UN CORAZONCITO DE ORO
Por fin, después de tantos intentos y exigencias, don Arnaldo, aceptó viajar a Lima acompañadas de su hija Gloria y su nieta, Milagros quienes expresamente tuvieron que viajar con ese propósito; al enterarse que se encontraba mal de salud. Don Arnaldo quien vive en un lugar de la sierra de Huánuco, llamado Huayllacayán, a pesar de sus 72 años de edad, no quería aceptar su enfermedad y se negaba a su tratamiento, por descuido, desconocimiento o quizá por no querer apartarse de sus tierras, su casa y el medio ambiente donde estaba acostumbrado a vivir toda su vida, lo cierto es que las palabras cariñosas de su nieta y las lagrimas de su hija, terminaron por conmover el corazón fuerte pero a la vez sensible de don Arnaldo. Un mañana fría de agosto, mientras la garúa caía casi imperceptiblemente llegaron a la capital del Perú.
Desde la ultima ocasión que don Arnaldo vino a Lima ya pasaron aproximadamente 39 años, cuando lo hiciera en aquella oportunidad con su querida y añorada esposa Doña Rosa, quien en estos momentos debe encontrarse gozando de la paz y tranquilidad eterna al lado del Divino Creador, velando y guiando los pasos de sus queridos hijos, la siempre querida y recordada “Mamá Rosita”, hoy vive en los recuerdos y el corazón de toda la familia con un cariño muy especial por que infundió profundo amor, lleno de nobles valores. En esos tiempos Lima era una ciudad no tan congestionada como hoy que don Arnaldo observa algo absorto, la infinidad de vehículos de toda clase, la cantidad de gente en los paraderos y los colectivos repletos de pasajeros, todo le parecía un caos, un desorden asfixiante.
Ya en el Terminal del autobús cuando se disponían a abordar un taxi para ser trasladado a un barrio distante a cincuenta minutos de viaje, donde vivía su hija; don Arnaldo, sentía el cuerpo muy pesado, los estragos del viaje, el cambio de clima y de ambiente le sofocaba y no se encontraba a gusto como en su querida hacienda, inmediatamente le tarjo a su memoria la tranquilidad de su tierra, sus sembríos, el verdor de los campos, las aguas cristalinas del manantial, estaba tan retraído en sus pensamientos hasta que la dulce voz de Milagros le dijo: -Papá ya legamos a la casa, bajemos los equipajes. Don Arnaldo tenía el cuerpo cansado por el viaje pero poco a poco se fue recuperando. Luego de ingerir un suculento y reparador desayuno descansó toda la mañana. Y por la tarde se hicieron presente sus hijos Gonzalo y Elena quienes se preocuparon también por la salud de su querido padre. Los días siguientes fueron de constante visita a los médicos siempre acompañada por su hija Gloria. Pero don Arnaldo no era de este mundo, de este ambiente tan saturado de monóxido de agitados trajines; insistente, expresaba su deseo de retornar a su comunidad, a su campo, a sus tierras; donde se sentía amo y señor de la naturaleza, pero el amor y el cariño de toda la familia le hacían desistir y postergar muchas veces el viaje de retorno.
Aparentemente don Arnaldo ya se estaba ambientando, se sentía más cómodo en casa de su hija Gloria, Milagros se había auto designada para la atención exclusiva, gesto que el dulce abuelito correspondía con cariño, humildad y mucha gratitud.
