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La tienda UNICEF

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Publicado en Atlántico Diario el 5/12/99

Un año más, cuando se acercan estas fechas, renace la ilusión por la Navidad, sobre todo en los más pequeños. El ambiente que se crea con la iluminación de las calles y escaparates, las comparsas callejeras y todo eso que imprime un carácter especial a esta época del año, contribuyen a un cierto estado de ánimo. En la mente de todos están las felicitaciones de rigor, las vacaciones de los niños, las cenas y comidas con la familia y con los amigos, y, cómo no, ese afan desmedido por comprar de todo para todos, como si la única y verdadera muestra de cariño entre los seres humanos fuera de tipo material. Por eso, cuando llega este momento en el que nos vemos desbordados por campañas publicitarias absolutamente sugerentes, con unos mensajes que desvirtúan el verdadero significado de estas fechas en favor de intereses comerciales, es preciso recapacitar.

Basta una simple pregunta, ¿se ha parado usted a pensar cuántas cosas son imprescindibles para vivir?; algo que vale la pena cuestionarse de vez en cuando. Si lo piensa con calma, sin duda quedará sorprendido y se dará cuenta de que nos sobra casi todo; estamos rodeados de infinidad de objetos supérfluos, sobre todo nuestros hijos. Estamos inmersos en un torbellino consumista y, consciente o inconscientemente, se lo estamos transmitiendo a ellos, a los más pequeños.

Sin embargo, fíjese en el contraste. Mientras a nuestros hijos no les falta de nada, sino que les sobra, miles de niños del Tercer Mundo y de países en vías de desarrollo se ven afectados por problemas que tendrían una fácil solución si todos prestaramos un mínimo de ayuda. Cada año mueren 12 millones de niños menores de 5 años por enfermedades de fácil prevención y tratamiento, una cifra escalofriante que equivale a unas 32.000 muertes infantiles diarias. Son niños que carecen de lo más básico, que están afectados por problemas de desnutrición, que no tienen la oportunidad de una educación primaria, que viven en un estado paupérrimo, incluso en muchos casos sin algo tan básico para la vida como es el agua potable. Niños que pagan injustamente la intolerancia de los mayores y se ven afectados por las guerras, por la explotación laboral e incluso sexual de adultos que se enriquecen a su costa. Un mundo de miseria que contrasta con nuestra alegre Navidad, tan llena de color, de regalos, de comidas..., tan llena de todo.

Desde el año 1946, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, viene luchando para ayudar a esos niños desfavorecidos del mundo, esos niños de Africa, Oriente Medio, Asia y América; unos niños que verán la Navidad con otros ojos muy diferentes a los de nuestros hijos. Son niños como los nuestos, por supuesto, pero con las ilusiones y risas truncadas por el paludismo, la poliomelitis, el sarampión, la tuberculosis, la deshidratación, la pulmonía, e incluso el Sida. Niños del mundo que no viven como niños, sino como auténticos esclavos de una sociedad que cierra los ojos para no sufrir con las desgracias ajenas.

En este sentido, UNICEF lleva a cabo una labor encomiable y necesaria en todo el mundo, una labor que necesita la participación de todos nosotros, aunque sólo sea con una pequeña aportación, siquiera el equivalente a esa cajetilla de tabaco, quizá ese café..., cualquiera de tantas cosas superfluas de nuestra vida cotidiana. Porque con ese importe también su puede comprar un paquete de sales de rehidratación oral, una afección que puede llegar a ser mortal. Con 500 pesetas se compra una manta, con 300 pesetas el material de estudio para un alumno, con 15.000 pesetas se monta un aula para 40 alumnos... Unas cifras irrisorias en comparación con las manejadas por nuestra sociedad, sobre todo en esta época del año. Tenga en cuenta que con lo que cuesta un solo regalo de Navidad se prodrían solucionar muchos de estos problemas. Y si a pesar de todo usted es de los que no quiere prescindir del regalo, ¿por qué no lo compra en la tienda de UNICEF?, no se irá con las manos vacías y al mismo tiempo estará contribuyendo a esta gran labor de ayuda a la infancia; unos niños que merecen el mismo respeto y atención que nuestros hijos.

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Autor: Julio Alonso
Enviado por corre31 - 15/12/2001
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