Publicado el 28/02/99 en Atlántico Diario
A lo largo de la historia han sido muchos los que han intentado buscar fundamentos científicos a las teorías más peregrinas, y, en este sentido, en lo que a la condición humana se refiere, los intentos han ido desde la diferencia de sexos a la de razas. A finales del siglo diecinueve, Bischoff, uno de los anatomistas más prestigiosos de la época en Europa, defendía la superioridad mental del hombre frente a la mujer. Para corroborar su teoría se ocupó durante años en recabar datos sobre los cerebros de hombres y mujeres, y, después de una larga y concienzuda observación, llegó a la conclusión de que el peso medio del cerebro del hombre era de 1350 gramos, en contraste con los 1250 gramos en el caso de la mujer; nada más ---y nada menos--- que 100 gramos de diferencia. Semejante hallazgo hizo que defendiera con más vehemencia su teoría, probada, según él, de modo experimental. Pero el ridículo vino más tarde, cuando falleció y donó su cerebro a la ciencia, porque, al pesarlo, la balanza indicó 1245 gramos, ¡claramente por debajo de la media de las mujeres! ¡Qué razón tiene mi cuñado cuando dice que no se puede escupir para arriba!
Dentro del grupo de los grandes despreciados también se encuentran los negros y gente de color, en general, que no morenos de lámpara ultravioleta, que esos hay que incluirlos en otra categoría aun por determinar. En cierta ocasión, navegando por esa tierra de nadie ---y de todos--- que es internet, me encontré con una página, curiosa, donde aparecía un escrito atribuido a Martin Luther King. Su contenido no tiene desperdicio porque habla por sí solo, dice así: «Amigo blanco: / cuando yo nacer, yo negro / cuando yo crecer, yo negro / cuando yo sol, yo negro / cuando yo frio, yo negro / cuando yo asustado, yo negro / cuando yo enfermo, yo negro / cuando yo morir, yo negro. / Cuando tu nacer, tu rosado / cuando tu crecer, tu blanco / cuando tu sol, tu rojo / cuando tu frio, tu morado / cuando tu asustado, tu amarillo / cuando tu enfermo, tu verde / cuanto tu morir, tu gris. / Entonces, tu tener problemas para llamarme a mí "de color"»
Desgraciadamente, la marginación es un hecho real, cotidiano, latente. A pesar de que muchos piensan que la discriminación de la mujer es algo que tiende a desaparecer, basta con echar una ojeada a nuestro entorno más cercano, el de todos los días, para darnos cuenta que todavía queda mucho camino por andar. En cuanto al problema racial la situación es mucho más compleja, y, de momento, pasa desapercibida. Con frecuencia, salta a la prensa la noticia de unos inmigrantes fallecidos en su intento de cruzar el estrecho de Gibraltar, la detención de otros que intentan buscar la prosperidad soñada escondidos en un barco, o, incluso, en un maletero. De cualquier modo, todos vienen con la esperanza de mejorar sus vidas y de conseguir un trabajo, aunque sea de esos que no quiere nadie, porque hasta en los trabajos hay prejuicios. La ley, por su parte, es clara en cuanto a la inmigración ilegal, pero contrasta con la reacción de ciertos sectores ciudadanos que reclaman la consideración y el asilo para los detenidos. En este sentido, es preciso aclarar que los Cuerpos de Seguridad del Estado, que al final son los que quedan en entredicho ante la sociedad, se limitan a cumplir con su deber, un deber que consiste en la aplicación de una ley que siempre va por detrás de la realidad social. El cambio de estas leyes no es tarea fácil, porque, en contraposición a los defensores, pronto surgirán grupos que abogarán por su endurecimiento, amparándose en que la inmigración constituye un coste añadido a nuestra sociedad y resta puestos de trabajo. Entonces será el momento de recapacitar, de pensar si lo que se desea es una sociedad plural, de igualdad de oportunidades, donde el máximo interés sea el ser humano en sí, indiferente de su condición, sexo o raza. O, por el contrario, una sociedad de hombres blancos «superiores», eso sí, con un cerebro de 1245 gramos.