Cuando conocieron los resultados de los exámenes médicos, si que hubo mucha preocupación en casa, aparte de los problemas visuales que tenia y su deficiente audición don Arnaldo sufría de ”Inflamación Prostática”, muy grabe a tal punto que requería operación urgente. En casa evitaron de comentarios al respecto con la finalidad de no alarmar al abuelito quien gracias a la cuidadosa explicación de sus hijos comprendió que la operación no era tan riesgosa y resignado aceptó someterse a ello, pero sin perder la fe y con aparente tranquilidad. Conforme pasaron los días la tensión en casa era mayor, hasta que un día antes de la intervención la desesperación de su hija Gloria ya era muy notoria pues los dos litros de sangre que se requería no se podía depositar en el hospital debido a que los donantes a ultima hora se desistían o simplemente no acudían a los exámenes de rigor. Los niños estaban preocupados, especialmente Milagros quien muy apenada y llorando suplico a su mamá que la llevase al hospital; no se tranquilizó ni dejó de llorar hasta que su madre tuvo que llevarla por su puesto como premio por haber cumplido con las tareas pendientes de su colegio, llegó hasta la cama de su querido abuelito quien se encontraba postrado pensativo a la espera, como contando las horas que le falta para la operación, don Arnaldo, jamás supo de enfermedades, mucho menos de internamiento, ni operaciones; veía con sorpresa a sus compañeros salir de la sala de operaciones asistido por enfermeras y familiares; entonces se ponía en caso de ellos y pensaba que en cualquier momento se encontraría en tales circunstancias, a ratos sentía mucho temor, de ello no comentaba con nadie. Milagros se acercó muy despacio, tomó la mano de su abuelito la besó suavemente en la mejilla y le susurró al oído: -Papá Arnaldo, no te preocupes todo va ha salir bien- el abuelito asintió moviendo la cabeza afirmativamente y acarició sus cabellos. Luego dirigiéndose al médico que se encontraba presente le dijo con voz entrecortada y temblorosa por la emoción:
-Doctor mi mamá no pudo conseguir sangre para operar a mi abuelito, yo he venido para darle mi sangre, a mi que me saquen quiero que mi papá Arnaldo se salve, por favor doctorcito- Dijo – a la vez que levantando su bracito derecho se acercó decidida y apretando los labios sin poder contener las lagrimas que surcaban abundantemente por sus mejillas. Los enfermos y algunos familiares que presenciaban la singular escena, contagiados por la congoja, con disimulo y dificultad, trataban de ocultar sus lagrimas conmovidos por la decisión e la inmensa bondad de la niña. El Doctor, también conmovido por la sorpresa abrazó fuertemente a la niña, la beso en la frente diciéndole:
-Hijita tu abuelito es un hombre muy fuerte yo le voy a operar y el problema de la sangre lo soluciono yo, no te preocupes hija, a tu abuelito no le va pasar nada, además las niñas no pueden donar sangre, pero gracias por tu gesto, noto que quieres mucho a tu abuelito y eres una niña muy buena - le dijo tranquilizándola mientras a la ayudaba a secarse las lagrimas.
El Dr. dio las órdenes, a las enfermeras, indicándoles que mañana a primera hora el paciente debería estar listo para ingresar a la sala de operaciones a la vez que anotaba algunas indicaciones en una tablilla que se encontraba al costado de la cama, despidiéndose de todos con la mano en alto.
–Señora no se preocupe de la sangre como les dije; yo me encargo de eso- y salió. Todos se quedaron admirados, quizá pensando en silencio en la inmensa bondad que guarda la niña en su inocente y tierna almita. Milagros con su actitud demostró una vez más que es una niña sumamente buena e infinitamente sensible, el cariño que tiene con la familia también le prodiga a su abuelito, un hombre noble, bueno y más que todo un hombre que ha sufrido en el campo, luchando siempre contra las inclemencias del clima y las vicisitudes del destino para sacar adelante a sus hijos.
Al día siguiente, la familia en pleno se encontraban en el hospital todos rezaban e imploraban a Dios, don Arnaldo fue operado con éxito y aunque muy lentamente está logrando recuperarse, la alegría en la casa es general, los niños no se despegan del lado del dulce abuelito. Esta es una lección de valor, desprendimiento y amor al prójimo que todos los niños y especialmente adultos debemos de aprender, donar sangre es salvar vida.