¿POR QUE MAMITA?
Desbordando sonrisa contagiante la niña, una mañana, se aproxima a saludar cariñosamente a su querida abuela, de pronto la sonrisa de su angelical rostro desapareció, para mostrarse sorprendida; con los ojos muy abiertos y cubriéndose la boca con sus manitos en señal de asombro, comenzó a llamar en forma insistente a su mamá. La madre, enterada del motivo que la causó tamaña sorpresa, trató de explicarla pero parecía que la niña estaba demasiada sorprendida para comprender razones, al fin, incrédula aún, se tranquilizó; en su inocencia no podía concebir como su querida abuelita podía haber perdido toda su dentadura; ninguna explicación la satisfacía, meditabunda y preocupada estuvo toda la mañana, ya sin poder contener su angustia y curiosidad, decidió hablar con ella.
- Mamita, ¿Cómo perdiste todo tus dientes?
La abuelita, con su eterna y dulce ternura, la atrajo hacia sí, acariciándola la carita que descansaba en su pecho, antes de contestar parpadeó unos instantes como buscando la mejor respuesta y dijo solamente:
- Es por la edad hijita.
Pero no le dijo que los nueve hijos a quienes tuvo que lactar habían consumido sus reservas de calcio y casi toda sus energías. El peso de los años vividos cargando sola a cuestas sucesivamente a todos sus hijos, las infinitas tareas y labores diarias con escasas horas de descanso, procurando siempre el bienestar de su hogar y la superación constante de sus hijos; mellaron la vitalidad de su frágil cuerpo; y nunca le dirá por que camina lenta y encorvada. Tampoco le dijo que las múltiples travesuras, algunas majaderías de sus hijos, las inmensas preocupaciones, y la inclemencia del tiempo tiñeron de blanco plata su delicada cabellera. No le dirá jamás, por que en algunos momentos su mirada es triste y melancólica, ni por que le es difícil de recordar algunas fechas importantes. La niña se incorporó y cariñosamente la besó en la mejilla, luego acarició su rostro, la abuelita al percibir la caricia, sonriente, dijo:
- Esas arrugas también es por la edad hijita.
Pero no le dijo que la infinidad de surcos que marcan su rostro son producto de noches interminables de desvelos, cuando enfermaban sus niños, las penas, y la angustia implorando a Dios que retornen sanos al hogar, la preocupación por preparar diariamente con tan poco dinero, el mejor y mas rico de los potajes. Ambas permanecieron abrazadas en silencio, meditando, de pronto los ojos de la abuelita se llenaron de lágrimas, talvez regocijada con el amor de sus hijos y la ternura de su nieta o por el recuerdo de alguna pena que le aflige el corazón.
Hay hijos gratos que con amor retribuyen el sacrificio de sus madres, también hay muchos de aquellos que embriagados por falsos orgullos, desconocen sus orígenes se olvidan y hasta agraden a un ser tan sagrado que un día arriesgó su vida al traerlos al mundo, o aquellos que dominados por la codicia, se convierten en pobres hombres que solo tienen dinero, pero en momentos más aciagos y de agonía, no dudaran en reclamar su presencia. La madre, tan noble, tan pura, allí estará, sabiendo que su presencia aplacará su tormento y colmará de paz hasta al corazón más rebelde; mas ella, nada pide, nada reclama, conformándose tan solo con un pequeño gesto de amor.