Me tendría que haber dado cuenta en el momento en el que sucedió. No hablo del típico canto de las aves, o el aroma de las flores, ni de los colores difusos que surcan el cielo. Me refiero a eso que no puedes describir, a lo que ocurre dentro de ti cuando lo sabes, cuando finalmente notas que estás enamorado.
Si tuviera que mencionarlo, diría que fue como un enorme dolor en todas las partes del cuerpo, pero en realidad no dolía. Como estar dormido mientras soñaba despierto…
Ese montón de palabrería sin sentido fue lo que ocurrió al saber que amaba a Evelyn McHale.
¿Por qué amamos?
La historia de todo siempre es extensa porque ningún detalle puede ser dejado de lado… Las miradas, los besos, los silencios y distancias marcaron cada instante de la relación. Sin embargo, ahora que todo ha pasado, no tengo ni la más mínima intención de relatarlo… Sólo un detalle mientras me mantengo consciente.
Hace tres años, mientras pasaba el inverno en la pequeña construcción de mis padres ubicada en medio de la nada, recibimos una carta de mi prima Elizabeth, mi mejor amiga cuando éramos niños con añoranzas acerca del futuro.
“Queridos tíos:
Espero, estén bien. Lamento no haber escrito antes, pero mis estudios consumen todo mi tiempo, y apenas si tengo tiempo de respirar. Acerca de su invitación a quedarme con ustedes por las vacaciones de navidad: Me encantaría, y considero que no me tomen por aprovechada al ir acompañada de una amiga que no tiene donde pasar las fiestas. Su nombre es Evelyn Mchale, y es mi compañera de cuarto en el campus…
Ya podrán saber de ella cuando la conozcan.
Cariños
Su pequeña Lizzie.”
Un nombre y una pequeña descripción no dicen mucho a decir verdad, tampoco transmiten sensaciones significativas. Sólo el tiempo transforma aquellas ideas, nos hace amigos, amantes, nos aleja, y nos reúne. En esas heladas semanas todo cambiaría.
Cuando Elizabeth llegó, tres días luego de su carta, todo rastro de la pequeña niña regordeta y sosa se había esfumado. En frente de nosotros se hallaba una joven delgada rebosante de carisma, nos abrazamos como dos amigos que llevan una eternidad sin verse… Ambos habíamos madurado, pero a nuestros ojos nostálgicos seguíamos siendo los niños Olie, y Lizzie.
A su lado, la chica de la carta se presentaba como un silencio perfecto, una escultura de hielo, una flor desplegando su último suspiro de belleza… Evelyn.
La tarde antes de la cena de navidad salí a caminar en medio de la visión invernal que cubría el rústico paisaje… Sólo unas veces al año puedes verte a ti mismo en medio de cientos de copos de nieve, cada uno tan diferente como el otro. Y si tienes la suficiente imaginación, puedes pretender que eres uno de ellos, te haces uno con los milagros más bellos de la naturaleza.
Y ahí, recostada sobre un tronco me encontré a Evelyn fumando. No habíamos hablado antes, debido a su indiferencia para con todos nosotros, siendo honesto me parecía una engreída insufrible.
Estaba a punto de alejarme de aquel lugar cuando me llamó, más que una palabra fue un susurro con mi nombre hacia la nada.
¿Quieres fumar? Me preguntó…
Le respondí que no fumaba, sin embargo tomé el cigarrillo, y le di una calada. Sentí un poco de su saliva en el filtro, lo que aceleró mi pulso, e hizo que me temblara la mano al devolver el cigarro.
Ella me miró como si pudiera ver el color de mi alma, y me sonrió. Caminamos un largo rato concentrados en permanecer callados, más que nada por sentirse cerca de alguien que mentalmente estaba muy lejos. De un momento a otro buscó mi mano y la tomó, excusándose de que se le congelaban los dedos. Desvié la mirada por vergüenza….
Nunca he sido muy hábil con las relaciones sentimentales, ni con las mujeres… Y en esa ocasión no sentía que Evelyn fuera diferente a otras chicas…
Luego de pasear entre la nieve y ramas rotas, llegamos a un pequeño lago adormecido por una capa de hielo. Nos sentamos observando la fina hoja congelada sobre el agua, el follaje descolorido de los árboles, y el grisáceo tono del cielo en el atardecer.
