LA VOZ INTERIOR (Fco. Sánchez)
Deambular por la vida es algo muy solitario. Todos nos sentimos solos, eso es algo que en la mayoría de los casos resulta inevitable. La mayoría de la gente trata de olvidar ese sentimiento recurriendo a diferentes historias; unos beben, otros toman pastillas u otros tipos de droga, alguno se montan sus propias realidades y otros, por ejemplo, no paran de hablar para no tener tiempo de pensar en ello. En cierta forma, nos hemos acostumbrado de tal forma a ese sentimiento que uno siempre acaba por ocultarlo en lo más hondo del alma, en un lugar recóndito y oscuro, tratando de evitarlo. Yo no soy de esos, no porque no quiera, pero nunca lo he conseguido. Cuando conduzco mi taxi, o estoy en mi balcón tomándome una cerveza, observo a la gente deambular de un lado a otro, intentando ocupar sus vidas en algo, afanándose por construir castillos de papel, tratando de vencer esa sensación de soledad, y les envidio, en cierta forma. Es como vivir en una prisión y no saberlo. Supongo que se hace más llevadero. De lo contrario nos volveríamos locos. A muchos, a la mayoría les ha ocurrido. Veo personas que caminan de forma pesada, como intentando hacerse notar. Otros que se deslizan tratando de pasar desapercibidos. Algunos llevan gafas oscuras aún sin haber sol, pretendiendo poseer un aire indescifrable y sublime. Otros deciden parecer siempre atareados, con un destino, con una finalidad exacta, pues se sienten más protegidos de esa forma, y, sin embargo algunos creen que al evitar todo tipo de responsabilidad y exigencia se sentirán libres e independientes, pero más allá de todo eso notó sus almas insatisfechas, sus expresiones ceñudas, sus ojos sombríos, y me preguntó cómo podemos ser capaces de vivir de esa forma, dentro de una máscara falsa y un traje que nos queda mal y nos hace sentir molestos, agobiados. ¿Acaso uno puede habituarse tanto al hastío, a la mediocridad, a la estéril soledad que cualquier otro estado superior llega a asustarnos?
A menudo me siento así. Cuanto más trato de relacionarme con los demás más diferente y, por tanto, más solo me siento. Es como si algo me apartara de ellos. De nada vale que me relacione con mucha gente, al menos de forma superflua y efímera. Gente, pasajeros que suben a mi coche y van de un lugar a otro eternamente: al médico, al supermercado, a casa de la novia, de fiesta, a casa de un amigo, al trabajo... a todas partes y a ninguna. Sombras fugaces que no dejan apenas huella. Y yo siempre en mi asiento, frente al volante, en cualquier calle, viéndoles ir y venir y sintiéndome aislado, sintiéndoles inaccesibles.
A veces suben al taxi y comienzan a hablar, pero yo no logro escucharles. Me hablan del verano, critican a su vecina, a su cuñado, a su hermano, a su madre, se quejan de la situación, se pavonean por esto o por aquello, me hablan mal de los sudamericanos o los chinos o los africanos, se inventan chistes malos o magnifican noticias, me hablan de sus hijos, de sus maridos, de sus trabajos, de sus casas, de sus coches... demasiadas palabras repetidas me aturden.
El caso es que, aunque me sienta diferente no me siento mejor que ellos. A veces resulto tan previsible y superficial como ellos. Soy tan hipócrita como ellos. Suelo disfrazar las cosas que me pasan, las cosas que siento, mis temores internos, como lo hacen ellos. Pero entonces algo cambió. Ocurrió así, la pasada noche: llevaba a una guapa chica en el asiento de atrás. Bueno, además de guapa era extrovertida y parecía muy dicharachera, algo ligera de cascos, para ser sincero. Ella, en el transcurso del viaje me comentó trivialidades, mostrando unas ganas de hablar y de simpatizar que me gustó, así que traté yo también de ser accesible, en plan simpático hablador. He de decir que no suelo serlo tanto, generalmente suelo mantener una cierta distancia con el cliente a menos que este me muestre que se siente incómodo de esa forma. Pero la combinación era muy tentadora; de noche, chica guapa, con ganas de charlar...
En el transcurso de nuestra cada vez más animada charla oigo una extraña voz que me dice:
- ¿Crees que vas a conseguir algo amigo?
- ¿Algo de qué?- Pregunto sorprendido.
- ¿Qué decías?- Es ahora ella la que me pregunta a mí.
Entonces me quedo como parado, aturdido y algo avergonzado. Sé que ella no me ha hablado y dentro del vehículo no hay nadie más, así que trato de dar un giro a la conversación porque noto que ella se ha quedado algo perpleja.
