cuento basado en un hecho real. En memoria de la pequeña Odaia.
Era una soleada mañana de primavera. Rina llegó a su casa después de haber ido al supermercado a comprar todo lo que le gustaba a su pequeña hija Odaelia.
Postres de chocolate, huevos con sorpresas, quesos envasados en forma de vaquita, papas fritas y todo lo que iluminaría la dulce cara de su niña al volver del fin de semana que había ido a pasar con su padre en Jerusalén.
A Rina, esos fines de semana con su hija se le hacían interminables.
Ella conversaba mucho con su vecina Shula, que aparte era una de sus mejores amigas. Esta siempre le recalcaba la importancia de estar en buena relación con su ex marido, inclusive si eso implicaba renunciar al pago mensual de los alimentos para su hija.
Pero Rina no estaba de acuerdo. Ella le respondía que él era el padre y debía de hacerse cargo de su hija. Por lo tanto le hizo todos los juicios posibles para poder sacarle la suma que correspondía para mantener en forma digna a su hija.
Ella trabajaba poco debido a que su hija después de la una del mediodía estaba en su casa y a Rina le parecía más importante atenderla que ganar unos pesos más.
Esa mañana llegó a su casa y automáticamente escuchó los mensajes del contestador.
La voz de su pequeña Odi le dibujó una sonrisa: hola mami, te quiero mucho! Y luego nada.
Rina apretó el asterisco para que la comunicaran con la última llamada y Tom, el padre de su hija atendió.
- Hola, ¿Cuándo vuelven? ¿Puedo hablar con Odi.?
-No. No sé en donde está.
-¿Cómo que no sabés?
-Ya avisé a la policía. La dejé sentada mirando un video mientras me fui a bañar y desapareció. No la encuentro por ningún lado. Como si se la hubiese tragado la tierra.
- ¡Dios no lo permita! Voy para allá.
Rina agarró su bolso y sintió que su corazón se sacudía como nunca mientras esperaba la llegada del taxi.
Trataba de calmarse a si misma pensando en dónde podría haberse escondido su hija. Odi no era traviesa y le costaba creer que había salido de la casa.
Llamó al celular de Tom:
- ¿Te fijaste en todos los rincones de la casa?
- Por supuesto. No soy tonto como vos crées.
- No se nota. ¿Cómo se te puede perder tu hija?
- Te dejo. Estoy con la policía.
Así se unió Tom a la búsqueda de su hija por todos los alrededores del barrio. Vecinos y amigos se sumaron conmovidos.
Hasta las siete de la tarde junto a Rina y Tom eran decenas de ciudadanos que buscaban algún rastro de la niña.
La madre no paraba de llorar. Pensaba en las peores cosas y cada minuto que pasaba su esperanza se debilitaba más.
En una de las veces que su mirada se cruzó con la de Tom, la sorprendió su tranquilidad. El no era un hombre tranquilo.
Por una milésima de segundo le pasó por la cabeza la posibilidad de que esa fuera su venganza por haberle exigido el dinero que le correspondía. Pero la desechó en el acto.
La madre desesperada pasó la noche caminando sin rumbo por la ciudad acompañada de distintos amigos que se habían sumado a la búsqueda.
Al amanecer la policía decidió interrogar al padre de la niña conectándolo a la máquina de la verdad. Para sorpresa de todos los presentes, la máquina se encendía en cada respuesta acusando al padre como culpable de la desaparición de su hija.
¿Qué otro motivo lo podía llevar a mentir sino el encubrir su culpabilidad?
Lo dejaron detenido mientras sin mucho éxito trataban de sacarle información.
A las ocho de la noche del segundo día de búsqueda sin recompensas, apareció en la seccional de policía un hombre que resultó ser uno de los empleados de la municipalidad en el bosque de Jerusalén.
Fue para contar que, tres días atrás, vio al padre de la niña cavando una fosa en el bosque y que ésto le llamó la atención. Cuando vio su cara en el noticiero, se dio cuenta de que era la misma persona.