Tenía heladas todas las regiones de mi cuerpo salvo mi mano izquierda que estaba sudando aceleradamente. No tenía idea de cómo enfrentar la situación de estar con esa chica extraña intentando acercarse a mí… Pero no reflexionar tus actos siempre deja que todo ocurra con naturalidad, y así es como surge el amor.
Me señaló el borde del lago, en donde se encontraba una orquídea índigo. Los pétalos inmóviles se habían cristalizado por la temperatura, lo que le daba un aspecto mucho más atractivo a la planta. Pude ver la belleza en aquella flor. Hermosa, callada, distante, y perfecta. Tal cual lo que pensé de Evelyn al verla por primera vez, de inmediato me imaginé contándole esto, aunque la imagen me pareció bastante absurda.
Evelyn dejó ir mi agarre, y se acercó a la orquídea. Barrió un poco el exceso de nieve sobre esta, jaló un poco y logró tener la flor entre sus manos… Y como una cadena de eventos impredecibles, la fina cobertura de hielo se abrió, Evelyn perdió el equilibrio y fue tragada por el agua desesperantemente helada del lago. Sus gritos y el ruido de sus intentos por aferrarse a algo sólido que la salvara me despertaron de mi inmovilidad mental para ir a tratar de sacarla de esa trampa mortal.
Sujetó mi mano con toda la fuerza de que disponía, y logré arrastrarla hacia una zona segura. En su mano derecha se hallaba la planta por la cual casi había perdido la vida, la miré incrédulo, y con sus últimos lapsos de consciencia se abalanzó sobre mí, y me abrazó.
La sostuve en mis brazos para transmitir la mayor cantidad de calor que pude, cada onda de energía de mi cuerpo era absorbida por el suyo, y el frío empezaba a atacar mis huesos… Me dolía pero no me importaba, y me iba quedando dormido, intentando que ella despertara.
Nace un nuevo amor.
Abrimos los ojos en la oscuridad, nuestro abrazo nos mantenía vivos a mitad del desierto de hielo. Ella murmuró unas palabras antes de volver a perderse en el sueño.
Gracias
A la mañana siguiente me encontraba en mi cama con suficientes cobertores para abrigar a un oso. Mi madre me miraba preocupada, rezando porque estuviera bien.
Nos habían buscado toda la tarde, y habíamos arruinado la cena de navidad con nuestra ausencia. Pero hallarnos fue su mayor regalo.
En la tarde Evelyn me pidió que la acompañara a buscar la orquídea que se había quedado cerca del lago cuando mi familia nos trajo. Pero al llegar ahí no observamos más que enormes cantidades de nieve cubriendo el pequeño claro. Me parecía todo tan estúpido, la búsqueda de una planta asesina. Pero muy en el fondo ya lo sabía… Ya sabía en quién se había convertido Evelyn McHale para mí.
Después de rastrear sin resultado la magnífica flor, ella me miró decepcionada, tomó mi mano con ternura, y caminamos fuera del bosque para transformarlo en un recuerdo del inicio de nuestro cariño.
Sin palabras, solo con gestos fue que todo sucedió.
Luego de que cada uno de nosotros volviera a sus vidas ocupadas y distanciadas, una especie de nostalgia nació en mi pecho, como si de repente una mañana el lugar donde debiera estar mi corazón hubiera sido ocupado por un vacío insoportable.
Siempre tuve el impulso de tomar mi pluma y derramar mi alma en una carta con su nombre, pero cada vez que lo intentaba mi mente se enredaba entre todas las emociones…
¿Qué podía decirle?
¿Me alegra haber salvado tu vida? ¿Quieres saber los cientos de pensamientos pervertidos que se me ocurrieron mientras te abrazaba? ¿Te amo?
Ninguno me parecía adecuado, y muy a mi pesar, el precio de mi silencio era esa asfixiante melancolía por nuestra distancia.
No fue sino hasta una lluviosa tarde de primavera mientras estudiaba las obras de Shakespeare, que un sobre enviado desde la Universidad de Boston puso fin a toda la apatía existencial que me recorría.
