Durante la I República de1873, los levantamientos cantonalistas se sucedieron mayormente por amplias zonas del sur y el levante español, siendo llamativo la declaración de independencia del llamado "cantón de Jumilla", cuyo manifiesto amenazante, deja en anécdota las mas radicales aspiraciones secesionistas que mantienen las actuales formaciones nacionalista del estado, al advertir en su proclama, que los colindantes que se atrevieran desconocer su autonomía o traspasar sus fronteras, Jumilla, procedería en consecuencia, defendiendo su autodeterminación hasta las últimas consecuencias, promoviendo al efecto el justo desquite, con el desafiante anuncio de no dejar piedra sobre piedra del territorio patrio de sus invasores .
Aquellos grotescos episodios de nuestra historia fueron causados por la inestabilidad institucional del momento. Aquel intento fallido de convertir el estado en una iteración de feudos del cantolamismo ultralocal, tenía su génesis en la corrupción intelectual de sus propios progenitores, que no fueron otros, distintos a los caciques lugareños, en un claro afán de reforzar su poder, sin tomar escala que aquel dislate era un despropósito cuya repercusión traería unas consecuencias irreparables como posteriormente vino a demostrar la cruenta realidad de los hechos.
Al parecer hay quien interesadamente se niega a reconocer que la historia es el prologo del futuro, y por eso a pesar del tiempo transcurrido y de los mil avatares históricos intermedios; actualmente, los desencuentros sobre la configuración de la vertebración viable del Estado siguen siendo sujeto de debate, el telón de fondo del escenario político.
Ahora el esperpento de la organización espacial de los municipios, es una reverberación de aquel tiempo pretérito, con el factor añadido de tener que aquilatarse a estrategias de rendimientos del nuevo orden electoral. Al margen, tan solo ha cambiado el esquema de ordenación y la figura de los operadores, permutándose el ultra cantonalismo de la época por las modernas fusiones corporativas modeladas en un centralismo hermético. Mientras la representación política, mantiene la ineficacia de antaño, retocando tan solo pinceladas al sujeto de su obediencia, y si ayer en aquella república eran vasallos del caciquismo decimonónico, ahora, en esta democracia falsificada, ejercen de subalternos, acatando como autoridad suprema el mandato que impone la tiranía de los mercados.
Por ello no debe causarnos ni la mas mínima sorpresa que los únicos que acceden a la función pública sin superar oposición alguna, ni salvar prueba de meritos; quienes a pesar del tal contrasentido, no reparan en dirigir aspectos relevantes de nuestras vidas, llegado el momento de evaluar lo resultados de su gestión, intenten camuflar sus limitaciones evadiendo toda causa de responsabilidad, pues no hemos de despistar que su estrategia estriba en otorgarle al carné militante mas validez de equivalencia que el título universitario de mayor rango, para así, negando la constancia de que no todos valemos para todo, desde la coladera de la plataforma política, sin estudios o mal aprovechados, ni cualificación apropiada y al margen de los controles debidos alcanzar el poder supremo para trincar y medrar sin límite.
Tras la garantía de continuidad de ese estatus de preferencia que disfruta el selectivo gremio de favorecidos que ostentan la gobernabilidad del municipalismo del país, se oculta el extravagante criterio que argumenta este colectivo para fusionar corporaciones locales como método de racionalización de medios y reducción de costes. Siendo evidente que tras esa disparatada decisión, se mantiene oculta la intención de exonerar sus propias responsabilidades como directos causantes de la precaria situación que actualmente padecen las entidades locales. Resultando por tanto una insolencia, que a estas alturas, después de treinta y tres años de validación continuada de la estructura orgánica de funcionamiento, las consecuencias de la ineptitud política se intenten paliar a través excentricidades de rango territorial.
El giro o cambio de modelo que se intenta imponer supone un retroceso en los logros alcanzados, una vuelta atrás en la descentralización, y por ello, su pérdida de condición como administraciones mas próximas al ciudadano, es desde todo punto de vista inadmisible. La vitalización y funcionalidad efectiva de las entidades locales mas que modificar las variables del puzzle de composición, recomienda una planificación ordenada con aprovechamiento colectivo de medios y sinergias disponibles, y sobre manera, elevar la cualificación de su conformación política como fórmula de fortalecimiento de su potencialidad ejecutiva. A no ser, que optemos por ejemplarizar la planta de reciclaje y el matadero, promovidos en su día por la Mancomunidad de Municipios de la Ría de Ferrol, pues al parecer, el modelo diseñado es el camino que lleva.
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