coromoto, el mismo que Cheo le despojará a fuerza de ardides, me parece ver a Luis y a Jorge corriendo detrás de Goyito que sale a la carrera hacia la Avenida Francisco de Miranda. Hay muchos vacíos en mi memoria y los recuerdos aunque son verídicos, es la primera vez que me doy cuenta que he cambiado mucho, después que murieron Papa Chus, Mama Teresa, Jorge y después que mataron a Luis, no sé, a ciencia cierta, si todo los hechos que cuento sucedieron tal como los rememoro, o, simplemente, los he inventado, tampoco sé, si soy el mismo Leonardo de antes, o si soy, simplemente, una gota caída del averno.

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Autor: Leonardo Pereira Meléndez
Enviado por leope31 - 13/07/2011
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