Confesaré que suelo recluirme, bajo las alas y olas deseables de la soledad, a la hora de citarme con los amigos. Llegan a diario a mi retiro. Saben que me gusta verles en plena faena, con su cosecha de obras literarias o artísticas. Admiro el mimo que ponen en sus criaturas. Contrarrestan los humos de esta sociedad abortista, donde el número de abortos entre menores de veinte años se ha duplicado en España desde 1996. Es la mayor matanza de inocentes que ha conocido nuestra historia. Otro gallo nos cantaría si hubiésemos potenciado otro tipo de cultivos, como el de laborar belleza.
Mis amigos, cultivadores de hermosuras, no se retrasan nunca. Son fieles a la fidelidad, igual que los amantes enamorados del amor. Ellos lo están de la belleza. Me acercan sus manjares en silencio: libros escritos a golpe de corazón, manifiestos en color, músicas en pentagramas, conciertos esculpidos que hablan por sí solos. Unos aman el arte y otros las genialidades del pensamiento, como auténticos filósofos siderales y pasionales poetas. Hay un denominador común en todos ellos: el de ser personas desprendidas que lo donan todo, hasta el don de hacernos partícipes del festín creador. Rebosan perfumes y aromas, pulsos y pausas, verdades que relucen al igual que nardos en la noche. Mi gratitud a estos dioses del aire es tan pura como el amanecer en alta mar. No hay palabra que pague tanta hermosura sembrada y autenticidad desnuda. Por ellos vivo, en plena forma y a fondo, expectante para saborear el espectáculo de la magnificencia, expresado por el romántico Bécquer, como un soplo de gozo: de cualquier manera que se presente, levanta la mente a nobles aspiraciones.
El mundo que los humanos hemos construido, se tambalea y nos bambolea. De seguir así, acabarán poniéndose de moda los atentados suicidas. Este mundo cada día es más difícil, nos oprime y nos reprime. Ha huido de la belleza. ¿Quién puede gozar así? La medicina que nos receta uno de los protectores de la palabra, llegado recientísimamente a mi buzón, el escritor Talismán, nos da un respiro. Su libro nos higieniza, es como una vacuna resucitadora. Bajo el título: “En esta noche oscura”, el ensayista, nos alienta a profundizar en la belleza que place a los ojos y que complace al corazón, la vuelta a la contemplativa. Así lo escribe, y prescribe, en uno de los párrafos: “Pienso que es urgente y necesario el concepto espiritual, místico y poético de la vida, un retorno de la mujer y el hombre, a la fuente de su verdad íntima y cordial, a la emoción de su vivencia interior más soñadora y profunda, donde puedan sentir el misterio inefable que nos envuelve, el pulso sobrenatural de su existencia”.