- En el fondo piensas que es una de esas chicas monas y tontas, una presa más o menos fácil, ¿no es así?- Dice de nuevo la voz.
- ¿Pero quién coño...?- Me quedo callado sintiéndome estúpido.
- ¿Qué?- Pregunta ella algo desconcertada. Trato de arreglarlo pero la chica se pone a la defensiva. Ella me mira como si estuviese borracho, loco o algo así. Durante un buen rato no me dice apenas nada, como si se hubiese asustado.
- ¿El plan se ha ido a la mierda, verdad?- La voz suena en mi cabeza y consigue inquietarme y enfadarme por igual.- Tal vez otro día, amigo.
Entonces trato de buscar el origen de la voz y me olvido, por un instante, de la chica y de todo lo demás. Miro con cierto disimulo en el asiento trasero, a su lado, a pesar de que sé que se ha subido sola y confirmo lo que ya sé, que no hay nadie más aparte de nosotros dos. Compruebo la radio no sé por qué estúpida razón. Música a un volumen ínfimo. Todo resulta inexplicable e inquietante.
-Fantaseas demasiado, amigo.- La voz volvía a la carga.- Esa chica solo te está dando palique, pero no le interesas para nada, créeme, amigo. Tú solo eres un tipo vulgar y corriente. No es eso lo que les gusta a las mujeres.
- ¿Qué sabrás tú...?- Me mordí entonces la lengua para no continuar. Había perdido la noción de la situación por un instante. Miré por el retrovisor y la chica no dijo nada, solo se estrujó en el asiento como si quisiera hacerse pequeña e invisible.- No disculpa, estaba pensando en voz alta...- Me excusé de forma poco convincente.
No volvimos a cruzar palabra hasta llegar al destino, unos minutos más tarde. Se bajó y se marchó mostrando un alivio evidente.
Continué rodando con el taxi y la voz desapareció, mientras yo estaba ansioso por que apareciera de nuevo para tratar de averiguar cosas sobre ella, o tal vez para descargar mi enfado.
- Vamos, ¿dónde estás ahora? ¿No me dices nada? Háblame, ¿Quién o qué eres?- Caí entonces en lo demencial de mi actitud.- Dios mío, estoy volviéndome loco.- Me fui a casa y la voz no apareció más en toda esa noche.
El sábado y el domingo suelo dedicarlo a mis cosas, más concretamente a no hacer nada en concreto. Me gusta no darme prisa para nada, dormir hasta altas horas, comer en pijama, ver la tele, alguna película o algún partido de fútbol, jugar a la consola y, por la noche, salir a la ciudad con algunos colegas, tomarme un par de birras, ir a una discoteca y ese tipo de cosas. Pero antes de eso tengo que aguantar que mi madre me de la vara recién levantado, lo que lo hace más insoportable: “¿Has recogido tu cuarto?” “Báñate antes de nada, estás oliendo a sudor y a cigarro” “recoge el desayuno” “ten cuidado con fulanito o con menganito” “vaya amigos tienes, ¿cuándo serás más responsable?”, “¿por qué no le echas una mano a tu hermano? “No bebas demasiado y ten cuidado”; ese tipo de cosas. Supongo que ese es el roll que debe asumir, como el mío hacer lo que me de la gana. Antes discutía con ella pero con el tiempo me di cuenta que resultaba imposible, así que ahora le digo a todo que sí y dejo que lance su repetido repertorio.
De nuevo aparece la voz. Ya casi me había olvidado de ella. Y lo hace mientras me ducho. Me dice: ”es una pesada pero tiene razón en algunas de las cosas que te dice, amigo, así que no te hagas el listo con ella”. Abro entonces la cortina como tratando de encontrar a alguien. ¡Qué estúpido! Caigo en la cuenta de que es como si sonara dentro de mi cabeza.
- Tu madre tiene razón. Eres un desastre.
- ¿Qué soy un desastre? Y tú, ¿Quién coño eres? Me tienes harto de una vez. ¡Déjame en paz, joder, déjame en paz!- Tengo el inadecuado impulso de contestarle en voz alta.
- ¿Qué quién soy?- Se ríe de mí descaradamente.- Olvídate de eso y piensa en ti. Te levantas, tiras los calzoncillos en cualquier lugar, dejas los zapatos tirados, no recoges el desayuno... eres un desastre...
- ¡Pero bueno!- Exclamo indignado- ¿No tengo bastante con mi madre? ¿Por qué no me dejas en paz? ¡No existes! ¿Tú no existes! ¡Sal de mi cabeza de una vez joder!
- Buen intento, amigo.
- ¡Y no me llames más amigo de una vez! ¿Quieres?
