La afición de los españoles a las drogas aumenta a un ritmo alarmante. En nuestro país, el número de consumidores se incrementa día a día y la edad a la que comienzan es cada vez más baja; algo realmente preocupante. En esa edad difícil, cuando los jóvenes despiertan de su letargo infantil, el asunto ya no se reduce a fumar un simple cigarrillo de tabaco, como antaño, sino que prueban la marihuana y, en algunos casos, las anfetaminas, las pastillas y la cocaína. Muchas familias viven todavía engañadas pensando que la juventud de hoy continúa con las mismas pautas de otras épocas, cuando a los 14 o 15 años no se pensaba en otra cosa que jugar inocentemente a ser mayores. Al día de hoy son muchos los escolares de 14 años que no sólo fuman tabaco, sino que también consumen habitualmente otras drogas más peligrosas. Pero no se trata exclusivamente de chicas y chicos de barrios marginales. Los de mayor capacidad económica, esos a los que sus padres les llenan el bolsillo con tal de que “no les falte de nada”, son las víctimas más propicias de un mercado que enriquece a unos cuantos desaprensivos. Los jóvenes entienden de drogas, aunque no las consuman. Pero las campañas de información institucionales no siempre llegan a su destino, en cualquier caso, no les prestan atención. En estos asuntos, ellos sólo entienden los lenguajes directos y cercanos, los del “colega” de turno que desgraciadamente es más creíble que el entorno familiar; y no digamos de sus profesores, a quienes ven en este asunto igualmente desfasados en el tiempo, como perfectos reaccionarios o incluso como enemigos de la errónea libertad que ellos quieren vivir; todo resulta muy parecido a la triste aventura de Pinocho, el cuento que poco tiempo atrás todavía escuchaban embelesados. Según las estadísticas, uno de cada cinco jóvenes menores de 18 años consume marihuana habitualmente. Los defensores de esta sustancia la consideran menos perjudicial que el alcohol y con probados efectos terapéuticos. Por el contrario, sus detractores la ven como una puerta al consumo de otras drogas mucho más perniciosas. Entretanto, esta disparidad de criterios es aprovechada para que el mercado clandestino continúe siendo la llamada de lo prohibido para unos jóvenes a quienes en sus casas todavía los ven con la misma candidez de siempre.