(un relato de Joaquín Piedrabuena)
Bajaba de su mundo como lo hacen los duendes, de repente.
Entre mate y mate, nos acordábamos de él. Vendía las hierbas aromáticas que recogía en las sierras de Córdoba, en la Argentina.El cordobés, aquí, tiene su cantito en el habla, arrastra la palabra. Es una delicia escucharlos hablar de lo que sea. No dice soy Cordobés, sino "Cooordobés". Además tiene palabras y "malas" palabras propias. Aca no hay negros, hay "neros" y no hay un calor insoportable, sino un "calorononón". No hay pozos en las calles, hay "pooozazos" y así. Pocho era bien cordobés y se expresaba de esa manera. Tenía muchos años. Su piel curtida, su cara con arrugas y el cabello mal cuidado le daban un aspecto sombrío que solo se iluminaba con algún trago de vino... ("consuelo tonto tal vez..." dice el cantautor argentino José Larralde). Pocho se internaba en las sierras para buscar "iuios" (el bonaerense dice yuyos) como le llaman algunos cordobeses a las hierbas aromáticas. Entre ellas la famosa peperina, la menta, el poleo, el cedrón, el tomillo, el "burrito" y tantas otras. Son muy curativas y además aromatizan los mates dulces del atardecer serrano. Aquel hombre, que como dijimos, parecía un duende, ni se sabe de dónde venía y quizás ni donde vivía. En su triste figura arrastraba la inocencia y el misterio de las cosas mágicas que tienen los pueblos recostados contra el río Suquia. Uno pensaba como habrá sido su infancia, que sueños habrá tenido y que vivencias lo llevaron a transitar los pedregosos caminos de las montañas cordobesas. Quizás tuvo hijos y mujer, vaya uno a saber. Hoy es un recuerdo de duende, tan lejano como la luna de la infancia nuestra. En los muros de la casa quedó el eco del golpear tembloroso de sus manos. Y su voz parece que fuera parte del aire como el aroma de sus hierbas. A lo mejor, un día en que el viento norte soplaba aires de verano y el enero tenía conciertos de chicharras, Pocho salió a buscar hierbas, pero al llegar el atardecer miró el cielo que nunca había mirado. Y, tal vez, lo sorprendió la noche iluminada de luna y estrellas... y Pocho se olvidó de las sierras... corrió, como nunca lo hizo, tan libre como los biguaces amigos del Suquía, como las luciérnagas...sintió que le crecían alas y voló a buscar estrellas. Adiós le dijeron las peperinas, los poleos, los tomillos y las demas plantas de tu tierra. Ya no hace falta el consuelo tonto del vino para iluminar tu cara triste, Pocho de las sierras, porque te iluminan las estrellas y la tuya es la única que tiene aroma a menta. (Para todos los cordobeses que aman su hermosa tierra)