- ¿Esta es toda tu vida, amigo?- Vuelve a preguntar haciendo caso omiso de mi enfado.- Llevar a gente de aquí para allá de lunes a viernes y holgazanear el sábado y el domingo... ¿Te imaginas así, durante el resto de tu vida? Eres un auténtico idiota, lo sabías ¿verdad amigo?
- ¿Por qué no? ¡Maldita voz de la conciencia o lo que seas!
- Si esos son tus planes para los próximos treinta años es que eres un estúpido integral, amigo. Por cierto ¿Eso es lo que crees que soy?
- ¡No sé “amigo”! Tal vez encuentre un trabajo en el que gane unos 3000 euros al mes, encuentre una chica hermosa, nos casemos y me compre un chalet en las afueras, tengamos dos niños, un jardín y un perro y, de paso, una piscina... ¿Qué te parece eso, “amigo”?- La voz había conseguido sacarme de mis casillas por completo.
“¡Toc, toc, toc!”- Es mi madre, que me toca preocupada- “¿Estás bien hijo? ¿Con quién hablas? ¿Qué pasa?- Su voz denota impaciencia y cierta suspicacia.
- No, nada, mamá, estaba... estaba... hablando conmigo mismo, sí, no te preocupes.
- ¿Contigo mismo? Pues parecía como si te pelearas contigo mismo, hijo.- Replica desconfiada.- ¿No estarás haciendo algo raro, fumándote algo, no?
- ¡Joder, no mamá!- Contesto harto. Espero un segundo y compruebo que ella se ha ido, por fin.
- Como siempre, tu madre pensando bien de ti. ¿Por qué será?- Dice la voz de nuevo.
- ¿Es que no me vas dejar en paz?- Cuchicheo para no ser oído de nuevo.
La voz no vuelve a aparecer en mucho rato. Se esfuma y me deja inquieto y perturbado. El resto del día no he hecho nada más que holgazanear, pero llega un momento que incluso me canso de ello. Estoy harto de tele y de consola y sobre todo de mi casa, así que me voy a la plaza con algunos amigotes a echar unas pataditas al balón. Mientras juego la voz reaparece y no deja de darme la vara. Resulta jodidamente agobiante: “eres un chupón, ¡pásala de una vez!” “¿Qué te crees, Maradona?” “Pero qué malo eres. Retírate, chaval”; ese tipo de cosas. En el fragor del juego fallo una ocasión clara de gol y la voz me dice: ”te apuras demasiado cuando estás frente al portero. Tienes que tener más calma y amagarle, si es que sabes lo que es eso” Ya no puedo más y me mosqueo, y salto como un resorte: “déjame en paz de una puta vez, joder”. Después de eso deseo que me trague la tierra, cuando todos me miran con ojos desorbitados. “Tío ¿Estás bien?” pregunta uno de los colegas preocupado. “Es una forma de quitarme la tensión, joder, no pasa nada”. Digo para tratar de quitarle hierro al asunto, pero me siento muy incómodo. Si pudiera tener frente a mí al causante de la voz, yo...
Al terminar la mayoría de los colegas nos damos una buena ducha. La voz se ríe de mí: “¡Vaya grupo de tontos!¡Todos presumiendo y después resulta que no es para tanto!”
-No seas gilipollas.- Le susurro para evitar otro numerito- Al menos, déjame bañarme en paz. No creo que sea mucho pedir.
Por la noche nos reunimos y hacemos un poco de todo; bebemos, fumamos, oímos música, hablamos de futbol y chavalas. Después de eso vamos a la disco. La gente mueve sus cuerpos compulsivamente, como en una danza de locos. Mi colega y yo apuramos un interminable cubata mientras observamos a las chicas de la pista con ojos cándidos. Como siempre hay de todo; chicas que tratan de pasar por auténticas mujeres fatales, chicas disfrazadas de una falsa inocencia, chicas a las que les gusta ser el centro de atención y chicas con las que uno puede conseguir intimar. Al cabo de un buen rato, nos decidimos a actuar. Nos acercamos a un grupito de varias chicas que bailan con seductores movimientos y nos invitan a ello con sus afectivas sonrisas. Haciendo como el que no quiere la cosa bailamos disimuladamente hasta colocarnos a su lado. Tengo que reconocer que soy un poco patoso para estas cosas, pero incluso eso, a veces, juega en tu favor.
-¿Vas de caza?- Me sorprendo ante lo nítida que suena la voz en todo ese formidable estrépito. Ni siquiera todos esos “cientos” de decibelios consiguen ahogarla.- Carne fácil, ¿No es eso? Adelante fiera, tengo ganas de ver cómo te desenvuelves.