“Oliver:
Interpretaré tu silencio como lo que este siempre representa. La indiferencia y el abandono. Nunca tuve la oportunidad de agradecerte por mantenerme con vida aquella noche de Navidad. Sin ti, tal vez no estaría escribiendo esto ahora. Así que gracias.
Me despido con un consejo:
Si no luchas por lo que quieres, no llores por lo que pierdes.
Te doy permiso para escribirme cuántas cartas quieras… Incluso si sólo contienen una palabra, aun si no tienes nada que decir…
Si mantienes tu hermetismo, supongo que este es nuestro adiós. Aunque espero que no lo sea
Atentamente:
Tu Orquídea.”
Al terminar de leer, las letras se volvieron difusas, resultado de las lágrimas que empañaban mis ojos. Si tuviera que explicarlo, simplemente contestaría que tenía miedo.
Tenía miedo porque empezaba a amarla y no quería que se acabara.
Sentado, aun con la fuente bajando por mis mejillas, tomé mi bolígrafo y plasmé lo que mi alma me ordenó depositar en el papel.
Y no me detuve nunca.
Sólo tuvimos efímeros encuentros en apagados inviernos. El deseo de vernos sobrecargaba nuestras miradas a tal punto que los “te extrañé” y los “te amo” carecían de una necesidad verdadera.
Un año luego de vernos por primera vez, más allá de la orquídea encerrada en el palacio de las nieves, nos hallamos conversando acerca de nuestros pasados en mi cuarto ubicado en la casa de invierno de mis padres.
Me hubiera gustado encerrar su voz en una caja musical, y hacerla sonar cientos de veces hasta que mi pecho no pudiera soportar el frenético latir que le provocaba.
Pero cada momento debe morir para ser apreciado.
Con gentileza, como era natural en ella, tomó mi mano y susurró:
Tengo frío.
Se acercó lentamente, cerró mi mirada con la suya, y sin meditar las acciones siguientes, marcó su cálido aliento sobre mi boca, dándome hasta la última pequeña fracción de su ser.
Al igual que nuestra última noche, nos perdimos en nuestro abrazo, intentando mantenernos con vida. Sin embargo, en aquella ocasión, no intentamos salvar nuestros cuerpos, sino fundir nuestras almas. Y cierta parte de cada uno se quedó con el otro, algo intangible que sólo era parte de un mundo hecho para los dos.
Y finalmente como todo debe acabar, en medio de nuestro pequeño universo nació un término, algo desconocido para los dos, no obstante su significado destruiría todo lo que ella y yo habíamos construido.
El doctor le llamó: Cardiomiopatía Hipertrófica Avanzada.
Para mí era una de tantas frases aburridas y largas que los médicos utilizan para esconder la muerte.
En la penúltima carta en la que relaté mi afección, traté de no preocuparla…
Hacerlo no fue nada sencillo:
“Mi querida Orquídea:
Desearía haber escrito todo lo que desencadenabas en mí, en infinitas cartas para poder enviarlas desde aquel lugar desconocido al que partimos después de morir.
Te lo digo a ti, ángel de mis noches, porque me temo que muy pronto mis palabras cesarán.
Estoy muriendo, a mi corazón ya se le hace demasiado difícil latir…. Y en un momento determinado ya no lo hará más.
De alguna manera el destino me castiga por amarte tanto…
Si así es como debe ser, no me arrepiento.
Anhelo verte una vez más…
Tuyo para siempre
Oliver Wilde.”
Esto es todo a lo que me resignaré, porque alargarlo más me sería imposible ahora. No sé si admiraré su rostro una vez más antes de partir. Pero no lo lamento, porque di todo lo que pude dar, y es el único obsequio que la vida puede permitirnos.
Las palabras siempre lastiman más…
Pero antes de que muera a causa de esta enfermedad inmisericorde que me aqueja desde hace varios meses, debía dejar una última parte de mí aquí, para ella…
La amaré desde la tumba, más allá de la eternidad, y mucho después de que mi último recuerdo sea borrado de su memoria.
Oliver Wilde.