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La estulticia de los prepotentes

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Cada día se nota como en las redes sociales, en la mayoría de medios de comunicación y en la opinión pública en general, asistimos al desacuerdo con la existencia de la llamada clase política en general, de la forma y manera que está establecida en nuestro país y cuanto más ha ido repercutiendo la irrupción progresiva de la crisis que padecemos, desenmascarando a tanto mediocre instalado en las llamadas instituciones, supuestamente nominados para conducir nuestros destinos, antaño pretendidos en lo “universal” y hogaño - menos pretenciosos – en lo europeo, como mucho.

Percibimos mejor ahora, con lo que se viene encima, como se han estado repitiendo con inusitada insistencia en la mayoría de legislaturas, los prototipos de bípedos más incompetentes, pero delegados sin embargo por un sistema que se antoja ya obsoleto para tan ardua tarea, sean del color que sean, derechas o izquierdas, nacionales o autonómicos. Desconocemos, ni falta que hace, sus trayectorias existenciales y profesionales, hasta que los vemos emerger desde su insignificancia por el solo hecho de estar afiliados a un partido político, donde ingresan a los únicos efectos de medrar en lo posible y merecer los favores de los ya encaramados en puestos de relevancia, con el somero bagaje de sus simpatías por una determinada ideología, cuestión esta última de más que relativa importancia en sus auténticas pretensiones: vivir del cuento, con la excusa de servir a la ciudadanía.

Más que el sistema de partidos instaurado en algunas democracias, es el método instaurado en los plebiscitos, el que obliga a elegir habitualmente entre una suerte de bisutería barata, que sólo de milagro podría atender nuestras expectativas más modestas. Son sin embargo los ciudadanos de a pie, en su labor diaria que cada vez escasea más, los que permiten que el país continúe su marcha, actualmente a duras penas, sin que los supuestos directores consigan otra cosa que hacer desafinar la orquesta con sus movimientos desacompasados.

Estorban, en una palabra. Eso sí, con remuneraciones millonarias y vitalicias, por su papel determinante en conducirnos a no se sabe dónde. Insufrible y molesta, a cualquiera con la sensibilidad suficiente para descubrir la mentecatez que exhiben la gran mayoría de individuos que integran esa clase política, la prepotencia con que se presentan en público, para sus comparecencias o intervenciones. Y, a la vista de sus cataduras, ridículo, el léxico empleado por los medios de comunicación y otros, para aludir a los mejor situados en la mencionada escala de disputados méritos, como el de “líder”.

El líder de estos, el líder de aquellos, sin que el adjetivo carismático sea aplicable en ningún caso, como sería lo deseable en tan arrogante denominación. Sus declaraciones aparecen plagadas siempre de una terminología cansina, salpicadas por muletillas comunes a la especie, “al estar convencidos de”, “como no podría ser de otra manera” y “en la seguridad de “, entre otros repetidos y tediosos ejemplos. Cuando no aburren hasta a las ovejas, facilitando en ruedas de prensa una catarata de tecnicismos ininteligibles para la mayoría, adobados con porcentajes, niveles, estadísticas y otras fórmulas para marear la perdiz, eludiendo sistemáticamente abordar el fondo de las cuestiones que se les planteen, con una desfachatez supina.

O al exhibir, invariablemente, estúpidas y forzadas sonrisas en tales comparecencias, con la petulancia de creerse en permanente posesión de las verdades más absolutas y denotando un menosprecio interior, apenas disimulado, a las personas supuestamente representadas. Personas, por cierto, que constituimos esta nación y que, pese al errático deambular de semejantes mequetrefes, continuamos aguantando el tipo un día tras otro, sin poder por menos de evocar aquello: “que buenos vasallos si tuviesen buen señor”.

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Autor: PEHRISKA RUHPA
Enviado por PEHRISKARUHPA - 22/10/2012
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