No le hago caso pero me fastidia una barbaridad. Nos acercamos a ellas, cubata en mano, y nos sonreímos, mientras comienza el estúpido ritual del “cortejo/ligoteo”. Bailamos intentando caer simpáticos pero no tontos, eso las espantaría. Después de todo las tías quieren ver un tipo que se sienta seguro de sí mismo, que sepa lo que quiere y que vaya a por ello sin dudar, pero que a la vez no vaya de “sobrado”, sino que les haga sentir que uno está perdido sin ellas, aunque sin que eso te achante.
- La maniobra de acercamiento no ha estado mal, amigo.-La voz vuelve a la carga, y esta vez se ríe de mí. Es la primera vez que lo hace. Su estridente carcajada araña mi cabeza.
- No vas a joderme la noche, quién quiera que seas- Le digo entre dientes, intentando controlar mis impulsos, pero me doy cuenta de lo innecesario que es, aunque gritara probablemente nadie me entendería. Aún así intento ser discreto, no quiero cagarla.- Puedes decirme lo que quieras, no voy a hacerte ni puto caso.
- “¡Uuuuh!”. Te pones a la defensiva. Esto se está poniendo interesante.
Las chicas vuelven a mirarnos como con presunta indiferencia. Nosotros tan solo sonreímos. Eso es así por un instante. Mi amigo se acerca y le dice algo al oído a una de ellas. Esta le sonríe. Yo tengo que confesar que soy más tímido. Después se acerca a mí y me dice algo que en realidad no logro entender, a pesar de eso asiento con la cabeza y sonrío, porque supongo que me está indicando que es el momento de hacer algo. Doy un pequeño paso y me coloco en su grupo por un rato. Bailamos y nos miramos deliciosamente. Un espasmo involuntario de la masa hace que las chicas se alejen de nosotros lo necesario para que exista el peligro de que el plan se venga abajo. Nos miramos y, justo en ese momento, otros tíos le entren a las chicas. Estas muestran la misma actitud seductoramente indiferente que hacia nosotros. Mi amigo me toca el hombro y me hace una señal para que le siga. Sé que no debo hacerlo pero después de todo, “nosotros estábamos antes” ¿no es cierto? Nos acercamos y él se mete entre ellos bailando y hace, muy bien, por cierto, como que es muy amigo de una de ellas. La chica le secunda y le coge de la mano. Yo me siento empujado a hacer lo mismo pero la jugada no me sale tan bien. Uno de los tipos me mira con ojos ásperos. Se acerca a mí tratando de intimidarme y entonces comienza un estúpido ritual de confrontación, más propio de los animales que de seres que se suponen civilizados y con capacidad de raciocinio. Lo que en un principio son miradas se transforman en empujones. El tipo me dice algo y yo le digo que me deje en paz. Otro de ellos se viene hacia mí pero por una absurda cuestión de ego masculino no me achanto, todo lo contrario.
- ¿Los machos dominantes de la manada pugnando por la hembra? Esto cada vez se pone más interesante.- La voz burbujea en mis oídos.- Ella no vale la pena y lo sabes. Es de esa clase de chicas que gusta incitar a otros chicos, que se siente poderosa dominando a los del sexo opuesto, ya sabes a lo que me refiero, y tú estás cayendo en la trampa como un pardillo.- Me cabrea oírle tan nítidamente en medio de tanto ruido, sobre todo porque sé que en el fondo lleva toda la razón.
No sé bien quien empezó ni cómo pero me veo envuelto, de súbito, en una trifulca en la que vuelan las manos y los puños. Nos golpeamos y nos agarramos como posesos, pero el otro tipo aprovecha el momento para lanzarme un golpe que ni siquiera advierto y ni siquiera noto el dolor, tan solo que pierdo las fuerzas y que todo se tambalea. Entonces algo me lanza hacia atrás violentamente y caigo al suelo conmocionado. En realidad no sé qué ocurrió de ahí en adelante pero supongo que los tipos se ensañan conmigo y es posible que los de seguridad me los hayan quitado de encima. Por lo demás, despierto hecho una mierda en una sala de urgencias.
-Eso mismo iba a decirte yo, que estás hecho una mierda, pero veo que ya te has dado cuenta.- La maldita voz sabe incluso lo que pienso.- Ya te lo dije, no merecía la pena. Y ahora estás aquí, solo, destrozado, ni chicas ni amigo ni nada…
-¡Déjame en paz de una vez joder!- Protesto ofuscado. Me doy cuenta de que me duele el mentón y el ojo. Me duelen incluso las costillas- Pero ¿Qué eres? ¿Un castigo divino o algo así? ¿Es que no tienes a nadie más a quién fastidiar? Me da lo mismo quién o qué eres, de aquí en adelante te voy a ignorar, a ver si así te aburres de una puñetera vez y me dejas en paz…
-¿Crees que serás capaz de ignorarme? Está bien, hazlo, soy muy paciente. Mucho más que tú, créeme.
