El más mínimo detalle, la palabra más insignificante o la elección que podía parecernos más imbécil acaban cambiando nuestras vidas.
Y ya podemos tener agendas, leer nuestro horóscopo o ver la predicción del tiempo que cuando tengamos nuestro día planificado a prueba de atascos y guerras, con nuestro destino altamente protegido diciendo misa, llegará el azar y le responderá miau.
Entonces dará igual la ropa de abrigo o de verano que lleves en la maleta, porque lloverá y no tendrás paraguas, dará igual que hallas escogido el camino largo para evitar el atasco, porque se te pinchará una rueda, y por encima de todo dará igual cual sea tu destino y lo que Dios te haya preparado porque llegarás tú con tus elecciones que se juntarán con las elecciones de otros cuatrocientos millones de seres humanos y lo mandareis todo al carajo.
Y es que al fin y al cabo el ser humano no es más que el producto de una serie infinita de casualidades, que hace su vida a costa de ellas, que monta su día a día intentando y creyendo firmemente que puede elegir su destino, cuando lo único que hace es aumentar las posibilidades de que su vida tome un rumbo u otro. Quizás eso signifique ser libre, quizás la esencia misma de vivir radique en el maravilloso abanico de posibilidades siempre cambiantes que nos ofrece el azar, quizás nos equivoquemos pensando que la vida es lo que intentamos hacer, cuando en realidad la vida es eso que sucede mientras tratamos de establecer un rumbo fijo y predecible que nos lleve al futuro que soñamos.
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