Luego de un largo viaje nocturno desde Lima, por el camino hacia Huancayo; ubicado en la sierra central del Perú; al rayar la aurora, nos acercamos a nuestro destino, la ciudad de Concepción. En el horizonte el sol con sus rayos de oro se apresta muy lentamente a iluminar el hermoso “Valle del Mantaro”, mientras los zorzales, gorriones, jilgueros y palomas silvestres, con sus alitas aun entumecidas por el frio de la noche empiezan a revolotear inquietas dándonos labienvenida trinando con sus encantadoras melodías, quizá presagiando la alegría que nos depararía horas mas tarde en aquella ciudad.
Ambas márgenes de la carretera luce un verdor maravilloso, cementeras ordenadamente cultivadas, plantaciones de eucaliptos, pinos, sauces, flores, infinidades de productos agrícolas y retamas, lo cual me trajo a la memoria las letras de una antigua canción… “caminito de Huancayo/ rodeadito de retamas/ cuantas veces he llorado/ bajo la sombra de tus ramas…” Conforme avanzaban los minutos el cielo se mostraba impecablemente azul adornado de algunas motitas lejanas de algodón dando al paisaje un aspecto sumamente bello, hermoso.
La pequeña ciudad de Concepción que lucía muy limpia, nos recibió con los brazos abiertos, gentes muy amables y cariñosas con sus visitantes, no obstante a sus preocupaciones que en unas horas acontecería nos procuraban las mas esmeradas atenciones. Antes de la hora fijada nos encontramos en el lugar de reunión; iglesia de Santa Rosa de Ocupa, lugar que mas parecía copia de algún genio universal de la pintura creado con su fino pincel en el lienzo su imaginación y fantasía , por su incomparable belleza, constituyéndose una reliquia peruana y patrimonio artístico de incalculable valor cultural y religioso, destacándose su arte renacentista retablos de estilo barroco, fundado en 1725 por la orden franciscana; con sumo agrado admiré como la naturaleza pura, conservando íntegramente su flora, adopta en su corazón la edificación de un bello santuario.
La parte central del interior del claustro religioso, el piso cubierto de alfombra roja, adornados con ramos de flores frescas, las paredes cubiertas de adornos con columnas y aplicaciones tallados, acabados en pan de oro causaban sencillamente especial asombro y admiración. La marcha nupcial nos indica la presencia de los novios, quienes a pasos lentos, sumamente emocionados y radiantes de felicidad se aproximan hacia el altar a recibir la bendición y jurarse amor eterno hasta que la muerte los separe, “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” les dijo el cura y ambos se dieron el “si” jurándose amor eterno ante Dios.
Luego, según la tradición de la región, la suntuosa fiesta más que matrimonial semejaba una fiesta patronal, dos orquestas típicas de mucha fama y otro tropical, daban inicio la alegría y el jolgorio; al mismo tiempo que los familiares e invitados, se acercaban hacia los esposos danzando al son de huayanos, mulisas, huaylas y Santiagos a entregar costosas ofrendas muy dichosos y felices, me trajo a la memoria el pasaje de Hechos 20:35 “hay mas dicha en dar que recibir”.
Los tragos, la cerveza y la comida estuvieron a la orden de los concurrentes, sirvieron la tradicional y deliciosa pachamanca y el incomparable picante de cuy, platos tradicionales y favoritos en toda festividad; ya avanzadas horas y con el permiso de los flamantes esposos Walter y Marisol, abandoné la fiesta, tenía premura por retornar con urgencia a la capital por razones de trabajo; la noche no me permitió despedir con la mirada el vello e impresionante paisaje “El Valle del Mantaro”.