-¡Voy a pegarme un tiro a ver si lo consigo! ¡Vete a la mierda y déjame en paz de una vez!- Es entonces cuando caigo en la cuenta que, en un rinconcito, hay una cámara y que probablemente alguien estará viéndome, pero estoy tan hecho polvo que me da lo mismo.
Una enfermera con cara áspera me mira inquisitivamente. Me dice que me ve muy nervioso y que si no me tranquilizo probablemente va a tener que sedarme. Yo le sonrío sin un ápice de amabilidad y le digo que no será necesario. Se va pero vuelve pronto y trae consigo una jeringuilla vacía. Me informa, con su característica y austera amabilidad, que va a hacerme un análisis de sangre. En principio no me gusta en absoluto la idea pero sé que es capaz de hacer lo que me ha dicho, así que opto por doblegar mi voluntad y extiendo el brazo. La muy perra clava la aguja en mi brazo con disimulada satisfacción y me saca la sangre. Cuando guarda el frasco me mira las contusiones por encima. Me lleva a hacerme una radiografía en las costillas y después no me dice nada, así que adivino que no hay nada roto. Un rato más tarde me echan a patadas de allí. Un compañero taxista me recoge y me lleva a mi casa, pasando antes por un bar. La maldita voz no deja de decirme cosas. Ojalá pudiera hacerla callar.
Al día siguiente me levanto tarde. Mi padre me mira resignado pero no dice nada. No es necesario hablar, sé lo qué quiere decir su mirada. Y es un alivio que no me lo diga. Mi madre se encarga de hacerlo. Se pone echa una furia por mi aspecto. La cabeza me da vueltas pero ella ni siquiera pregunta qué ha pasado, ya se ha montado su propia película, en la cual yo soy el malvado rufián que no hago otra cosa que buscar problemas. Voy al cuarto de baño, a ver si así consigo que me deje en paz. Orino, me aseo y trato de aislarme de todo. Me miro al espejo y veo la imagen borrosa de un tipo magullado y retraído; un completo desconocido. “Bah”, no resulta nada importante. Después de eso desayuno. Mi madre entonces pregunta qué me ha pasado, y yo solo sé que tengo un ojo amoratado y me duele un costado. Se enfada por que no le cuento nada. Entonces sigue el maldito sermón: “¿Es que nunca te vas a cansar de meterte en líos?” “Por Dios, ¿Has visto cómo estás?” “¿Cuándo madurarás?” “Entre tu padre y tú vais a matarme, vais a matarme…” Afortunadamente uno de esos programas de corazón desvía su atención. “¡Bendita basura televisiva!”
Entretanto la voz no ha dicho ni “mú”. Deseo que no lo haga, pero mucho me temo que en cualquier momento lo hará. Estoy a la expectativa. Eso me hace sentirme, en cierto grado, aliviado, pero también en un estado de cierta perplejidad. ¡Maldita sea! Llevo un rato esperando que diga algo, cualquier cosa. ¿Será que he empezado a acostumbrarme a ella? Me sonrío tan solo de pensarlo. Me siento patético.
Salgo de casa y voy a casa del supuesto colega. Le toco en la puerta y la madre abre la puerta. Me mira algo asustada. Intenta disimular que no sabe nada de lo ocurrido pero no me pregunta qué me ha pasado, solo si me encuentro bien. Asiento de forma vaga y le pregunto por el hijo.
- No está ahora, salió hace un rato.- Su voz tiembla sensiblemente. Sé que me ha mentido y supongo que imagina que quiero arreglar cuentas con él. En cierta forma es cierto, pero no de la forma que ella imagina. O tal vez sí.- ¿Ocurre algo?
- Nada, señora, nada. Era por charlar un rato con él. Hasta luego.- Me voy frustrado porque en realidad ni siquiera yo sé para qué quiero verlo.
Me voy un rato al parque, a un lugar apartado detrás de unos árboles. Allí, sentadito a la sombra y con un cigarrillo todo se ve de otra manera. Quiero dejarme invadir por el silencio, disfrutar de él. Oír solo el arrullo del viento y ver a la gente pasar, los chicos con sus patines y sus bicicletas y las chicas corriendo con esas mallas ajustadas. Es un alivio hacer todo eso en vez de oír esa maldita voz. Al principio eso es lo que pienso. Pero a medida que pasa el rato, cuando apuro el cigarrillo con gran placer comienzo a sentir la extraña necesidad o, tal vez, la sufrida fatalidad de oírla. Sé que la última vez le juré que no iba a contestarle, pero tal vez la conciencia de la soledad que me embarga en ese momento me hace sentirme así.
