Siempre que me preguntan, respondo con mucho orgullo que tengo el papá más bueno del mundo; por el amor que me demuestra a cada momento, por el amor que da a mi madre, y por el cariño con que trata a la familia y amigos, siempre está pendiente de nosotros, nuestra salud, nuestras necesidades, preocupado por nuestro bienestar, dueño de un carácter apacible, respetuoso e inmensa generosidad.
Cuando niña, era mi héroe favorito; recuerdo siempre como me inició a la lectura empleando una técnica que había inventado para mí; creaba cuentos infantiles donde yo era la personaje principal y me las entregaba impreso haciéndome creer que los había encontrado en internet; al iniciar a leerlas con mucha dificultad propios en mi edad, encontraba mi nombre dentro de un cautivante relato y no paraba hasta culminarlos, como me gustaban tanto, los releía constantemente. Ejemplo honorable de persona, sano, sin vicios y muy trabajador; siempre escucho comentarios de mis amigas en el sentido de que me envidian por tener un padre así, ellas creen que me engríe, pero la verdad es que mi padre sabe dosificar muy bien mis necesidades y sus posibilidades.
Siempre he tenido la idea de que lo sabía todo, algunas veces, al desarrollar mis tareas y tenía flojera de buscar palabras en el diccionario, le preguntaba y él que gustoso los absolvía, estaba dispuesto a prestarme apoyo en todo momento. Recuerdo una fecha cuando cumplí años, me entregó un sobre blanco en cuyo interior había un hermoso poema que mi padre se había inspirado para ese día, es muy amante a la lectura y aficionado a escribir ensayos.
Cumplí veinte años, hoy en mi introspección comprendo que quizá he sido descuidada o injusta con él, tal vez no supe corresponder el cariño y amor sincero que me prodigaba, hoy no puedo comprender por qué motivos siempre le negaba sus atenciones, no acudía con prontitud a sus llamadas o simplemente a veces no acudía, solo cuando se enojaba entonces la obedecía; abusaba quizá su bondad, pero el siempre dándome su cariño a pesar de todo.
Lo que ocurrió aquella noche me dolió mucho el corazón, pero sé que a mi padre le dolió mucho más; estábamos con mi madre en la sala, mi padre algo hacía en la cocina y no nos permitía que la viéramos, cuando hubo terminado, se acercó hacia nosotras, traía en dos platillos unos ricos panecillos tostados con mantequilla y untados con mermelada de fresa. Gracias, mi amor, que ricos- dijo mi madre complacida y sonriente. Yo no quiero, no me gusta- me apresuré a decir. En esos momentos vi que la emoción y alegría dibujada en el rostro de mi padre desapareció de inmediato, dando paso a una expresión no sé si de dolor, de rabia o pena, me miró fijamente a los ojos de la manera que jamás lo había hecho, no se alteró y pausadamente dijo: Hija, lo he preparado con mucho cariño para ustedes y tu como siempre me rechazas, ojalá que algún día comprendas lo que siente un padre cuando constantemente es rechazado- quiso decir algo más, pero prefirió callar, dejó los platillos sobre la mesita y se retiró con dirección a su dormitorio, Las palabras quedaron flotando en la sala, yo sin comprender por qué; constantemente la hería con mis actitudes; luego me enteré por mi madre que no saldría a cenar.
Constantemente ocurrían casos como lo suscitado hoy y para mí era algo así como una simple rutina, como una simple travesura; pero esa noche no pude conciliar el sueño, me sentí culpable, quería llamarle y pedirle disculpas de todo corazón, pero no podía, además temía su rechazo o su recriminación. Hoy que ya no la tengo a mi lado, y que la necesito que me escuche, que quiero decirle lo mucho que la amo y no supe o no pude decirlo; hoy que es demasiado tarde, comprendo la importancia de decir te amo papá o te amo mamá, me quedo con un inmenso dolor en el alma; solo me consuela la certeza de que se encuentra al lado de Dios, por ser el mejor padre del mundo.