-Está bien.- digo como si hablara con un amigo que está junto a mí,- ahora no tienes nada que decir ¿Eh? Así que decides desaparecer. Cuando no tienes nada que contarme para joderme te evaporas. Tal vez sea mejor. Estoy más loco de lo que creía. Ahora soy yo el que tengo ganas de hablar contigo... Siempre es la misma mierda, y lo sabes. Es como estar en un parque de atracciones en la que todo es muy guay, el ruido es ensordecedor, hay mucha gente y muchas atracciones y todo eso. Al principio es divertido pero llega un momento que llegas a cansarte, terminas harto de tanto bullicio, de tantas caras desconocidas, de las mismas atracciones de siempre. Si lo piensas bien, ¿Qué te queda? Supongo que seguir la inercia que te empuja. Ya sé que no soy un dechado de virtudes, pero ¿Quién lo es? Estoy harto de tanta hipocresía. Nunca somos quienes en realidad queremos ser ni hacemos lo que en realidad queremos hacer, tan solo lo que otros esperan que hagamos o seamos. Todo resulta tan estúpido y tan vacío… Es como si la “Nada” hubiera engullido “Fantasía”, solo que ni nos hemos dado cuenta. Hemos perdido la capacidad de pensar. Eso que antes se llamaba “el libre pensador” es una especie extinguida ¿No te parece? Somos prisioneros. Nos sentimos protegidos con lo que en realidad nos esclaviza, nuestros prejuicios, supersticiones y rituales. Y, después de todo ¿Para qué? ¿A qué precio?...
La voz no me contesto, y yo me hallaba en este estado reflexivo de autocompasión. Me cansé de hablar o, tal vez, estaba satisfecho por haber lanzado esas cuatro tonterías al aire, así que permanecía en silencio oyendo el viento sobre los árboles y viendo a la gente pulular por el parque, cuando de repente apareció tras de mí una preciosa chica que corría con ritmo lento y acompasado. Bueno, al principio no la reconocí pero después me di cuenta que era una simpática cliente con la que solía conversar cuando coincidía que tenía que llevarla. Su espontaneidad y su frescura me gustan, lo admito. No resulta ese tipo de chica engreída y superflua que tanto abunda. Al contrario, es natural y tiene una conversación amena e inteligente. De pronto se me queda mirando y veo una grata sorpresa en su sonrisa. Por un momento creo que va a detenerse pero no es así. Después de todo, solo tenemos una “amistosa relación profesional”, nada más, así que continúa su trayectoria pero me dedica un agradable “hasta luego” y desaparece poco a poco. Yo no supe hacer otra cosa que devolverle el saludo. Lo cierto es que su repentina aparición me desarmó por completo.
- Mola, ¿Verdad?- Dijo por fin la voz.
- Sí.- Contesté resignado, mientras la veía alejarse. Su forma de correr me parece muy sexy.
- Estás algo paradito, amigo. Resulta que eres un consumado ligón de discoteca y no sabes entrarle a una chica sin un par de cubatas o unos canutos, ¿no?- La voz, como de costumbre, seguía incordiando.
- Es Diferente.
- ¿Diferente?
- ¡Sí, sí, diferente! No sé por qué, es diferente. No es como esas chicas que suelo encontrar por ahí.
- ¿Te refieres a que no es carne fácil?
- ¡Sí, joder, a eso me refiero!- Contesto harto de sus puntualizaciones. Sé que tiene razón. Me siento incómodo, como si alguien me señalara con el dedo. Me escurro en el banco donde estoy sentado. Me muevo como tratando de encontrar un posición ideal.- Ella es tan… tan…
- Vamos, continúa, no seas cobarde.
- Tan perfecta… Guapa, simpática, inteligente, espontánea... Lo cierto es que no sé qué lo que debo hacer, cómo comportarme, si ser discreto o atrevido, esperar que las cosas puedan ocurrir o tratar de que ocurran… Cuando estoy con ella me siento torpe, inseguro…
- ¡Porque eres un inseguro! – Afirmó con rotundidad la maldita voz.- No tienes que ser ni una cosa ni otra. No daría resultado, te lo aseguro. Tan solo debes relajarte Si te muestras muy inseguro o nervioso ella lo notará y la ahuyentarás. Es mejor ser un poco atrevido que muy comedido, después de todo es una forma de decirle que te gusta y que estás dispuesto a “ir” a por ella. Eso la halagará, hazme caso. No estés midiendo demasiado lo que dices y cuando lo dices para caerle bien o sorprenderla, sin pasarte, claro está. Sé natural pero no simple, si no quieres que el tren pase de largo…
No puedo hacer otra cosa que sonreír.
-Habló el experto. Eso suena a topicazo ¿No te parece? Y dime, ¿Cómo se supone que se hace eso?-
Pero no me contesta. La voz se queda en silencio y entonces pienso: “¡Que te den!” Pienso también en que esa chica me gusta pero sé que soy un desastre. Los chicos como yo no solemos ser buenas parejas de baile para las chicas como ella. Le doy vueltas y vueltas y me siento un estúpido. Entonces me levanto, me voy y continúo con mi insípida vida. Decir eso es decir bien poco. Continúo mis rutinas sin ambiciones ni metas. Llevo a gente de acá para allá y me sorprendo de lo equivocados que están todos, incluyéndome a mí. Me gano unos euros que empleo en beber, salir con los amigos y satisfacer algunos de mis instintos naturales, y, de vuelta a mis interminables viajes. Tal vez el problema sea que me como demasiado la cabeza, que soy demasiado consciente de mi vacuidad; pero al menos soy consciente de ello, aunque me aterrorizaría más serlo sin siquiera darme cuenta. Bueno, tal vez, después de todo, no resulte tan malo. No tengo responsabilidades ni cargas y, sobre todo, no tengo expectativas imposibles, y eso creo que es un alivio, o, por lo menos, es huir de una depresión fastidiosa. ¿Es que acaso las responsabilidades dan sentido a la vida? ¿Acaso lo hacen las metas conseguidas? Te propones algo, lo consigues ¿y después qué? ¿Te quemas los sesos tratando de mantenerlo o lo dejas ir? No lo sé, supongo que es imposible tenerlo todo. O eres un estúpido valiente que se esclaviza echándote a la espalda mujer, hijos, hipoteca, compromisos, obligaciones, o eres un oficioso cobarde y sueltas todo aquel lastre que pueda anclarte de alguna forma. Y lo cierto es que esa chica me hace tambalear. Mi voluntad deja, por un peligroso instante, de pertenecerme. Cuando estoy solo y reflexiono renuncio con facilidad a todo ello, aunque la voz me diga cosas como: “hay fuerzas superiores a nosotros créeme. Piensas que lo dominas todo y cuando te das cuenta has mordido el anzuelo”. O: “resultas patético, intentando demostrarte que estás por encima de todo. Algún día mirarás para atrás y puede que te arrepientas de dejar que algunas cosas pasen de largo” Y es cierto, eso es lo que me hace estar confuso. Hasta el momento me había sentido más o menos satisfecho de mi vacía vida, pero ella supone un elemento desestabilizante y eso me da miedo. Por una parte pienso en lo que me gusta, y por otra que, si esto continúa adelante tarde o temprano tendré que hacer muchos cambios. A veces imagino que esto sigue la cadena habitual de la vida: salimos juntos, nos conocemos y nos gustamos, nos comprometemos, formamos un hogar, comienzan a haber desavenencias y desacuerdos, tenemos hijos, nos llenamos de deudas y todo se va al garete poco a poco o de golpe… Lo veo todo desde el paraíso de mi mente y siento un vértigo atroz.
Un fin de semana largo. Con unos amigos, una caseta y una playa soy el mortal más feliz del mundo. Y ya con un par de litronas y una tabla de surf no te digo. Cortando el viento sobre la afilada fibra pensaré que el tiempo se detiene y que la vida es maravillosa. Y de noche, agotado de todo el día, nos comeremos un par de bocatas acompañados con cervezas al son de una fogata y una guitarra donde cantaremos canciones de Led Zeppelin, Nirvana o Metallica, y contaremos falsas historias de miedo que nos parecerán, en esos mágicos momentos verdaderas, y discutiremos sobre si allí arriba hay vida que nos observa o sobre si Jimmy Hendrix punteaba mejor la guitarra que Eric Clapton y ese tipo de trascendentes temas. Un par de días estupendos que se van rápidamente y que no podrán durar eternamente por más que uno lo deseara.
-Si fuera por ti te quedarías eternamente aquí, en esta playa, con los colegas, y con quince años, ¿no es así?- Me dice de nuevo la jodida voz.
-No es eso.- Contesto cansado de sus incisivos comentarios.
-Siempre sigue la rueda de la vida con su existencia monótona y gris. ¡Qué pena!- Sus comentarios logran sacarme de quicio.
-¿Qué sabrás tú? Te gusta dar lecciones pero ¿Qué sabrás tú, jodida voz?
-Ahora tienes veintiún años, pero cuando tengas cincuenta ¿qué? ¿Seguirás pensando lo mismo o mirarás atrás deseando haberle sacado más jugo a la vida? “That´s is the question”, amigo.
Sin que sirva de precedente, estoy intentando darle un pequeño giro a mi vida, digamos revitalizando mi existencia. Lo cierto es que nunca se sabe lo que te deparará el futuro, cuando puedes tener la necesidad de “sentar la cabeza”. Por eso me he propuesto ahorrar un poquito más y no malgastar tanto de lo que gano con los amigos, las birras y ese tipo de cosas. A uno le puede resultar cómodo y hasta fácil engañarse y creo que esa es la peor forma de dejarse atrapar por aquello de lo que se huye. Me refiero a Amelia, la simpática clienta, que pasó de ser simpática y guapa a ser “guay y enrollada”. Cuando te refieres así a una chica mal asunto, has caído en su red. Pero he de reconocer que tiene algo que magnetiza. Como todo lo inevitable, surgió demasiado de repente y de forma muy espontánea, y lo que comenzó siendo gratos e involuntarios encuentros se transformó en citas inevitables y reconfortantes. A esa etapa le siguió una mezcla de deseo y miedo. Muy a mi pesar, la superé con insospechado atrevimiento, siempre aconsejado y orientado por la maldita voz, que tiene la magnífica cualidad de tocar mis puntos débiles en su justa medida y en el preciso momento. ¿Cómo es posible que me conozca tan bien? ¿Cómo sabe qué fibra tocar? ¿Cómo logra manejarme de esa forma, dejarme fuera de combate? Ni yo mismo me conozco a ese nivel. Siempre he pensado que soy un tipo imprevisible e inseguro. Siendo así, ¿Cómo puede conocerme tan bien?
Supongo que ocurrió lo que suele ocurrir; de buena amiga pasó a íntima amiga, y de ahí a “novieta”, o, mejor dicho, a novia, con todas las letras. Sí, es cierto que, en el fondo, era lo que yo quería, pero a la vez siento que estoy entrando en un lugar nuevo, una zona incierta y desconocida. No quiero hacerle daño pero la voz me advierte una y otra vez que puede que solo me sienta atraído por la emoción de la conquista, la magia del principio y que tal vez ella se implique mucho más que yo, o que con el tiempo decaiga mi interés o algo así. No quiero sentirme como un canalla, ella no se lo merece.
-Has cruzado la línea, amigo.- Me dice la voz después que hayamos pasado la primera noche juntos.
-Bueno, tampoco hay que dramatizar. No es la primera vez que duermo con una chica.
-Si quieres engañarte, ¡allá tú! No estás seguro de adónde realmente quieres llegar y tampoco de hacia dónde va esta relación, ¿no te parece arriesgado?- Meneo la cabeza fastidiado por el impacto de esa verdad, pero la muy jodida voz no se calla, continúa mortificándome: -ahora estás satisfecho porque crees haberlo conseguido pero a la vez te sientes algo agobiado por lo que eso puede significar para ti, por lo que puede cambiar tu vida, porque temes que las cosas no puedan ser como antes, que no puedas salir con tus amigos, meterte en la cama que quieras o en el coche de una de esas chicas fáciles que tanto te gustan…
-¡Déjame en paz de una vez¡- Suelo enfadarme mucho cuanta más razón tiene, y siempre la tiene, no sé cómo lo hace el condenado. Es como tener acusándote a tu conciencia permanentemente.- Tampoco es así como lo dices. Claro que mi vida cambiará, pero eso ocurrirá tarde o temprano, ¿no? No me convertiré en un prisionero ni nada parecido. Seguiré viendo a los colegas, jugando con ellos al futbol o al billar, tomando unas cervezas… ¿Por qué debería ella privarme de mi vida, de mis costumbres, de mis amigos…? ¿Acaso yo voy a imponerle algo en especial? Ya somos mayorcitos…
-Bueno, eso podría ser cierto si ambos tuvierais un nivel de madurez similar, cosa que no es para nada cierta…
-¿Con quién hablas, cariño?- Me pregunta ella. Trato de esconderme o disimular.
-Oh, no es nada, estoy hablando por el móvil.
-¿Por el móvil…? Si tu móvil está aquí, encima del mueble…- Me dice dubitativa.
-No, no, no, quería decir que ahora tengo que llamar a un amigo por el móvil… no te preocupes…
Supongo que, a pesar de todo, la vida continúa. Es un día espléndido y estoy tirado sobre la toalla, en la playa. El baño me ha dejado cansado y ahora me da tiempo de pensar. Pensar en cómo ha cambiado mi vida desde hace algún tiempo. Hay cosas que echo de menos.
-Tu vida es mejor ahora que antes, ¿no es cierto, capu
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